La vida nos sonríe, siempre nos sonríe, aunque a veces ni siquiera nos damos cuenta porque miramos para otro lado, porque estamos enfocados en lo negativo. De hecho, aunque la vida les sonría a carcajadas, aunque tengan todo lo que necesitan y un poco más, son muchas las personas que no alcanzan la felicidad. Inclusive, son ellas mismas las que sabotean su felicidad.
Vamos a convenir algo que considero justo: no es fácil la vida en este mundo moderno. A pesar de que gozamos de comodidades que para generaciones anteriores era solo ciencia ficción, el ritmo frenético es fuente constante de problemas. Es difícil alcanzar tranquilidad y paz interior, es difícil lograr tus objetivos, es difícil conquistar tus sueños, es difícil vivir en abundancia.
Sin embargo, y lo sé porque lo viví en carne propia, una de las principales aficiones del ser humano es aquella de autosabotearse. Si una persona se interesa en ti, después de un tiempo pierdes el encanto y solo le ves defectos. Tomas el que crees es el trabajo de tus sueños y en unos meses se convierte en algo tóxico porque no logras encajar. Y así somos fuente eterna de problemas.
A veces, cuando me reúno con alguna de las personas que me ha dado el privilegio de ayudarla, tan solo necesito escucharlo con atención unos pocos minutos para darme cuenta de cuál es el problema. Como dice el título de la nota, a cada solución ideal le encuentran el problema perfecto. Nunca están conformes con lo que tienen, con lo que logran, con las bendiciones que es da la vida.
Y está bien que la vida no es fácil, como ya lo mencioné, pero tampoco es una tragedia constante. A veces, el mar está bravío, encrespado, y da miedo; otras, aparece calmo, suave, apacible. Y la vida es igual: nunca es una tragedia completa, nunca es una fiesta completa. Estoy seguro de que la forma más gráfica de definir la vida es la montaña rusa: subidas, bajadas, curvas, vértigo.
Ahora, bien, tampoco podemos pretender que no haya problemas, dificultades, obstáculos o como quieras llamar a esas situaciones a las que nos enfrentamos a diario. La mayoría de las veces, por no decir que todas las veces, esas situaciones complejas e incómodas son fruto de nuestras acciones y decisiones, es decir, fruto de lo que pensamos, de cómo actuamos y reaccionamos.
El problema es que no nos damos cuenta de las bendiciones que nos regala la vida. Un día más, la sonrisa de tu hijo, el beso de tu mujer, el abrazo de un amigo, la comida que no falta en tu mesa, el lecho cómodo en el que descansas, el agua fresca que bebes para calmar la sed, el abrigo que te protege del frío, el compañero que te enseñó algo, el alimento que te ayuda a conservar la salud.
Y podría extenderme más: el canto de los pájaros en el amanecer, la magnanimidad del atardecer, la belleza de una flor, el amor incondicional de tu mascota o la majestuosidad del mar. El hecho de abrir los ojos cada mañana y tener una nueva oportunidad ya es una gracia muy grande, un motivo para agradecer. Lo que ocurra de ahí en adelante el resto del día ya depende de nosotros mismos.
Y tú eliges: ¿tragedia y drama o felicidad y gratitud? Recuerda que la vida es una actitud, que nada de lo que nos sucede es fruto del azar o de eso que llamamos destino. Tú mismo construyes tu realidad con tus acciones y tus decisiones, con tus omisiones y tus equivocaciones. Y nada resuelves con culpar a otros, nada se soluciona si te obsesionas en ver siempre el lado negativo.
Hace unos días, mientras realizaba algunas gestiones personales en los bancos, me detuve en una confitería para descansar y tomar un café. Me senté un rato a observar a la gente y alcancé a escuchar las conversaciones de quienes estaban en las mesas de al lado. La verdad, salí un poco traumado de ese lugar, porque solo escuché quejas, reproches, amenazas y provocaciones.
Algo de locos, te digo. Hasta me cuestioné en qué planeta vivo yo que mi realidad, por fortuna, no es así. Claro que tengo dificultades, claro que cometo errores, claro que a veces la vida no me da lo que deseo. Como a ti, como a cualquiera. La diferencia está en que mi mente está programada para aceptar esas eventualidades, para entender que son parte vital del proceso de crecimiento.
En algún momento de mi vida, lo confieso, mi vida era un mar de problemas. Cada paso que daba, cada tarea que emprendía, cada decisión que tomaba resultaba mal. Después, gracias a la ayuda de mis mentores y al conocimiento que adquirí y puse en práctica, aprendí que no eran muchos problemas, sino uno solo: YO. Sí, yo era el detonante de cuanto me restaba la tranquilidad.
Y te digo que no fue fácil confrontarme, pero hoy lo agradezco. Jamás habría conseguido crecer como persona de no haber cambiado mi actitud, de no haber cesado esas acciones tóxicas en mi contra. Cuando cambié, cuando reprogramé mi mente y dejé de actuar de acuerdo con aquellas viejas creencias limitantes, descubrí un panorama hermoso, apacible, enriquecedor, abundante.
Ahora, cuando estoy en una situación incierta o complicada, busco el lado positivo. “¿Cuál será el valioso aprendizaje que encierra esta experiencia?”, me pregunto. No la veo como un problema, sino como una oportunidad. Así, con esa mentalidad, le arrebato el poder que tiene sobre mí y la capitalizo a mi favor. No eludo el problema, sino que lo abordo y saco el mayor provecho posible.
Es una estrategia que, si la aplicas, siempre funciona, en cualquier situación. Desde un problema menor (como una discusión con tu hijo) hasta uno mayor (como la pérdida de un ser querido). Aprendí que eso que llamamos problemas no son más que mensajes que nos envía la vida y está en nuestras manos descifrarlos y extraer de ellos las enseñanzas que nos permiten crecer.
La próxima vez que te sientas con el agua al cuello, que creas que la vida es injusta contigo, no te descargues con otros, no busques culpables donde no los hay. Simplemente, ve al baño y mírate al espejo: ahí, frente a ti, están tanto la razón de tus problemas como la solución de los mismos. Tú eliges. Si asumes esas situaciones con la actitud correcta, las recordarás como una anécdota.
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