Tú los ves por la calle y van tranquilos, seguros, como si fueran los dueños del mundo. Algunos, con un poco de soberbia, miran a los demás por encima del hombro. Y hablan duro porque quieren que todos escuchen sus hazañas, sus logros, porque uno de sus principales objetivos es llamar la atención. Sin embargo, se trata de una apariencia, no es más que una vida falsa y vacía.
Tú los ves por la calle conduciendo costosos autos de marca, sonrientes y con gafas oscuras. Algunos con la piel bronceada por el sol con el volumen de la radio en su nivel más alto, porque no quieren pasar inadvertidos. Suelen usar la bocina con frecuencia, porque les gusta hacer alarde de poder, les agrada sentirse importantes. Pero, por dentro llevan una procesión que los carcome.
Tú los ves por la calle acompañados de una chica joven y hermosa que valide su inclinación por lo exclusivo o rodeados por un grupo de amigos que les hacen bromas a otros transeúntes, porque quieren que el mundo sepa que se sienten invencibles. Sin embargo, si los separas, si los ves uno a uno, son personas que libran una dura lucha interna y, lo peor, son conscientes de que van perdiendo.
Cuando salgo a la calle, veo a muchas personas así: son autómatas cuya mente fue programada con precisión quirúrgica. Son obedientes, sumisos, no hacen preguntas incómodas y no se rebelan. Encajan perfectamente en el estereotipo de la conveniencia y ayudan a perpetuar los esquemas que benefician a unos pocos, a quienes grabaron en su mente esos mensajes limitantes.
Parecen felices, pero no lo están. Parecen tranquilos, pero no lo están. Son pura apariencia, nada más: son personas que viven en función de lo exterior, de lo que otros ven. Por eso, prestan tanta atención a la ropa que visten, cuidan mucho su corte de pelo, se preocupan porque sus zapatos se vean relucientes y sus modales son finos, delicados, siempre y cuando no se sientan amenazados.
La verdad, sin embargo, es que viven una doble vida. Una, la exterior, en la que la premisa fundamental es la perfección. Se ven como modelo para la sociedad, cuando en realidad son ellos los que siguieron el modelo social y perdieron su identidad, resignaron su personalidad. Y hay otra, la interior, en la que su mente es un saco de anzuelos y su corazón un infierno que arde a fuego vivo.
Cuando logras derribar las barreras que suelen levantar, cuando consigues que confíen en ti, cuando les resulta imposible resistir más y deciden hablar, te enteras de que son personas agobiadas, tristes, miedosas y, lo más grave, vacías. Sí, muy en el fondo de su corazón saben que lo externo es decorativo y sufren porque se dieron cuenta de que su vida no tiene un propósito.
Sé que es una de las situaciones más incómodas que puede vivir el ser humano porque yo también caí en ese hoyo. Mi familia me había brindado todas las comodidades que un joven puede desear y creía que había tocado el cielo con las manos. Sin embargo, cuando la realidad me arrolló, cuando el castillo de naipes que había levantado se desplomó, me di cuenta de que mi vida era vacía.
Lo más doloroso fue que durante mucho tiempo estuve atrapado allí, sin poder salir. Trabajaba mucho, me sacrificaba mucho, me esforzaba mucho, y atesoraba bienes materiales y dinero que no me brindaban lo que necesitaba. Tuve que caer bajo, muy bajo, antes de aceptar que estaba vacío y que necesitaba ayuda capacitada. Si no conseguía cambiar, estaba condenado a morir.
Como tantas otras personas, traté de llenar ese vacío. Algunos lo hacen adquiriendo hábitos que nada les ayudan, como fumar, beber alcohol o ir al casino. Otros eligen someterse a duras rutinas en el gimnasio, o rodando en bicicleta, o fingiendo que son felices con una agitada vida social que solo contribuya a ahondar la dolorosa sensación de vacío. Nada de eso proporciona la solución.
El problema es que resulta muy difícil explicar esa sensación de vacío, entender en qué consiste. Hay estudios científicos que la asocian con la depresión y sus manifestaciones, ciertamente, son similares. Los pensamientos negativos, destructivos y tóxicos se apoderan de tu mente y nada, absolutamente nada de lo que hagas o de lo que consigas, podrá eliminar la angustia.
Aunque tengas un buen trabajo y recibas un buen salario, aunque tengas una linda familia, aunque seas popular y apreciado, aunque goces de comodidades y bienes materiales, cada noche, cuando reposes la cabeza sobre la almohada, comenzará el calvario. En ese momento, en la soledad, en la oscuridad, ninguno de tus mecanismos de defensa servirá y el pánico te invadirá.
Y así ocurrirá una y otra vez, y otra vez, hasta que consigas salir de ese círculo vicioso, hasta que puedas cortar el cordón umbilical que te ata a esa triste vida. Es terrible, lo sé porque también lo experimente. Pero, hay una buena noticia: es posible liberarse. Es posible, sí, aunque no es fácil. Es posible, sí, aunque tendrás que trabajar muy duro. Es posible, sí, si logras reprogramar tu mente.
Lo primero que debes hacer es explorar en tu interior, saber con exactitud quién eres y cómo eres. Conocerte bien, saber cuáles son las creencias limitantes con que programaron tu mente, entender por qué actúas de determinada manera y, sobre todo, aceptarte íntegramente es el comienzo de un nuevo camino. No podrás avanzar, no lograrás cambiar si no te conoces bien.
Conocerte bien significa, entre otras cosas, saber cuáles son las emociones negativas que te apremian, que te atemorizan, y trabajar para borrarlas de tu mente. Eso sí: no podrás hacerlo solo. Necesitas asesoría profesional, necesitas el acompañamiento permanente de alguien que haya pasado por lo mismo y lo haya superado, necesitarás de alguien que ya reprogramó su mente.
Una de las manifestaciones de la sensación de vacío es aquella de desconfiar de todo y de todos, de sentirnos vulnerables. Es normal, pero debes saber que pedir ayuda no es una debilidad, sino una virtud: la de aceptar que no somos perfectos, la de entender que hay personas que pueden darnos una mano, la de comprender que en solitario no podrás conseguir aquello que deseas.
Y, claro, tienes que cambiar el chip. Borra tus pensamientos negativos y llena tu cabeza y tu corazón de lo positivo, de lo constructivo, de lo que te apasiona y de lo que amas. Pasa más tiempo con aquellos a los que amas, dedica tiempo a las actividades que te hacen feliz, cultiva tu mente y tu cuerpo con hábitos saludables que te mantengan en la línea del crecimiento.
La sensación de vacío es un enemigo silencioso, pero muy peligroso. No hagas caso omiso de sus señales. Preocúpate por hallarle sentido a tu vida, por descubrir cuál es tu propósito. Habrá dudas e incertidumbre, eventuales fracasos, pero debes entender que son parte del proceso. Si eres capaz de reprogramar tu mente, los beneficios y las recompensas que recibirás valdrán la pena.