El arte de saber esperar (cultivar)

La vida es un suspiro, ¿lo sabías? Pero, cada suspiro puede ser una eternidad, ¿lo sabías? Es decir, desde el momento en que nacemos, todo el tiempo estamos expuestos a que la vida se acabe en un abrir y cerrar de ojos. Y, también, si así lo deseamos, podemos correr el riesgo de aprovechar cada segundo, de disfrutar lo maravilloso que la vida nos regala de mil formas increíbles.

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¿Por ejemplo? Metas desmedidas, expectativas exigentes, responsabilidades ilimitadas y, lo más pesado, creencias limitantes. En vez de vivir la vida tal y como viene, en vez de disfrutar el momento, vivimos atados a un pasado que ya no podemos cambiar. Estamos anclados porque cargamos pesados recuerdos y experiencias negativas que no nos dejan avanzar.

Por si eso fuera poco, regimos nuestra vida en función de un futuro que no ha llegado, que ni siquiera sabemos si va a llegar. Es por la forma en que nuestro cerebro fue programado cuando éramos niños: “tienes que estudiar”, “tienes que ir a la universidad”, “tienes que conseguir un buen trabajo”, “tienes que formar una familia con hijos”, “tienes que trabajar hasta jubilarte”, nos dicen.

La vida se nos pasa en un vaivén insoportable, sin control: viajamos al pasado en busca de aquello que añoramos o porque seguimos aferrados a algo que se quedó atrás y volamos al futuro imaginando algo que no sabemos si se dará, que a veces no es lo que deseamos. Acaso tenemos alguna alegría, una experiencia positiva que disfrutamos, pero eso es ocasional, pasajera.

Como un péndulo, perverso y doloroso, vamos de aquí para allá, del pasado al futuro, y la vida se consume, se desperdicia. Y nos olvidamos de vivir la vida, de disfrutar la vida. Nos olvidamos de lo único de lo que disponemos, del más grande tesoro que nos ha brindado la vida: el presente. Estamos obsesionados con el pasado, que ya fue, y con el futuro, que no sabemos si será.

Esto sucede, principalmente, porque vivimos angustiados. Nos provoca incertidumbre saber qué va a ocurrir en los próximos 5 minutos, al día siguiente, el mes que viene, dentro de cinco años. Tenemos tanto miedo de que la vida no nos dé aquello que deseamos, que no podemos esperar que la vida transcurra: queremos anticiparnos y, por eso, tomamos decisiones apresuradas.

Saber esperar no es un don reservado para unos pocos, sino una habilidad que cualquiera, puede desarrollar. Tú lo puedes hacer, si así lo eliges. Sin embargo, primero debemos entender en qué consiste la espera, que no es sentarse a ver si la vida te ofrece lo que tú anhelas, que no es dejar que la vida pase sin actuar y sin tomar decisiones, que no es creer que del cielo caerá maná.

La espera consiste en saber que eso que deseamos va a suceder en algún momento, pero siempre y cuando hagamos lo necesario para que suceda. Recuerda que todo lo que pasa en tu vida es fruto de tus acciones y de tus decisiones. En otras palabras, de lo que seas capaz de construir. Así, entonces, la espera es una actitud activa, es abonar el terreno para que la semilla brote y crezca.

Una de las razones por las cuales la mayoría de las veces no conseguimos lo que buscamos es que vamos tan rápido que no podemos apreciar lo que hay en el camino. Es como cuando viajas en el auto a más de 100 kilómetros por hora: tus ojos no alcanzan a percibir todo lo que hay afuera, porque las imágenes pasan como una ráfaga. Si quieres percibir los detalles, debes bajar la velocidad.

En la vida es igual: para disfrutar el momento, para extraer el aprendizaje de la experiencia sencilla, para apreciar esos pequeños detalles que marcan grandes diferencias, debes avanzar más lento, con menos afán. Debes esperar que los hechos se den para valorarlos, comprenderlos y tomar el aprendizaje que incorporan. Si no logras controlar la incertidumbre, pasarán de largo.

La mayoría de los errores que cometemos (¿o acaso todos?) son fruto de decisiones apresuradas. Porque creemos que tenemos el control de la situación, y no es así. Porque creemos que sabemos qué va a ocurrir, y no es así. Porque creemos que poseemos el conocimiento suficiente, y no es así. Porque creemos que hemos aprendido bastante, y no es así. Nos apresuramos y nos equivocamos.

Uno de los aprendizajes más valiosos, pero también más difíciles de adquirir, es aquel de entender que a la vida hay que dejarla fluir. Debemos aprender a controlar la incertidumbre, a no dejarnos llevar por la ansiedad, a no tomar decisiones si antes sopesar el pro y el contra de cada situación. Cuando nos apresuramos, quedamos a merced de las emociones, que no son buenas consejeras.

No es fácil, lo sé, pero es posible. Para ti, para cualquier persona. Tú puedes tomar el control de tu vida, de tus actos y, por supuesto, de tus decisiones. Antes de dar el primer paso de manera impulsiva, piensa en todas aquellas ocasiones en las que sufriste porque tomas decisiones apresuradas, porque no supiste esperar el momento adecuado para actuar conscientemente.

Ante la duda, abstente: si no estás seguro de cuál es el resultado de la acción que quieres emprender, no des el primer paso. Quizás no es el momento adecuado. Que algo que ansíes para tu vida no se dé en este momento determinado no significa, de manera alguna, que no se vaya a dar o que no sea para ti. Es solo que todavía no es el momento, que es necesario esperar un poco.

Saber esperar es una poderosa herramienta para crear la vida que deseamos, pero debemos aprender a utilizarla. Para ello, es necesario cultivar la virtud de la paciencia, que incorpora la espera consciente, la espera activa. Recuerda: un árbol no crece de un día para otro, por más que lo riegues constantemente. La semilla necesita su tiempo para brotar, crecer y florecer.

Piensa en todas aquellas cosas que deseabas ansiosamente cuando eras un niño y que quizás no pudiste tener. Un juguete, un viaje, un libro, una fiesta. Después, la vida te brindó esto y más, te compensó, te demostró que la espera paciente y consciente valió la pena. Nada de lo bueno en la vida sucede si lo forzamos: en saber esperar está la clave de valorar y aprovechar lo que recibimos.

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