La mayor parte de la vida, los mejores años de la vida, los dedicamos a trabajar. Al menos 45 años de la vida se consumen en labores profesionales, que pueden llegar a ser 60 si contabilizamos los previos, los de preparación académica en el colegio y la universidad. Sin embargo, el ámbito laboral es la principal fuente de malestar, de dificultades y, en especial, de infelicidad.
“Estudia, esfuérzate y gradúate con honores en el colegio y en la universidad. Luego, consigue un buen trabajo, uno bien remunerado, y haz una carrera hasta que llegue la hora de jubilarte. Será, entonces, cuando puedas comenzar a disfrutar la vida”, nos enseñan. Y, por eso, generación tras generación, nos consumimos entre cuatro paredes, dejamos que nuestros sueños se extingan.
Una de las creencias limitantes más fuertes que existen en la del trabajo perfecto. Lo primero que me pasa por la cabeza es preguntar ¿existe el trabajo perfecto? Lo segundo es que debo hacer una aclaración pertinente: jamás fui empleado, jamás estuve subordinado a un jefe, ni dependía de un salario. Es por lo que mi visión sobre el ámbito laboral quizás no sea la convencional.
Por otro lado, he visto a muchos de mis familiares, de mis vecinos, de mis amigos, desperdiciar su vida en una oficina, amargados por tener que cumplir un horario y, lo peor, ocupados en labores que no los satisfacen, que lo les brinda felicidad. Durante muchos años, me pregunté cómo hacían para soportar eso sin rebelarse y un día lo descubrí: es por su programación mental, por sus creencias.
Todos hemos sido testigos de charlas con papá o con el abuelo en las que nos relatan sus vivencias, sus logros, aquellos episodios de su vida de los que se sienten orgullosos. En la mayoría de los casos, vinculados a su vida laboral: cómo consiguieron su primer trabajo, en qué gastaron su primer salario, su primer ascenso, el día que los condecoraron por sus servicios, en fin.
Son historias que se antojan inocentes, positivas, pero que a la hora de la verdad encierran mensajes limitantes muy poderosos que se graban en nuestra mente y nos programan para seguir el mismo camino. En mi caso, el antídoto fue la grave crisis que enfrentó la familia cuando era un adolescente y la empresa quebró: me di cuenta de que eso no era lo que quería en mi vida.
Hace poco leí un artículo acerca de los resultados de un estudio realizado por una reconocida empresa de gestión de empleo, en el que daba cuenta de que más del 57 por ciento de los trabajadores de Latinoamérica reconocer no ser feliz en el trabajo. ¿Qué hacen allí, entonces?, me pregunté. El problema es que no hay una sola respuesta o, mejor, no hay una respuesta adecuada.
¿Por qué? Porque la felicidad en el trabajo, igual que en la vida, es un tema personal. Es decir, lo que a mí me brinda felicidad quizás a ti y a muchos otros les provoca tedio o infelicidad. ¿Lo entiendes? No hay una fórmula exacta, de la misma manera que no hay un trabajo perfecto. Sin embargo, las personas siguen empeñadas, obsesionadas, con obtener uno que sea el ideal.
“Tienes que ser un buen abogado, como tu padre, como tu abuelo, como tu bisabuelo”, es el mensaje con graban en tu mente. No te preguntan qué quieres ser, no importan tus dones y tus talentos, lo único que interesa es que continúes la tradición familiar, que hagas felices a tus mayores. El problema es que ese es un círculo vicioso que trunca tus sueños y frustra tu vida.
En el caso de las mujeres, el discurso es más limitante. “Tu destino es casarte, ser una buena esposa y criar a tus hijos”. ¿Y el trabajo? ¿Y sus sueños? La sociedad está diseñada para obstaculizar a la mujer, para ponérsela difícil en el ámbito laboral, para desmotivarla con salarios menores, con mayores condiciones para acceder a las buenas oportunidades, con pocos o ningún estímulo.
Además, se le impone la carga de ser la responsable del hogar, no solo de los hijos. Se le impone que debe velar por la armonía familiar, como si esa no fuera una tarea de todos los miembros del núcleo. Y se la somete a una terrible presión, que en la práctica se antoja como un castigo: se provoca un conflicto permanente entre su vida personal y la laboral, pero no hay elección.
El trabajo ideal no es un buen cargo, o una buena remuneración, o uno que combine ambos factores. El trabajo ideal es aquel que está alineado con tus dones y talentos, con tu pasión. Es uno que realizarías todos y cada uno de los días del resto de tu vida, inclusive si no recibieras pago alguno por ello, pero lo harías porque te apasiona, porque quieres servirá otras personas.
No existe justificación alguna para que desperdicies tu vida en un trabajo que no te hace feliz, sea uno convencional o un emprendimiento propio. Cuando no eres feliz en lo que haces, cuando tu trabajo solo te trae desdicha y preocupaciones, pero sigues ahí cada día, solo tienes una salida: reaccionar, dar un vuelco radical a tu vida y, lo más importante, reprogramar tu mente.
La vida es muy corta y nunca es el paraíso que esperamos. Abundan las dificultades y debemos cargar con el lastre de las creencias limitantes y de la presión social. El primer paso para salir de ese círculo vicioso es ser conscientes de qué queremos, de cuál es el propósito que nos mueve, de qué nos apasiona. El autoconocimiento es indispensable si queremos cambiar algo en nuestra vida.
Este es un paso que muchas personas quieren dar, pero que no se atreven porque los invade el miedo o, peor aún, porque intentan avanzar en solitario. La reprogramación mental, el proceso de enfrentar nuestras creencias limitantes y comenzar la construcción de una nueva vida no es posible sin la ayuda adecuada, la de una persona idónea que pasó por lo mismo y ya lo superó.
Pasamos más de la mitad de la vida inmersos en el ámbito laboral, así que no podemos darnos el lujo de involucrarnos en un ambiente tóxico que frene nuestro desarrollo personal y que nos impida alcanzar la felicidad que deseamos. Ya lo mencioné: es un terrible círculo vicioso del que solo podrás salir si cuentas con la ayuda idónea que te dé el conocimiento requerido. ¡Tú eliges!