Aliviana la carga para que puedas volar alto

Quizás sabes que mi ocupación principal era gestionar un negocio de turismo en Tandil, la ciudad donde nací y en la que vivo con mi familia. Cuando abrí esa empresa, fue un salvavidas en muchos sentidos, especialmente en lo económico y en lo personal. Hoy sigue siendo un importante sustento, pero, te lo confieso, si pudiera volver el tiempo atrás no empezaría ese negocio, ¡ni loco!

¿Por qué? Porque años más tarde descubrí cuál es la verdadera pasión de mi vida, cuál es el propósito por el cual llegué a este mundo: ayudar a otros a través de mi conocimiento, de mi experiencia de vida. Después de avanzar en el proceso de mi reinvención, de mi reconstrucción, me dediqué a apoyar a quienes requieren reprogramar su mente para tomar el control de su vida.

Hubiera querido hacer eso desde siempre, pero la vida me llevó por otros caminos. Uno de ellos, este del turismo, una actividad a la que, en todo caso, le agradezco lo que me ha dado: el bienestar de mi familia. Además, me ha permitido el lujo y el placer de viajar por doquier, de conocer el mundo, otros países y otras culturas, otras formas de pensar y otras costumbres.

Y no solo esas enseñanzas, sino otras muy valiosas, como la de aprender a viajar. ¿Cómo es eso? Los latinos, en especial, somos fácilmente identificables en los aeropuertos: somos los que llevamos las maletas más grandes, y más maletas. Nos vamos de vacaciones a la playa, pero parece más bien que nos mudamos de país: solo nos falta llevar la cama y los trastos de la cocina.

Que quede claro: como todos, como cualquiera, en algún momento de mi vida yo fui uno de esos. Por supuesto, después de dos o tres viajes, después de pagar una fortuna en exceso de equipaje y de agotar mis fuerzas cargando maletas, aprendí a llevar estrictamente lo necesario, o quizás menos que eso. En otras palabras, aprendí que el viaje se disfruta más con carga ligera.

Con el paso del tiempo, y gracias a las enseñanzas de mis mentores, entendí que esa premisa aplica no solo para los viajes, sino también para la vida. Cuanto menos peso carguemos, más rápido nos movemos, más lejos avanzamos, menos cansados nos sentimos. ¿Entiendes? Sin embargo, lo sabemos, los seres humanos somos acumuladores compulsivos, sin remedio.

Cargamos culpas, cargamos frustraciones, cargamos equivocaciones, cargamos emociones negativas, cargamos relaciones rotas, cargamos creencias limitantes. Desde que somos chicos, nos enseñan a acumular ese lastre que con el paso del tiempo se convierte en un lastre imposible de sobrellevar y nos ocurre lo mismo que al bote de basura: ya no le cabe un papel más y se rebosa.

Quizás sepas que soy aficionado a las carreras de Fórmula Uno. Bien, pues una de las razones por las que ese mundo me llama la atención es por la avanzada tecnología que incorporan los autos y, también, los equipos. Lo más increíble son los coches, por supuesto, ligeros como una pluma, potentes, capaces de desarrollar grandes velocidades en pocos segundos, en unos cuantos metros.

Por supuesto, no eran así en el pasado, por allá en la década de los 50, cuando el mundo se deleitaba con las maniobras de un tal Juan Manuel Fangio, el argentino cinco veces campeón del mundo. Aquellos autos eran más pequeños, pero más pesados y, por supuesto, no desarrollaban las velocidades que vemos ahora, arriba de los 250 km/h. Sin embargo, cambia, todo cambia.

Y los autos cambiaron para convertirse en los estilizados bólidos que hoy conocemos, en los que hasta la cantidad de combustible está controlada para que su peso no ejerza una influencia negativa. Cuanto más ligera sea la carga, más velocidad pueden desarrollar. Los seres humanos, en cambio, nos empeñamos en ir contra la corriente: somos acumuladores compulsivos, lo repito.

Es fruto de la creencia, equivocada, por cierto, que si tenemos más, valemos más. Nos medimos por lo material, en vez de lo espiritual; por la cantidad, en vez de la calidad; por lo que tenemos, en vez de lo que hacemos. ¿Entiendes? Vivimos aferrados a cosas que no necesitamos o usamos, a recuerdos y experiencias negativas que nos provocan daños, a personas que nos impiden avanzar.

Es como cuando te vas de paseo a las montañas con tus amigos y cuando comienzan a ascender tú te rezagas pronto porque llevas una carga pesada, innecesaria, y te flaquean las fuerzas. O cuando caminas por la pradera en medio del pastizal alto y te entierras, te cansas con rapidez porque la mochila que llevas es demasiado pesada. Y lo mismo nos ocurre en el trabajo, en las relaciones.

Acumulamos sufrimiento, estrés, culpa, sentimientos tóxicos, odio, rencor, frustración, tristeza. Dado que fuimos enseñados a enfocarnos en lo negativo de cada situación, todo lo que nos pasa significa aumentar el peso de la carga. Hasta que llega un punto en el que no das más, en el que te quedas sin fuerzas, en el que imploras que, por favor, te liberen de esa pesada carga.

Aprender a liberar la carga, a soltar lo que ya no sirve, a desapegarnos de las cosas y de las personas, es imprescindible para avanzar en la vida, en cualquiera de sus facetas. La mayor parte de las preocupaciones y del estrés que acaban con la paz, la tranquilidad y la abundancia que deseamos proviene de lo que cargamos, de que elegimos un estilo de vida muy complicado.

La clave, entonces, está en soltar, en llevar solo una carga liviana representada por lo que en verdad requerimos y en vivir de manera simple. Llevar una vida simple, además, te permite alcanzar el equilibrio interior, que es fundamental para crecer, para cumplir con el propósito de nuestra vida. Cuando sueltas lo que pesa, lo que sobra, abres espacio para que llegue lo que suma.

Si tu mente está llena de pensamientos negativos, de creencias limitantes y de recuerdos tóxicos, ¿dónde vas a alojar el conocimiento y las nuevas reglas de una vida próspera y abundante? Si tu corazón está lleno de rencor, de resentimiento, de envidia y de sufrimiento, ¿cómo esperas que allí puedas guardar las experiencias maravillosas, el aprendizaje valioso y los sentimientos felices?

Así como un día entras a tu habitación en la casa o a tu oficina y dices “¡No más!”, y haces una limpieza radical que te brinde un espacio de descanso y de trabajo más cómodo y agradable, de la misma manera en tu vida debes sacar de tu mente y de tu corazón aquello que no usas, que no sirve, que ya no te queda. No te imaginas la sensación de bienestar que esa acción te brindará.

Cuando viajo, bien sea por placer o por negocios, lo hago con un equipaje ligero. Ya no sufro por la cantidad de maletas, ni pago altas multas por el exceso. Llevo estrictamente lo necesario y si algo hace falta me las arreglo. Así, entonces, puedo enfocarme en lo verdaderamente importante: en disfrutar del viaje, de la compañía, de la naturaleza, de la comida, de las personas que conozco.

Aliviar la carga es una habilidad que no nos enseñan y que la vida nos obliga a aprender a la mala, a punta de errores y golpes. La ventaja es que si la ponemos en práctica obtenemos beneficios increíbles y nos damos cuenta de que es más fácil sortear las dificultades que se nos presentan. Es, entonces, cuando nos sentimos libres y podemos abrir las alas y alzar el vuelo hacia nuestros sueños…

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