No hay sensación más frustrante, desgastante e inquietante para el ser humano que aquella de querer avanzar y no conseguirlo. En cualquier actividad en la vida, no importa cuál sea, muchas veces queremos dar un paso, el primer paso, pero no podemos levantar los pies. Pesan toneladas, como si fueran de concreto, y las alas también se niegan a abrirse para que podamos alzar el vuelo.
Quieres dejar de comer en exceso, pero no puedes y, más bien, tratas de calmar la ansiedad y las preocupaciones con comida. Quieres aprender otro idioma, pero siempre que llega el momento de inscribirte estás sin dinero o ya te comprometiste para otra actividad en el mismo horario. Y así nos ocurre en las relaciones personales y en las sentimentales, y la vida se vuelve un círculo vicioso.
Queremos, pero no podemos. ¿Queremos, en realidad queremos? Esa es, sin duda, la primera pregunta que debemos formularnos. Y te aconsejo que ni siquiera intentes una respuesta si no estás dispuesto a ser completamente honesto contigo mismo. ¿Quieres, en realidad quieres? La verdad, creemos que queremos, pero no es cierto: nos resistimos al cambio, no lo deseamos.
El cerebro es el órgano más maravilloso del ser humano y también, aunque no lo creas, el más perezoso. Es fantástico, posee una capacidad ilimitada, pero no le gusta trabajar más de lo estrictamente necesario. En otras palabras, se rige por la ley del menor esfuerzo. Como es consciente de su poder, nos manipula, nos condiciona, nos controla, nos limita.
¿Sabías que para funcionar el cerebro requiere del cuerpo el 20 % de la glucosa que ingiere el ser humano y una porción similar del oxígeno? El cerebro es como automóvil de los años 60 o 70, que cuentan con un motor poderoso, con muchos caballos de fuerza, pero exigen abundante combustible para que puedas disfrutarlo. Es un lujo costoso, porque consume demasiado.
Aunque todos los órganos del cuerpo humano están activos desde que nos desarrollamos en el vientre de nuestra madre hasta que morimos, el que más trabaja es el cerebro. Aunque estés dormido, él no descansa: se mantiene trabajando en segundo plano. Todo el tiempo procesa información, planifica, calcula, reflexiona, sueña. Es, sin duda, la máquina perfecta, única.
Pero, ya te lo mencioné, es perezoso. Claro, si tú se lo permites. Haz de cuenta que se trata de una mascota a la que tú adiestras para que siga tus órdenes, para que ejecute lo que tú le enseñas, para que se comporte adecuadamente en cada ambiente. Tú también estás en capacidad de adiestrar a tu cerebro, o si quieres te conviertes en un subordinado de él, en su mascota.
Cuando una persona intenta cambiar una conducta, cuando quiere adquirir un nuevo hábito o desarrollar una habilidad, el primer obstáculo que enfrenta es su cerebro. Si no lo ha adiestrado adecuadamente, este poderoso órgano comienza a emitir mensajes que generan resistencia al cambio, que te invitan a postergar, que te ofrecen mil y una razones para desechar esa idea.
Es esa vocecita interna que nos dice que no podemos, la que activa tus miedos, la que te impulsa a continuar en la zona de confort. Así, por ejemplo, si tomaste la decisión de comenzar una dieta, el cerebro te induce a repetir conductas aprendidas y, entonces, consumes alimentos que no te alimentan, que no te convienen. Y también te frena cuando intentas practicar algún deporte.
Por supuesto, el origen de esos mensajes que tu cerebro emite está en las creencias limitantes con que fue programado en la infancia. Las que te transmitieron tus padres, tus hermanos, otros familiares y también tus maestros en la escuela, o tus amigos. Mensajes que de tanto repetirse se grabaron en tu cerebro y que necesitas borrar para poder realizar los cambios que tu vida requiere.
Lo primero que necesitamos entender es que los cambios son necesarios. Independientemente de cuán feliz te sientas, de qué tan exitoso te creas, siempre habrá algo por mejorar, siempre tendrás que hacer algún ajuste para evitar estancarte. El cambio es la esencia de la dinámica de la vida y, por eso, debemos aprender a asumir riesgos, a superar los límites, a fijarnos metas ambiciosas.
El cerebro es como un deportista de alto rendimiento: cuanto más exigente sea el rival al que se enfrenta, mejor es su desempeño. Vuelvo al ejemplo de la mascota: en la medida en que tú le enseñes, que la exijas y, algo muy importante, que la recompenses, su respuesta será positiva. En el caso del cerebro, te sorprenderás de los resultados que ofrece cuando tú lo pones a prueba.
Cuando deseas realizar un cambio en tu vida, primero debes trabajar en la programación de tu mente para que el cerebro sea tu aliado en esa aventura, no tu enemigo. Trabajar en los pensamientos positivos, asumir una actitud proactiva y ser consciente de los beneficios que ese cambio traerá a tu vida son los mensajes que debes enviarle a tu cerebro para que te ayude.
También necesitarás cambiar algunos hábitos, en especial aquellos que te invitan a procrastinar, a desviarte de lo importante, a buscar excusas a través de las cuales puedas justificar tu resistencia al cambio. Eso puede significar alejarte de algunos ambientes tóxicos, de personas negativas, y mezclarte con otras que estén en capacidad de impulsarte, de motivarte, de inspirarte.
Un tercer aspecto es que debes entender que se trata de un proceso y que, como tal, los cambios no se dan de la noche a la mañana. Algunos, inclusive, pueden demorar años. Y esta tarea te va a exigir paciencia (una virtud que no abunda), tolerancia, perseverancia y más paciencia. Tendrás que lidiar con el fracaso y aprender del error si no quieres que te invada la idea de tirar la toalla.
Un consejo: ve paso a paso. Eso quiere decir que no intentes más de un cambio a la vez, porque así podrás enfocarte y llevar a cabo la tarea en menos tiempo. Una vez alcances esa meta, fija una más alta, y así sucesivamente. Y recuerda que no obtendrás los resultados que deseas si estás solo: busca la ayuda de personas que pasaron por lo mismo y ya llegaron adonde tú quieres llegar.
¿Quieres, pero no puedes? La próxima vez que quieras emprender un cambio en tu vida, el primer paso que debes dar, sí o sí, para alcanzar el resultado previsto, es programar tu mente. Que tu cerebro sea tu principal aliado, no tu más enconado enemigo. Tan pronto tu corazón y tu cerebro estén en sintonía, tu vida será terreno fértil para que siembres la semilla de la abundancia.
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