¿Me regalas 16 minutos de tu vida? No te arrepentirás

No soy del tipo de personas que suelen hablar mucho de sí mismas y menos cuando se trata de mi trabajo. En ese caso, prefiero que los resultados hablen por sí mismos, que las personas que me dieron el privilegio de abrir la puerta de su vida para ayudarlos den fe de los logros alcanzados. Sin embargo, como toda regla tiene su excepción, esta vez voy a contarte un poco de mí.

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Bueno, no exactamente de mí, sino de lo que hago y de cómo puedo ayudarte, si me lo permites. Porque lo primero que puedo decirte es que hubo una época de mi vida en la que estuve hundido, metido en un oscuro hoyo del cual me resultó muy difícil salir. Sufrí mucho, fracasé muchas veces, les hice daño a las personas que me rodeaban y me provoqué mucho daño a mí también.

Lo peor era que me negaba a aceptarlo, a pesar de que las evidencias eran contundentes: había comenzado un proceso de autodestrucción. Todo lo que hacía, absolutamente todo, terminaba destruido y cada actividad que comenzaba finalizaba en algo fallido. Y sé que hoy hay muchas personas que viven algo similar, que viven una vida que no las satisface, que van desorientadas.

Lo tuve todo cuando era chico, gracias a mis padres. Sin embargo, el día que ellos lo perdieron todo, el día que la empresa familiar quebró, todo se vino abajo. Mis sueños incluidos. Y, claro, como había vivido en una cómoda zona de confort, como nunca había conocido carencias, como nunca había enfrentado la otra cara de la moneda, no supe qué hacer y me derrumbé.

Creía que tenía la vida perfecta, como tantos otros, y en un abrir y cerrar de ojos me di cuenta de que, en realidad, vivía en un infierno. Las llamas me quemaban y, como no sabía qué hacer, como no me había preparado para vivir momentos difíciles, para enfrentar retos complicados, empecé a consumirme. Fueron tiempos muy duros, en los que malgasté lo mejor de mi juventud.

Lo peor era que me negaba a recibir ayuda, estaba convencido que no la necesitaba. Por eso, cada paso que daba era un tropiezo, o un retroceso. Mi orgullo me impedía aceptar que necesitaba de otros, de quienes habían pasado por lo mismo y ya lo habían superado, de los que habían adquirido el conocimiento que del que yo carecía, de las herramientas y recursos para cambiar mi situación.

Hoy, tristemente, veo que hay muchas personas que tomaron el mismo camino. Y me duele ver cómo, de la misma manera que lo hice yo, se hunden porque no saben qué hacer, porque el ego no les permite buscar ayuda, pues lo ven como síntoma de debilidad. Me duele y quiero que me den la posibilidad de brindarles mi apoyo, de tenderles una mano amiga para salir del hoyo.

El video que acompaña esta nota es una entrevista que concedí hace unos días por la gentil invitación de mi amiga Cecilia Corán, del canal El Eco, el más importante de Tandil, mi ciudad. Es un set que me resulta familiar, porque ya estuve varias veces ahí, aunque con un objetivo distinto: fue para hablar de la industria del turismo, el trabajo convencional al que dedico una parte de mi vida.

Esta vez, sin embargo, regresé para contarle de mis actividades como coach de transformación y entrenador en liderazgo y desarrollo personal. Es a lo que he dedicado la mayor parte de mi vida en los últimos diez años, la formación, el conocimiento y la práctica que me dieron la posibilidad de salir de aquel profundo hoyo en el que me había metido. Y es lo que tengo hoy para ti.

Como cualquier joven impetuoso y orgulloso, creía que aquello que me ocurría era culpa de otros y, peor todavía, que podía salir esa situación solo. ¡Cuán equivocado estaba! El primer paso fue aceptar mis errores y mis limitaciones y entender que requería de ayuda especializada. No había otra opción. Cuando permití que otros me brindaran su apoyo, comencé a avanzar, a transformarme.

No fue un camino fácil, te lo confieso, pero cada paso que di, cada dificultad que enfrenté y superé, cada frustración que experimenté, a la larga valió la pena. Sí, valió la pena porque fueron el precio que pagué por salir de allí, por gozar de la oportunidad de construir una nueva vida sustentada en creencias liberadoras, en decisiones propias, en relaciones nuevas y positivas.

Soy Pablo Vallarino, el jardinero de la mente, pero ya no soy el mismo de antes. Logré romper esas cadenas que me ataban, dejé atrás el pasado que me condenaba, me distancié de aquello que me intoxicaba y comencé de nuevo. Soy una persona inmensamente feliz, que tiene una hermosa familia que es su razón de ser, que es exitoso en el mundo de los negocios, a pesar de todo.

Y te digo a pesar de todo porque siempre hay dificultades, porque los problemas no faltan, porque la vida no es fácil. La diferencia, sin embargo, es que poseo las herramientas y recursos necesarios para enfrentar esos vaivenes y, lo más importante, para superarlos sin que me trastornen. ¿A cuáles me refiero? Al conocimiento y a las experiencias que me transmitieron mis mentores.

Que son las mismas que hoy, justamente, pongo a tu disposición. Nada me haría más feliz que obtener tu permiso para ayudarte, para brindarte mi conocimiento, para compartir mi experiencia y para servirte sin más interés que ser tu compañero en la aventura de reprogramar tu mente y transformar tu vida. Quiero ser la mano que te guíe, como alguna vez alguien me guio a mí.

Por eso, te pido que me regales 16 minutos de tu vida. Eso es lo que dura el video que acompaña esta nota, el que la originó. Fue una entrevista distendida, muy amena, con mi amiga Cecilia, en la que podrás conocer qué hago, cómo lo hago, por qué lo hago y, sobre todo, para quién lo hago. Y lo hago por personas como tú, que quizás viven la misma vida que me atormentó en el pasado.

Me gusta que la gente me vea como el jardinero de la mente, como la persona que le puede ayudar a sembrar una nueva vida, una que de verdad valga la pena. Pero, además, soy un sobreviviente, alguien que cayó a lo más bajo y gracias a que recibió la ayuda correcta pudo reprogramar su mente y reconstruir su vida. Si me lo permites, quiero ser quien te guíe. ¡Gracias!

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