Porqué ser optimista no es suficiente

Ser optimista, ¿es un don? ¿Es un privilegio concedido a unos pocos? ¿Es una habilidad desarrollada? ¿Es un hábito adquirido? ¿Es una decisión personal? Hay un popular dicho que reza que “Todo depende del cristal conque se mire” y estoy seguro de que esta máxima aplica a la perfección para encontrar las respuestas a los interrogantes que acabo de plantear.

Este es un tema tras el cual se esconden creencias limitantes. Son decenas, miles, millones las personas que están convencidas de que es la suerte (o el destino, en su defecto) la que determina lo que les sucede durante su paso por este mundo. Entonces, se autoconvencen de que están aquí para sufrir, para pelear, para recoger migajas porque, dicen, “esa es la vida que nos tocó”.

Es, por ejemplo, el caso de aquellos jóvenes que ingresan a la universidad a estudiar una cierta carrera simplemente porque “es la tradición familiar. El bisabuelo, el abuelo, mi padre y mis hermanos mayores son médicos, yo tengo que ser médico”. O, desde la otra orilla, las mujeres que resignan a sus sueños, que no estudian ni trabajan, “porque mi rol es ser una buena esposa y madre”.

Es problema es que, quizás, ese no sea el sueño de ese joven, ni el de esa mujer. Quizás él desea ser escritor o actor, mientras que ella quiere estudiar sicología y sociología, porque descubrió que lo que le apasiona es servir a otros. Sin embargo, él y ella, como muchos otros más, están condenados a vivir una vida que no es la que anhela y que les hará vivir una vida con frustración.

Por supuesto, estas personas verán todo con un filtro gris. Dado que lo que hacen no están conectado con lo que aman, con lo que les apasiona, con lo que les permite encontrarle sentido a la vida, la película de su vida la verán en blanco y negro. Con mucho negro, valga la pena decirlo. Difícilmente serán felices, estarán atormentados y, lo peor, se convencerán de que eso está bien.

Sé que esa es una situación muy dolorosa y tóxica para el ser humano porque lo viví. Sí, durante varios años de mi vida, durante mi juventud, seguí al pie de la letra el camino que mis padres trazaron para mí. Dado que vivía en una burbuja gracias a que no me faltaba nada material, a que gozaba de comodidades y disfrutaba lo que poseía, tardé mucho en darme cuenta del problema.

Y la verdad fue que cuando el problema apareció, me llevó por delante. Sí, sentí como si un camión de 6 ejes me hubiera pasado por encima. El golpe fue duro y perdí la máscara que había portado durante toda mi vida, y también las vendas que me impedían ver la realidad. Fue una etapa en la que mi existencia se desarrolló no solo en blanco y negro, sino en la oscuridad.

Caí a un hoyo profundo y fue muy difícil salir de allí. Ni siquiera veía la luz al final del túnel. Durante ese período, todo lo que hacía salía mal: trabajaba mucho, y muy duro, y conseguía dinero, pero mi vida era vacía. Mis relaciones eran traumáticas, sentía que no avanzaba, sino que retrocedía, y veía el mundo color de hormiga. El pesimismo era el dueño de mis pensamientos.

No me daba cuenta, pero cada tarea que emprendía, cada paso que daba, estaba condenado al fracaso. ¿Por qué? Porque me enfocaba en lo negativo, era el campeón mundial del pesimismo. Había programado mi mente para fracasar, para tropezar con la misma piedra una y otra vez, y no me daba cuenta. Mis creencias limitantes movían los hilos de mi vida a su antojo, con ironía.

Por cuenta de esa programación que le di a mi mente, me estaba destruyendo lentamente. Mi cuerpo se consumía y mis pensamientos eran una pesada lápida que estaba a punto de acabar conmigo. Por fortuna, un día encontré la salida. Encontré el conocimiento y la ayuda adecuada para darme cuenta de que esa programación, actitudes y pensamientos iba a acabar conmigo.

No hubo más remedio, entonces, que trabajar para reprogramar mi mente y, sobre todo, para cambiar el filtro con el que veía el mundo y la vida. Tuve que cambiar también el chip para entender que, a diferencia de lo que creía, lo tenía todo para triunfar y ser feliz y abundante. Todo, absolutamente todo. Solo que no lo había reconocido, lo veía de una manera distinta.

Cuando logré cambiar mis pensamientos, cuando me divorcié del pesimismo y empecé una linda relación con el optimismo, mi vida se transformó para bien. Descubrí la belleza de la naturaleza, me di cuenta de la razón por la cual otros sí eran felices, identifiqué las herramientas y recursos que la vida me había dado en forma de talentos y me dediqué a aprovecharlos, a disfrutarlos.

Aprendí que ser optimista es un privilegio del que cualquiera puede disfrutar siempre y cuando se dé el permiso de apreciar lo que la vida le ofrece. Aprendí que cualquiera puede gozar de los beneficios del optimismo si cultiva el hábito de ver lo positivo de cada situación, si aprovecha el aprendizaje que se desprende de cada error y, sobre todo, si toma las decisiones acertadas.

No es que si piensas positivo y gritas a los cuatro vientos que eres optimista tu vida va a ser un paraíso. No solo se trata de pensamientos, sino de acciones. Debe haber coherencia: son factores complementarios, se necesitan mutuamente. Puedes cambiar tus pensamientos, pero si actúas de la misma manera en que te hacías daño en el pasado, nada cambiará. Por más optimista que seas.

Ser optimista consiste en enfocarte en la solución, no en el origen del problema. Significa hallar la forma de mantenerte motivado, más allá de las dificultades que aparezcan en tu camino. Es afrontar esos tropiezos con pensamiento positivo y utilizar los recursos y herramientas que posees para cambiar la situación. Y, si careces de ellos, darte a la tarea de adquirirlos, de desarrollarlos.

Ser optimista consiste en resistirte a las dificultades, en ser resiliente y sacar lo mejor de ti en esas situaciones adversas. Significa confiar en ti y en tus posibilidades, a sabiendas de que se trata de algo temporal. Es, sobre todo, ser honesto contigo mismo, admitir tus errores y tomar decisiones adecuadas, lejos de las excusas, para salir del círculo vicioso y comenzar a avanzar hacia tus sueños. Sí, la vida depende de con qué ojos la mires.

Si la ves con optimismo y esa visualización la secundas con pensamientos positivos, acciones efectivas y decisiones acertadas, estarás muy cerca de alcanzar lo que deseas, cualquier cosa que eso sea. Pensamientos, acciones y decisiones son el trípode poderoso que te permiten reprogramar tu mente y construir la vida de abundancia que anhelas.

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