El ayer, el pasado, ya fue; no lo puedes modificar y no te pertenece. El mañana, el futuro, está lejos de tu alcance; no sabes si vas a estar allí. Sin embargo, muchas personas cargan el pesado lastre del pasado y sufren por la angustia y la ansiedad que les provoca el futuro, mientras que desprecian el presente, su gran tesoro, lo mejor que tienen, pero que se les escapa de las manos.
El mundo moderno es difícil para cualquiera. La rutina nos abruma, la cotidianidad es caótica y hay mil y una razones para estar alterados: el ruido, la contaminación, la agresividad de las personas, la convivencia, el hambre, el desperdicio de los recursos naturales, en fin. Sin embargo, lo que en realidad nos quita el sueño es el afán de controlar todo lo que sucede a nuestro alrededor.
Las personas controladoras jamás consiguen ser felices, porque siempre están preocupadas por algo. Las atormentan los recuerdos del pasado, cargan con el lastre de relaciones tóxicas y quieren encontrar una explicación racional de todo lo que les ocurrió. No pueden soltar, viven atadas a un pasado que les hace daño y desconsoladas, aferradas a situaciones de las que salieron mal libradas.
Además, están obsesionadas con aquello que les pueda suceder después, mañana, en el futuro. Lo que más les preocupa es que las cosas no se den de la manera que ellas esperan, que les conviene, y por eso están permanentemente angustiadas. Quieren tener la razón, siempre, o se molestan, y sienten pánico de que la realidad no se dé como ellas la ven. Su vida no es agradable, para nada.
¿Sabes qué es lo peor? Que no solo quieren tener absoluto control de su vida, sino también de las de otros, de quienes les rodean. Son personas altamente tóxicas, incómodas, que viven en función de pensamientos negativos y obsesivos. Su principal ocupación es planear lo que van a hacer al día siguiente o, más grave aún, imaginando cómo será ese futuro que tanto los inquieta y preocupa.
Al comienzo, cuando entras en contacto con ellas, te parecen personas normales, comunes y corrientes. Sin embargo, a mediano y largo plazo te das cuenta de que se molestan porque no pueden controlarte y, entonces, despliegan estrategias más agresivas, más incómodas. No son capaces de aceptar que otros piensen distinto, que actúen distinto y tenga una vida propia.
Este, por supuesto, es un comportamiento aprendido, un hábito adquirido. Por lo general, como consecuencia del ejemplo de los padres, de los mayores, de los maestros o de amigos que poseen un carácter dominante. Son personas que en su niñez fueron sometidas, controladas al máximo, que vivieron con límites estrictos y no conciben la vida con libertad, con autonomía.
Las personas controladoras ven el mundo a través de sus ojos. Es decir, la realidad no es como es, sino como ellas quieren que sea y solo hay una forma de hacer las cosas: la que ellos conciben. Por eso, se molestan cuando alguien se sale de su norma, cuando otro elige un camino diferente al suyo. Se aferran a su plan y aborrecen los imprevistos, porque cambian sus planes, los frustran.
Además, permanentemente están inquietas por lo que va a suceder. En su cabeza crean un doble mundo imaginario: uno que pueden controlar, en el que se sienten cómodas, a plenitud, y otro que está lejos de su control, el que las inquieta, el que las obsesiona. Viven entre extremos: uno en el que todo funciona como ellas desean y otro en el que reina el caos y se sienten amenazadas.
Una persona controladora vive presa del pánico por aquello que no puede controlar, por lo que no puede evitar. Elige quedarse quieta, porque teme por las consecuencias de sus actos, tiene miedo de equivocarse. Cada vez que debe iniciar algo, por muy sencillo que sea, en su cabeza se prenden las alarmas con la pregunta “¿Y si…?”, que tiene efectos paralizantes. Es un círculo vicioso.
También son personas a las que les cuesta mostrarse tal y como son, por temor a ser rechazadas. Y viven en una constante batalla interna, tratando de controlar sus emociones y sus sentimientos para que no se salgan del plan establecido, para no sentirse vulnerables. En la práctica, son personas extremadamente inseguras, que dudan de todo y a las que les cuesta mucho confiar.
Si eres una persona controladora, debes entender que este comportamiento solo te llevará por el camino de la frustración. Lo primero es aceptar la vida tal y como es, como se da, inclusive en esos momentos en los que nos golpea. Si lo piensas detenidamente, encontrarás mil y una ocasiones en las que viviste experiencias maravillosas que no habías planeado, que estaban fuera de tu control.
La vida no se puede controlar, por fortuna. La incertidumbre, que por las creencias limitantes con que programaron nuestro cerebro la concebimos como algo negativo, es parte de la vida. Deja que la vida te sorprenda, que fluya con naturalidad y verás cómo es mucho más fácil y más agradable. No necesitas planear cada día, cada paso que das, porque así solo consigues vivir angustiado.
El abrazo de tu hija, un beso de tu esposa, la sonrisa de una amiga, el agradecimiento de alguien a quien ayudaste o la tranquilidad que hiciste lo correcto son experiencias que escapan de tu control, pero que te brindan felicidad, te hacen sentir pleno. Son momentos que se sienten, que se viven y se disfrutan sin límites siempre y cuando te lo permitas, si tienes una mentalidad abierta.
Pensar en el futuro, en lo que viene, no está mal. De hecho, todos los hacemos todo el tiempo. El problema surge cuando queremos anticiparnos a los hechos, cuando deseamos controlar lo que todavía no sucedió, cuando nos pasamos la vida imaginando, rumiando en la cabeza. Vivimos con pánico por algo que no sabemos si se dará y, también, porque tememos lo que pueda suceder.
Los eventos que nos ocurrieron en el pasado y que dejaron cicatrices que todavía no sanaron y que condicionan nuestros pensamientos, decisiones y actuaciones. ¿Cómo? Distorsionan la forma en que percibimos las experiencias que vivimos y las interpretaciones que les damos. Vivir así no es cómodo, ni agradable, porque nos perdemos lo mejor de lo que disponemos: ¡del presente!
Aprovecha el aprendizaje que surge del pasado, de los errores que cometiste, de las experiencias que viviste, y adáptate a las circunstancias. Acepta la vida como viene, asúmela con tranquilidad y mantente enfocado en el presenta para poder tomar decisiones conscientes y convenientes.
Cree en ti, en tu instinto, en tu sabiduría interior, en el conocimiento que tienes y vive el presente. Cada día, al despertar, abre los ojos y mira a tu alrededor: encontrarás mil y una razones, poderosas razones, para estar agradecido con la vida.
Olvídate del pasado y no sientas temor por el futuro, que finalmente no es más que la consecuencia de lo que haces en el presente, de tus acciones y decisiones. Preocúpate por lo que depende de ti y deja que la vida fluya.