Quizás sabes que mi actividad profesional principal fue durante muchos años el turismo, como propietario de una agencia en Tandil, la ciudad en la que nací y en la que vivo. Una actividad que, por fortuna para mí, me ha dado la posibilidad de viajar, de conocer el mundo, de aprender de otras culturas y, de manera especial, de adquirir el hábito de llevar un equipaje ligero, con lo estrictamente necesario.
Los latinoamericanos tenemos una particular forma de ser, sobre todo, cuando viajamos. Armar la maleta debe ser una de las tareas más complicada para un viajero en nuestros países, porque ninguna le da abasto. A veces, y lo sé porque lo he visto, lleva prendas que con toda seguridad no va a usar por el clima, porque no habrá oportunidad o, simplemente, porque no tendrá tiempo.
Sin embargo, la empaca, a las malas. Y no solo ropa, sino accesorios, o zapatos, o libros “por si un día estamos cansados de ir a la playa o llueve”. Es fruto de las creencias con que nos educan y del ejemplo de los mayores, por lo que vemos. Días después, de regreso a casa, cuando llega la hora de desempacar, nos damos cuenta de que no usamos la mitad de los artículos que llevamos.
En la vida nos ocurre lo mismo: nos encantan las cargas pesadas, esas mochilas repletas en las que guardamos recuerdos, experiencias y pensamientos que ya no necesitamos o que, peor aún, nos hacen daño. Es por culpa del apego a las cosas, materiales o espirituales, por la dificultad para soltar, por los miedos para seguir adelante, porque no aprendemos el arte de pasar la página.
Esa es una expresión que escuchamos con frecuencia especialmente en el ámbito deportivo. Después de una derrota dolorosa, de una frustración, de una final perdida, los protagonistas suelen evadir las explicaciones con un lacónico “vamos a pasar la página y a comenzar a pensar en el próximo objetivo”, y le echan tierra al asunto. Derrota asumida y a escribir una nueva página.
En nuestros países, donde la pasión del hincha desborda los límites de la cordura, esta expresión suena como una puñalada en medio de su corazón. Mientras él no puede controlar las emociones, mientras él se consume en el sufrimiento, mientras él es objeto de las burlas de los contrarios, los deportistas y el técnico se salen por la tangente, se desvían por un atajo y lo dejan solo.
No soy un hincha apasionado y, por lo tanto, no puedo decirte lo que se siente en una situación como esa. Sin embargo, lo que sí puedo decirte con autoridad es que esa actitud de pasar la página tan pronto como sea posible es un hábito que deberíamos cultivar y poner en práctica en nuestra vida. Si lo hiciéramos, te aseguro que viviríamos más felices, sin tantas preocupaciones.
Pasar la página no significa perdón y olvido, sino aceptar, concedernos el privilegio de aprender y darnos el permiso de seguir adelante para disfrutar lo otro que la vida tiene para ofrecernos. Significa liberarnos del lastre de la culpa y entender que la vida no termina con una equivocación y que cada día es una oportunidad nueva para hacerlo mejor, para no repetir los errores del pasado.
Una de las creencias que más problemas nos trae es aquella de que la vida es como un libro, es decir, que se trata de una historia cuyo final ya está previsto. Por cuenta de esa idea, son muchas las personas que asumen su existencia como algo ya definido y se conforman con eso que llaman destino les da, con las migajas de la vida, con mucho menos de que en verdad se merecen.
Yo creo que la vida es un libro, pero no uno convencional, uno ya escrito con final determinado, sino más bien uno con todas las página en blanco. ¿Para qué? Para que tengas absoluta libertad para escribir tu propia historia. ¿Me entiendes? Cada página es cada día de tu vida, un espacio en blanco para que tú mismo decidas tu camino, para que elijas qué aventuras quieres vivir.
Para pasar la página, sin embargo, se requiere algo más que voluntad o decisión. Necesitas saber con exactitud cuál es el lastre que deseas soltar y dejar atrás, es decir, debes saber cuál es el problema que al que haces frente. ¿Por qué es importante esto? Porque cada problema tiene una solución específica o, dicho de otra manera, no hay una solución mágica para todos los problemas.
Entonces, cuando identificas el problema puedes enfocarte en la búsqueda de la solución. Haz de cuenta que eres un médico y que atiendes pacientes en tu consultorio: cada uno llega con unos síntomas distintos y tienes que identificar la molestia que padece para realizar un diagnóstico. Solo así podrá recetar los medicamentos necesarios y/o el tratamiento adecuado.
¿Entiendes? Cuando se cura esa enfermedad, el paciente y el médico pasan la página, siguen con su vida. Cuando enfrentas un problema de tu vida, uno que representa una carga excesiva, lo que en realidad buscamos es restablecer el equilibrio que está en entredicho, descompuesto, por esa situación o recuerdo que nos provoca estrés y ansiedad, por el problema que nos preocupa.
Pasar la página es arrebatarle a ese problema, a esa situación, a ese recuerdo, el poder que tiene sobre ti. No significa que no te importe, sino que tú eres más fuerte que él y lo puedes dejar atrás y seguir adelante con tu vida. Además, con un agravante: gracias a tu inteligencia, estás en capacidad de aprovechar el aprendizaje que ese episodio te dejó y aplicarlo en el futuro.
El apego es una variante de la zona de confort, un vínculo emocional que nos ata a una persona, situación o recuerdo que nos hace sentir bien, un escenario en el que creemos ser felices y estar seguros. Lo malo con el apego es creer que estamos blindados contra cualquier problema y no es así, de modo que con el paso del tiempo el vínculo se transforma en una relación de dependencia.
Lo importante es entender que la solución, de la misma manera que el origen del problema está dentro de ti, en tu mente, en tus creencias limitantes, en la programación de tu mente. No te desgastes culpando a otros o tratando de desviar la atención enfocándote en actividades que no te ayudarán, como los vicios o el trabajo. Si tú creaste el problema, tú lo puedes solucionar.
Aprender a pasar la página es una estrategia para evitar los daños colaterales. Si no pudimos eludir el problema que originó el mal, al menos tenemos la posibilidad de acabar con sus efectos. Se trata de una decisión personal: tú eliges si quieres llevar esa pesada carga y asumes las consecuencias o, por el contrario, enfrentas el problema, le quitas el poder y sigues adelante.