No te des más golpes de pecho: ¡cambia!

“Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”. Llega el momento en el que los golpes de pecho son inevitables, independientemente de cuán dolorosos puedan ser. ¿Sabes cuándo ocurre? El día que te cansas de tropezar con la misma piedra y que, además, se derrumbaron también todas esas disculpas que habitualmente usamos los seres humanos para justificar nuestras acciones.

Una de las realidades más apremiantes de la vida es aquella de vernos obligados a asumir la responsabilidad de lo que hacemos. Por lo que nos enseñaron cuando éramos niños, creemos que lo bueno (o positivo) surge de nosotros, mientras que lo malo (o negativo) viene del exterior: de otras personas, de las energías del universo, de alguna manifestación del ser supremo.

Y dado que en términos generales son más las situaciones negativas en la que nos vemos involucrados cada día, nos pasamos gran parte de la vida buscando responsables o, más exactamente, culpables de cuando nos sucede. Así, entonces, vemos enemigos por doquier: en casa, en el trabajo, en las relaciones, en la naturaleza, en el gobierno, en la economía…

Quizás nos pasemos muchos años involucrados en ese espiral sin fin que nosotros mismos creamos, una especie de tornado o huracán. Por eso, sentimos que la vida se nos convirtió en dar vueltas y vueltas sin cesar. Es un doloroso y perverso círculo vicioso en el que te desgastas, en el que desperdicias las oportunidades, en el que te frustras; lo único seguro es que nunca avanzas.

Esa es la razón por la cual hagas lo que hagas, sin importar cómo lo hagas, no avanzas. ¿Eso qué significa? Que nunca vas a alcanzar lo que deseas, nunca vas a cristalizar tus sueños, nunca vas a ser feliz, próspero y abundante. Todo el tiempo estarás en ese tornado dando vueltas y vueltas. Lo peor es que a veces ni siquiera eres consciente de que estás estancado, no lo quieres aceptar.

Acuérdate de cuando eras un chico y vivías en la casa de tus padres: ¿a quién culpabas de lo malo que te sucedía? A tus padres, por supuesto, o a tus hermanos. Y te obsesionas con la idea de independizarte, de irte a vivir con tu pareja para acabar con ese problema. Sin embargo, poco tiempo después te das cuenta de que, aun lejos de tu familia, sigues en la misma situación.

Y lo mismo ocurre en tu trabajo o con tus amigos. Crees que todo anda bien, pero a cada rato encuentras tropiezos, te enfrentas con tus compañeros y amigos y esas relaciones, que deberían ser fuente de enriquecimiento personal, se convierten en algo tóxico, es decir, en el polo opuesto. ¿A dónde llegas? A un punto en el que nada, absolutamente nada de tu vida funciona como debiera.

Ese es el día que te mencioné al comienzo, aquel en el que ya se te acabaron las excusas, en el que ya no tiene sentido culpar a los demás por lo que te ocurre. Te das cuenta de ello cuando vas al baño y te miras en el espejo y ves a tu enemigo. “Pero si ese soy yo, ¿cómo puede ser posible?”, te preguntas. Sí, ese eres tú. Eres tú, el único responsable de tu vida, de los resultados que obtienes.

Tienes dos opciones: sigues mirando para otro lado, sigues buscando culpables donde no los hay y te acomodas en esa vida que, aunque no te lleva a ningún lado, al menos te evita asumir tus responsabilidades. La segunda alternativa, que fue la que me permitió cambiar mi vida: tomé las riendas de mi existencia, entendí que soy el origen de cuanto me ocurre y trabajé para cambiar.

¿Cómo lo logré? Entendí que, si cambias tu forma de pensar, si derrumbas las creencias limitantes que te mantienen estancado, si cambias las acciones que has realizado durante tanto tiempo, vas a lograr que cambien los resultados. Lo imprescindible es que cambies la mentalidad que te llevó a esa situación de caos, porque de lo contrario en algún momento tropezarás con la misma piedra.

Un día, cuando toqué fondo, me di cuenta de que el único responsable de lo que me sucedía, de que el único culpable de mis desgracias era yo. Me di cuenta de que el obstáculo más difícil de superar era yo, con mis complejos, mis creencias limitantes, mis miedos. Nosotros mismos somos el principal enemigo que enfrentamos a la hora de ir a buscar nuestros sueños, el éxito o la felicidad.

Somos expertos en autosabotearnos, en elegir el camino incorrecto (generalmente, el más fácil), en encontrarle el problema perfecto a la solución ideal. Y luego somos expertos en señalar culpables, en quejarnos, en reprocharle a la vida. Y así se nos pasa la vida, así se nos va la vida. ¿Y sabes qué es lo peor? Que muchas personas ni siquiera se dan cuenta, y no logran salir de allí.

No importa cuánto conocimiento poseas, cuál haya sido tu trayectoria, qué experiencias hayas vivido, de qué herramientas y recursos dispongas: mientras no salgas del tornado, mientras no cambies tu mentalidad, mientras no reprogrames tu mente, mientras no cambies tus acciones y tus decisiones, ¡los resultados NO cambiarán! Esta premisa funciona a la perfección, amigo mío.

Te menciono tres verdades que tienes que incorporar en tu vida:

1.- Tú, y solo tú, eres el dueño de tu vida, el responsable de cuando te ocurre

2.- Tú tienes el poder para cambiar, para conseguir lo que quieres: está en tu mente

3.- Necesitas ayuda de alguien que ya está donde tú quieres estar, que te pueda guiar

Recuerda cuando eras niño y salías a la calle con sus padres: siempre, alguno de ellos te tomaba de la mano y te guiaba, evitaba que te fueras por el camino equivocado, te llevaban al lugar al que habían previsto llegar. Es importante que entiendas que eres el dueño de tu destino, que tengas el deseo de cambiar para mejorar tu vida, pero eso no es suficiente. ¡Todos necesitamos ayuda!

Y, antes de que me expongas alguna objeción, te digo lo que aprendí: aceptar la ayuda de otros no es síntoma de debilidad, sino manifestación de inteligencia. Es entender nuestras limitaciones, es saber que requerimos conocimiento y experiencia (es decir, cometer errores) y, por último, es comprender que nadie, absolutamente nadie, logró éxito, felicidad y abundancia sin la ayuda de otros.

Tú puedes, si quieres. Tú puedes, si adquieres el conocimiento necesario. Tú puedes, si cambias tu mentalidad y derrumbas tus creencias limitantes. Tú puedes, si asumes el control de tu vida y la llevas por el rumbo que deseas. Tú puedes, si te rodeas de las personas adecuadas, las que te inspiren, te motiven, saquen lo mejor de ti y te acorten la curva de aprendizaje. ¡Tú puedes…!

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