¿Qué harías si te ganaras la lotería?

La del título de la nota es una pregunta que todos, alguna vez, hicimos a otros; una que a todos, alguna vez, nos hicieron. Y las respuestas son muy variadas, por supuesto. Casi siempre están ligadas a adquirir bienes materiales para sí mismo o para su familia, a viajar por el mundo o a ayudar a entidades benéficas. Todos queremos vivir esa experiencia, pero, ¿qué pasa si se da?

A cada rato, gracias a las ventajas de las comunicaciones modernas, vemos en internet la historia de personas que tuvieron la fortuna de ganarse la lotería. Bueno, al menos eso creían en aquel momento, que era una fortuna, porque después se convirtió en una desgracia. Dilapidaron el dinero, se dejaron llevar por los vicios y algunos hasta se vieron involucrados en delitos.

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Hace poco leí una nota en la que varias de esas personas contaban cómo había cambiado su vida tras ese golpe de suerte. ¿Sabes qué fue lo que me sorprendió? Que la mayoría, prácticamente todos, confesaban que hubieran preferido no ganar la lotería. ¿Por qué? Porque su vida se había convertido en algo descabellado porque perdieron el control y cometieron costosos errores.

“No estaba preparado para algo así”, afirmó uno de los afortunados, mientras que otro aseveró que “no quiero volver a ser rico en la vida”. Tristemente, el sueño de sus vidas se había convertido en una pesadilla que preferían no haber vivido. Y, tras bambalinas, un mensaje doloroso: para esas personas, lo mejor era seguir siendo pobres, porque la abundancia económica los desbordó.

El deseo de ganar dinero, mucho dinero, es una de las creencias limitantes más comunes que existen y, también, una de las más fuertes. De hecho, nos educan con la idea de que, en el futuro, seamos prósperos, millonarios, de que atesoremos bienes y bienestar material. Y, si por alguna razón no podemos cumplir ese objetivo, se nos tilda de fracasados, de perdedores.

Lo insólito es que la mayoría de las personas vive con la obsesión de ganar más dinero, bien sea a través de su trabajo o de un golpe de suerte. Y sueña todo el tiempo con qué haría con esa gran cantidad de dinero, y se relame con solo imaginarlo. Sin embargo, cuando lo obtiene, no importa por cuál vía, activa de inmediato las asociaciones negativas: ¡poseer mucho dinero es negativo!

Que es por cuestiones de seguridad, que es porque de la nada aparecen amigos que quieren sacar partido o porque se adquieren demasiadas responsabilidades, nos sentimos mal cuando se hace realidad el sueño de ganar más dinero, mucho dinero. Nos da vergüenza, como si entendiéramos que no somos merecedores de ese privilegio, como si estuviéramos destinados a ser pobres.

De hecho, a través de la historia se contaron mil y un relatos de personajes que les quitaban a los ricos para repartir sus riquezas entre los pobres: Robin Hood, sin duda, es el más famoso de todos. Y hasta el propio Sigmund Freud, proveniente de una familia acomodada, confesaba que tenía vergüenza por haber heredado una fortuna familiar. Se cree que ser rico es sinónimo de maldad.

Entonces, lo que se genera es un complejo conflicto interno. Una parte de ti desea riqueza, quiere ganar dinero para darse gustos y vivir a plenitud, pero hay otra parte, la subconsciente, la otra cara de la moneda, que te dice que es negativo, que solo trae problemas, que te resignes a vivir con poco. Y no está bien, de ninguna manera, porque el dinero, por sí mismo, no es bueno, ni malo.

Depende, exclusivamente, del uso que le des. Si lo destinas a ayudar a otros, a crear las condiciones para brindarles oportunidades de educación y de crecimiento personal, si atiendes necesidades básicas que por su cuenta no pueden suplir, está bien, muy bien. Y no tienes porqué avergonzarte de ello: más bien, deberías estar orgulloso de tu sensibilidad, de tu corazón blando.

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En cambio, si lo empleas para dañar a otros, para lucrarte más a costa su bienestar, para explotar a quienes carecen de la educación y los medios de que tú dispones, si cruzas la línea que te lleva a los terrenos de lo ilegal, está mal, muy mal. En ese caso, no solo deberías avergonzarte, sino que también tendrías que buscar ayuda profesional para que te guíe por un camino constructivo.

Recuerda que existe la ley de atracción: aquello en lo que piensas es lo que atraes a tu vida. No importa si tienes poco dinero o eres millonario. Si solo piensas en problemas, en conflictos, en relaciones tóxicas, eso llegará a tu vida, así será tu vida. Y no porque dispongas de mucho dinero esa situación cambiará: el poder de la mente es infinitamente superior al poder del dinero.

El dinero, muy o poco, es solo una herramienta, un recurso. No es la solución de los problemas y por mucho que tengas tampoco puedes comprar felicidad, paz, tranquilidad y abundancia. Es una ayuda para cumplir nuestros objetivos, para facilitar el camino si lo empleamos bien, para ayudar a otros a construir una vida positiva, para construir entre todos un mundo mejor para todos.

El problema no es tener mucho dinero, o muy poco: el problema es el poder que le damos al dinero en nuestra vida, si es el único objetivo que perseguimos, si cuando lo conseguimos no le damos un buen uso. Por eso, lo primero que debemos aprender es que el dinero no es el fin de lo que hacemos, sino una consecuencia de ellos: es la recompensa a nuestros buenos actos.

Para mí, el dinero es un recurso muy útil para brindarle a mi familia el bienestar que deseo, para que mis hijos tengan las posibilidades que yo no tuve y, sobre todo, para que encuentren el ambiente adecuado para construir una vida propia que les lleve a ser felices y abundantes. Si eso se cumple, el dinero habrá tenido sentido; de lo contrario, todo sería un absoluto desperdicio.

Repito: el dinero no compra felicidad, ni paz, ni tranquilidad, ni salud, ni abundancia. Todo esto es resultado de quién eres, de cómo eres, de cuáles son tus hábitos y comportamientos, de qué camino eliges en tu vida. Una titánica labor que se lleva a cabo día a día y en la que el dinero puede ser útil, siempre y cuando no nos obsesionemos con él, no nos volvamos esclavos de él.

La próxima vez que alguien me pregunte qué haría si me ganara la lotería, ya sé que responderle: ya me la gané, y no fue dinero. Lo que recibí fueron millones de bendiciones de la vida representadas en una hermosa familia, en salud, en paz, en tranquilidad, en abundancia. También, en la posibilidad de aprovechar mi conocimiento y mi talento el ayudar a otros. ¡Soy rico y soy feliz!

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