Cuando más desorientado iba por la vida, cuando más perdido estaba, cuando más daño me hacía a mí y se lo hacía a otros, lo que más trabajo me costó entender es que aquello que sucede en nuestra vida sale de nosotros. La vida nos brinda exactamente lo mismo que nosotros le dimos, aunque en proporciones distintas: si damos mal, nos devuelve mal; si damos bien, nos devuelve bien.
Esa es una realidad muy difícil de aceptar, especialmente por estas hermosas tierras de Latinoamérica, en las que le atribuimos lo que nos sucede a cualquier factor externo. El destino, los astros, las estrellas, el clima, el horóscopo, las casualidades (travesuras del universo) o un ser supremo. Somos marionetas a merced de terceros extraños e invisibles.
Así lo hemos creído durante siglos porque así se ha transmitido de generación en generación durante siglos. Atribuimos aquello que nos ocurre, tanto lo positivo como lo negativo, a algo externo. Y, ¿sabes cuál es el problema? Que de esa manera menospreciamos el poder que hay dentro de cada uno de nosotros, el poder de decidir qué hacemos con nuestra vida, qué queremos.
Por supuesto, llega un momento en el que, por la fuerza de los hechos o del conocimiento, nos damos cuenta de que estábamos equivocados. Ni destino, ni astros, ni estrellas, ni clima, ni horóscopo, ni casualidades, ni un ser supremo. Todo, absolutamente todo lo que sucede en nuestra vida, es responsabilidad propia, es fruto de nuestras acciones y decisiones.
Dejamos que las experiencias que vivimos, en especial las negativas, nos condicionen. Entonces, si la vida no nos da lo que esperamos, si nos golpea de alguna manera, creemos que estamos condenados al fracaso, al dolor, al sufrimiento. Y asumimos cada día con una actitud equivocada: solo vemos el lado negativo de los hechos, manipulamos las circunstancias para justificarnos.
La realidad es que vivimos en función del miedo. Por ejemplo, elegimos hacernos daños en vez de adquirir los hábitos que nos permitan estar saludables, como practicar deporte con regularidad y cuidar la alimentación y el descanso. Es el miedo al fracaso, al rechazo, al qué dirán, y se nos va la vida en disculpas, en excusas que solo son manifestaciones del miedo que sentimos.
O cuando decidimos seguir al lado de una persona en medio de una relación tóxica que nos hace daño. A pesar de que no somos felices, de que ese ambiente no es propicio para nuestro desarrollo personal, de que ese miedo nos limita y nos impide ver la realidad, elegimos el apego. La condena social nos produce pánico, al igual que la incertidumbre de seguir adelante.
Vivimos en función del miedo, también, cuando nos sometemos al maltrato en una relación o en el trabajo, con la excusa que “necesito el dinero”. Sin embargo, más costoso que el dinero es el valor de la autoestima perdida, de no darte cuenta cuánto vales, de no ponerle límites a esas personas y a esas situaciones. Elegimos pisotear nuestra dignidad por el miedo a estar solos o sin trabajo.
Son situaciones que se presentan cada día y que, por la fuerza de la repetición, se vuelven normales. Sí, las aceptamos de buena gana, como si la vida fuera así. Y no, no es así. Son decisiones que adoptamos por miedo, por falta de conocimiento, por la presión social, porque nos resulta más cómodo que reaccionar y cambiar aquello que no nos satisface, que nos hace daño.
Lo preocupante de esta situación es que renunciamos a las poderosas herramientas que poseemos y que nos permiten alejarnos de ese ambiente tóxico, negativo y destructivo. ¿Cuál es la solución? Ver la otra cara de la moneda (que siempre existe) y disponernos a vivir desde el otro extremo, el del amor. Está en cada uno vivir una vida de paz, tranquilidad, abundancia, felicidad y prosperidad.
Una vida que, valga recalcarlo, de ninguna manera significa ausencia de problemas o dificultades. Significa, más bien, que hemos desarrollado el nivel de consciencia necesario para reconocer y enfrentar esos sucesos. En otras palabras, les arrebatamos el poder que tienen sobre nosotros porque tenemos el control consciente de lo que hacemos, porque somos dueños de nuestra vida.
Cuando tú tomas la decisión de romper una relación tóxica que te hace daño, eliges el amor. Sí, el amor que te tienes a ti mismo, el amor que soporta tu paz, tu tranquilidad, tu abundancia, tu felicidad, tu prosperidad. Cuando escoges vivir desde el amor les cierras la puerta a aquello que te amenaza, le demuestras que eres más fuerte y que no estás dispuesto a dejarte vencer.
Una persona que elige vivir desde el amor se aleja de ambientes tóxicos y evita involucrarse en discusiones sin sentido. También sabe controlar su ira y otras emociones negativas, en vez de descargarse con otro. O se distancia de los ambientes en los que no es valorada, en los que no se le reconoce, en los que se limitan o impiden sus posibilidades de desarrollo personal y profesional.
Aceptar la vida y, sobre todo, agradecer cuanto nos da es el primer paso para vivir desde el amor. Cuando nos la pasamos quejándonos de todo y por todo, cuando no apreciamos lo que tenemos, cuando no damos valor a las personas que nos rodean y nos aman, cuando estamos convencidos de que la vida nos debe, abrimos la puerta que nos conduce por el camino equivocado, el del miedo.
Cada día, cuando me despierto y veo a mi lado a mi esposa Luciana, cuando voy a las habitaciones de mis hijos y recibo un abrazo de ellos, cuando voy al baño y me doy una ducha con agua caliente, cuando saboreo un delicioso y saludable desayuno, no puedo hacer algo distinto a agradecerle a la vida por lo que me da, por sus generosas bendiciones, manifiestas de múltiples formas. Es el reflejo de todo lo que supe construir.
La mentalidad con que enfrentas cada situación que ocurre en tu vida determina lo que vas a recibir. Si es desde el amor, a tu vida llegarán beneficios, gratitud, aprendizaje, oportunidades, personas maravillosas. Si es desde el miedo, lo que atraes es lo tóxico, lo negativo, lo destructivo, el odio, la envida, el rencor, es decir, todas las emociones que te contaminan y te hacen daño.
El día que entendí que lo que sucede en mi vida es producto de lo que sale de mí, empecé a cambiar mis creencias, a borrar recuerdos que me lastimaban y, sobre todo, a adquirir hábitos y desarrollar habilidades que me permitieran vivir desde el amor. No puedo describirlo con palabras porque no hay palabras para describir el cambio radical que sufrió mi vida, una poderosa transformación.
Nos equivocamos cuando le atribuimos poder al miedo y lo hacemos solo porque desconocemos que el miedo es cobarde. ¿Lo sabías? Cuando le demuestras que eres más fuerte, que eres consciente, que tu autoestima es alta, huye despavorido. Es, entonces, cuando el horizonte se abre de par en par y te permite ver que la vida es excesivamente buena y generosa contigo.
En el momento en que agradeces cuanto recibes, incluidas esas experiencias difíciles que nos ponen a prueba, cuando te enfocas en extraer lo positivo, en aprovechar el aprendizaje que incorporan, tu vida cambia radicalmente. Es cuando eliges vivir desde el amor y asumes el control de tu vida, de lo que te ocurre y te enfocas en lo que das, en lo que sale de tu corazón.
A todo esto, lo llamo vivir una filosofía Alfa y es, ni más ni menos, que el resultado de aplicar el Método Alfa en cada aspecto de mi vida. ¿Y tú? ¿Qué estas esperando?