Tú tienes el poder de construir la vida que quieres

Uno de los aprendizajes más valiosos que adquirí en aquella dura etapa de mi vida en la que me di a la tarea de reprogramar mi mente fue aquel de entender, y asumir, que soy el dueño absoluto de eso que llamamos destino. Es decir, todo, absolutamente todo lo que me ocurre es fruto de las acciones que ejecuto, de las decisiones que adopto. Soy el único y total responsable de mi vida.

Durante mucho tiempo, los años más tormentos y aleccionadores de mi vida, estaba convencido de que somos una especie de marionetas a las que el titiritero mueve a su capricho. De acuerdo con esa concepción, los seres humanos estamos sometidos a la suerte: ojalá nos corresponda un buen titiritero, uno que nos lleve a vivir experiencias grandiosas, que nos aleje de lo negativo.

Sin embargo, no es así, por fortuna no es así. Si bien durante al menos los primeros 20 años de nuestra vida estamos bajo la égida de nuestros padres, mayores y maestros, a todos nos llega el momento de asumir las riendas de nuestras existencia. Es el momento de tomar el toro por los cuernos, como se dice popularmente, de romper el cordón umbilical que nos hace dependientes.

Cuidado: no me refiero a que tengas que revelarte, a que te alejes de tus seres queridos, a que no hagas caso de sus indicaciones, a que rompas los vínculos con tu círculo más cercano. No, de lo que se trata es de que tomes las riendas de tu vida, de que tomes tus propias decisiones, de que hagas lo que tú quieres. En otras palabras, consiste en construir la vida que tú deseas.

Cuando era joven, cuando vivía en la casa con mis padres, creía que tenía todo, que no necesitaba nada de la vida. Y era así, aunque solo en el aspecto material. Pero, la realidad era distinta en lo sentimental, en lo emocional, en lo afectivo: aunque mis padres hicieron todo lo que estuvo a su alcance para darnos una buena crianza a mí y a mis hermanos, quedaron muchos vacíos.

Es justo decir, además, que ellos trabajaron con las herramientas y recursos de que disponían, con el conocimiento que sus padres y abuelos les habían transmitido. Y eran otras épocas, claro, en las que la autoridad de los padres no se cuestionaba, en la que tus padres marcaban el rumbo de tu vida. “Serás ingeniero, como tu padre, tu abuelo y tus hermanos mayores”, era una sentencia.

Por su puesto, esa es una de las razones, una de las principales, por las cuales hay tantas personas mayores de 40 o 50 años que sufren la vida. ¿Eso qué quiere decir? Que se sometieron a seguir el camino que otros trazaron para ellos y resultó ser el camino equivocado, uno que no concuerda con sus dones y talentos, con sus pasiones, con lo que aman, con lo que en verdad los hace felices.

Entonces, permiten que su vida se consuma, se desperdicie, en un trabajo que no aman, rodeados de personas a las que no aman (y a duras penas soportan), en relaciones tóxicas que les hacen daño. Un escenario caótico en el que sus sueños se extinguen, en el que divagan por la vida sin un rumbo establecido, sin un propósito. Cada día es un sufrimiento, una experiencia negativa.

El problema es que no sabemos cómo gestionar este escollo, cómo superarlo. Cada año, por esta época, hacemos un borrón y cuenta nueva, nos fijamos unas metas que, lo sabemos, no vamos a cumplir. Y al final, en diciembre, de nuevo nos embargan el remordimiento, la culpa, la desazón. Y así una y otra vez, año tras año, sin que seamos capaces de cambiar el rumbo de la historia.

¿Se puede? Sí, claro que se puede. Solo tienes que decidirlo y luego, implementar la estrategia que te lleve a cumplir los propósitos que te fijaste, que te permitan construir una vida propia y, sobre todo, que te haga feliz. Utiliza el poder de las emociones de estas semanas, el entusiasmo, y canalízalas hacia lo positivo, enfócalas en dejar atrás lo que no sirve y en soltar lo que pesa.

Una sugerencia: no fijes tu mirada a largo plazo, ni siquiera a mediano plazo, sino a los objetivos que puedas cumplir a corto plazo. Ninguno en esencia cambiará tu vida, pero te dará las fuerzas para seguir en la tarea y, lo mejor, te enviarán un mensaje poderoso: vas por buen camino. Eso es vital porque a veces lo que nos invita a tirar la toalla es que no vemos los resultados esperados.

Otra sugerencia: guíate por el corazón, porque la mente es traviesa y, a veces, traicionera. Cuando abres los ojos cada mañana, puedes comprobar las infinitas bendiciones en tu vida, las preciosas oportunidades que están a tu alcance. Sin embargo, necios, guiados por una mente que fue programada con unas creencias limitantes, hacemos caso omiso de ellas, las dejamos pasar.

Tú, y solo tú, tienes el poder de aprovecharlas, de convertirlas en realizaciones, en aprendizaje, en sueños cumplidos. Tú, y solo tú, estás en capacidad de construir la vida que deseas, una que te dé la posibilidad de usar tus dones y tus talentos, tu conocimiento y tu experiencia, tu pasión y tu vocación de servicio para transformar tu vida, también para ayudar a otros a transformar la suya.

Un aviso: aunque no tengas mucho dinero, aunque no cuentes con demasiados recursos, aunque no poseas el conocimiento necesario, ni la experiencia, ya tienes todo, absolutamente todo, lo que necesitas para construir una vida feliz y abundante. Mientras tengas vida, mientras tengas salud, ya tienes todo lo que necesitas; el resto dependerá de ti, de tus acciones y de tus decisiones.

Como mencioné antes, no te fijes demasiados objetivos, ni a largo plazo. Enfócate en no más de tres y asegúrate de hacer lo justo para conseguir, uno tras otro. Traza un plan, diseña la estrategia y establece parámetros que te permitan medir tus avances. No te distraigas, no te desanimes. Si lo crees conveniente, busca la ayuda de una persona que ya recorrió ese camino con final feliz.

Un último consejo: disfruta el proceso. Ahí está el aprendizaje, ahí está el gozo, ahí está la esencia de la vida. No esperes llegar al resultado para sentirte bien, porque quizás no lo alcances y lo único que obtendrás será una gran frustración. Entonces, enfócate en lo que puedes hacer en el día a día, en utilizar tu energía en lo que te hacer crecer y avanzar, no en lo que mantiene estancado.

El clic que me permitió cambiar mi vida, el punto bisagra, fue cuando entendí que soy responsable de lo que me ocurre, lo bueno y lo malo, lo positivo y lo negativo. No son los astros, ni el destino, ni mis padres u otros familiares: soy yo, únicamente yo. A partir de entonces, me dediqué a construir una vida propia y hoy no puedo ser más feliz, más abundante. Y queda mucho trabajo por hacer…

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