¿Mejor solo que mal acompañado?

Uno de los miedos más aterradores, de esos que queremos evitar a toda costa, es aquel de quedarnos solos, de sentirnos solos. El hombre, por naturaleza, es un ser social, es decir, está hecho para vivir en comunidad, que no es algo distinto a vivir con otros. En la teoría está muy bien, solo que a veces, muchas veces, en la práctica nos lleva a cometer un grave y costoso error.

Si vives en algún país de Latinoamérica, seguramente escuchaste un popular dicho según el cual “Mejor estar solo que mal acompañado”. Si bien aplica a cualquier actividad de la vida, por lo general está conectado con las relaciones personales, en especial, las sentimentales. Se invoca después de una ruptura, en medio de ese dolor que nos produce la terminación del vínculo.

En medio del despecho, de ese “te amo, pero también te odio” que nos da vueltas y vueltas en la cabeza, gritamos los cuatro vientos que es “Mejor estar solo que mal acompañado”. Sin embargo, apenas el dolor se atenúa, apenas la rabia se disipa, apenas se recupera la alegría, volvemos a bajar la guardia y, de nuevo, quedamos expuestos a andar en malas compañías.

Desde que somos niños, en casa nos enseñan que tenemos que estar rodeados de los que llamamos nuestros seres queridos: padres, hermanos, abuelos, tíos y primos, algo así como el primer anillo, y de amigos, compañeros y parejas, como el segundo anillo. Y está bien, siempre y cuando esas personas contribuyan a tu desarrollo, aporten a tu crecimiento y a tu felicidad.

¿Por qué digo esto? Porque sucede a veces, más veces de las que nos gusta reconocer en voz alta y en público, que la mayor fuente de nuestros problemas, de nuestros conflictos, de nuestras desgracias, se origina en esos círculos íntimos. Es decir, los obstáculos que impiden que alcances tus sueños, que seas felices, que tengas una vida de abundancia, son personas cercanas a ti.

Sé que este es un tema polémico del que prácticamente nadie quiere hablar. Es porque nos enfrenta a las creencias limitantes con que fueron programados nuestros cerebros. Nos han dicho que la familia es el cimiento de la sociedad, que la familia es la prioridad de tu vida, que los amigos son para toda la vida, en fin. Sin embargo, en la práctica, en la realidad, sabemos que no es tan así.

Estoy completamente seguro de que tú conoces al menos un caso (sé que son más, pero solo uno) de personas cuyos enemigos eran sus padres o sus hermanos, o su pareja. Personas que dedicaron años de su vida a cultivar una relación y, al paso del tiempo, vieron cómo esos vínculos se hacían añicos. ¿El resultado? Su vida también se hizo pedazos, por el cordón umbilical de la dependencia.

Creemos que para estar completos como seres humanos necesitamos que haya otro a nuestro lado. Y sí, es vedad, pero otro no significa cualquiera, no significa el que te hace daño. Y esto, dolorosamente, aplica igual si es tu padre, tu pareja, tu amigo, tu hermano, tu compañero de trabajo. Sabemos que nos hace daño, pero la presión social nos impide cambiar.

También estamos convencidos de que necesitamos la aprobación de otros para ser felices, y no es así. Pensamos que debemos ser simpáticos con todos y con cualquiera, que debemos caerle bien a todo el mundo, y no se puede. Entonces, aunque somos conscientes de que se trata de una relación tóxica, de un lastre que nos impide avanzar, seguimos atados a ella por el pánico a la soledad.

Entonces, nos aferramos a personas que no deberían ser parte de nuestra vida. Nos empeñamos en sacrificar lo que sea necesario, en hacer lo que sea necesario, en adaptarnos a lo que sea necesario con tal de no estar solos. Aunque no nos amen, aunque nos hagan daño, aunque nos impidan avanzar, aunque sean el principal obstáculo camino del éxito, la felicidad y la abundancia.

Por las creencias limitantes, pensamos que tenemos la capacidad para hacer que esas personas cambien y sean buenas. La verdad, sin embargo, y seguramente lo habrás comprobado en carne propia, es que tropezamos una y otra vez con la misma piedra. Y cada vez que caemos nos preguntamos “¿Por qué, por qué otra vez?”, como si no supiéramos cual es la respuesta.

¿Sabes cuál es la respuesta? Porque eso es lo que atraemos a nuestra vida. Creemos que si nos alejamos de nuestros padres, hermanos, amigos o parejas la vida va a perder sentido, cuando en realidad es lo contrario: tu vida pierde sentido cuando permites que alguna persona, ellos u otra, te intoxique, se convierta en la fuente que emana las energías negativas que te impiden avanzar.

Por si no lo sabías, todo lo que existe en el mundo, a tu alrededor, es energía. Hay buenas y malas, positivas y negativas, constructivas y destructivas. Tú eliges cuáles quieres en tu vida, tú atraes las que deseas tener a tu lado. Inconscientemente, tú eres el vínculo entre aquello que te hace daño y tu malestar: tú eres el vehículo que las energías negativas y destructivas usan para llegar a tu vida.

Se trata de una situación muy compleja, pero no es el acabose. De hecho, tengo buenas noticias para ti: tú tienes el poder para cambiarlo. ¿Lo sabías? De hecho, tú eres el único que puede evitar que lo tóxico entre en tu vida. La siguiente pregunta pertinente es, ¿estás interesado en hacerlo? No creas que es un interrogante lógico, porque son muchas las personas que no quieren cambiar.

Y, bueno, allá ellos. Me enfoco en personas como tú que desean tener una vida mejor, que en serio quieren estar rodeados de la abundancia que la vida tiene a su disposición. Lo primero que debes hacer es soltar, desapegarte de esas personas que te hacen daño. ¡Sea quien sea! Será duro, lo sé, porque yo mismo lo experimenté, pero es imprescindible para que reprogrames tu mente.

Aléjate de la gente que desea controlarte, de la que es indiferente a tus sentimientos y tu interés, de la que te pide todo y no te da nada a cambio, de la que te roba tus energías. Entiende que, por esencia, tú ya estás completo, que en tu interior dispones de aquello necesario para ser feliz. La presencia de otras personas en tu vida es un complemento, algo establecido para sumar.

No le vas a caer a todo el mundo, no les vas a interesar a todas las personas que a ti te interesan, no necesitas estar pegado a otro para ser feliz. No eres para todos y no todos son para ti es la lección que debes aprender y, sobre todo, poner en práctica. Dolerá, como cuando te extraen una muela, pero podrás seguir viviendo, podrás continuar con tus proyectos, podrás alcanzar tus sueños.

Hay millones de personas en el mundo y solo unas pocas podrán ser parte de tu círculo cercano, solo unas pocas te ayudarán a crecer y te impulsarán al éxito y la abundancia. Para conectar con esas personas, eso sí, primero debes soltar a las que te estancan, a las que te hacen daño, a las que significan energías negativas y destructivas. Recuerda: tú tienes el poder. ¿Qué eliges?

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