15 minutos para salvar tu vida

Si alguna vez condujiste un auto, sabrás que no puedes ir todo el tiempo a la misma velocidad. El camino te ofrece obstáculo, te obliga a dar vuelta en algunas esquinas y, de hecho, hay normas que te impiden avanzar a velocidades elevadas. Entonces, tienes que armarte de paciencia y, más bien, disfrutar el viaje mientras dura. No tiene sentido amargarse y tampoco, arriesgarse.

A cada rato, cuando transito por la autopista, veo accidentes graves, autos que quedaron destruidos tras la colisión y el reporte de heridos, eventualmente, de una víctima también. Me detengo y le pregunto al oficial de la Policía de Carreteras cuál fue la causa del siniestro y la mayoría de las veces la respuesta es “Exceso de velocidad e imprudencia al volante”.

En la vida ocurre igual: no podemos ir todo el tiempo a altas velocidades; es bueno que hagamos un cambio, que bajemos las revoluciones, que hagamos un pare. Bien se sabe que del afán solo queda el cansancio, algo que en estos días comprobé en carne propia: andaba a mil por hora en la tarea de adelantar un mi próximo proyecto y eso, unido a otras responsabilidades, me sobrepasó.

Literalmente, el cuerpo y la mente dijeron ¡No más! Por fortuna, no me enfermé, no fue algo grave, solo exceso de cansancio o, de otra manera, exceso de velocidad en la autopista de la vida. Llegó un momento en que algo dentro de mí me dijo “Baja las revoluciones, piensa en ti”, y no hubo más remedio que escucharla y hacer un breve receso en las ocupaciones que adelantaba.

¿Por qué te digo todo esto? Porque los seres humanos tenemos la tendencia a creer que la vida es una competencia y, claro, no queremos ser los perdedores. Entonces, nos enfrascamos en una loca carrera, con el acelerador a fondo, sin darnos cuenta de cuánto daño nos hacemos. Ni siquiera nos damos la oportunidad de disfrutar la vida, lo bueno que nos brinda la vida cada día.

Ese, por supuesto, es un mal heredado, un hábito aprendido. Creemos que, si no hacemos eso, los demás van a decir que somos vagos, que estamos de paseo en este mundo. Y nos van a ver mal, nos van a juzgar, nos van a castigar. Y eso, claro, no lo podemos permitir, porque nos importa, y mucho, el qué dirán y necesitamos la aprobación de otros para sentirnos bien, sentirnos aceptados.

Durante 30 o 40 años, o más, nos dedicamos a eso: a pisar el acelerador a fondo y a correr por la vida como locos, a sabiendas de que en alguna curva traicionera nos podemos salir del camino o de que estamos expuestos a estrellarnos contra el planeta. Pero, asumimos el riesgo de manera irresponsable, sin pensar en las consecuencias, sin caer en cuenta de que es casi un suicidio.

Se nos olvida que estamos jugando con lo más valioso que poseemos, la vida, y con nosotros mismos. Nos exponemos de forma innecesaria porque, además, sabemos que correr más no significa llegar primero o llegar mejor. Aunque fue una situación que me incomodó, porque tuve que sacrificar algunas actividades que me enriquecen intelectualmente, no había alternativa.

Esto me llevó a hacer una reflexión que comparto contigo a través de estas líneas. De las 16 horas que en promedio estamos despiertos cada día, y que equivalen a 960 minutos, reserva para ti 15 minutos. ¡Sí, nada más un cuarto de hora! ¿Crees que es posible? Yo te diría que es indispensable. ¿Y para qué reservar ese tiempo? Para descubrirte, para reconciliarte contigo mismo.

En medio del frenesí que es la vida cotidiana, con tantas responsabilidades que cargamos encima, solemos olvidarnos de lo más importante. ¿Sabes a qué me refiero? A ti, nos olvidamos de nosotros. Tienes hambre, pero dices “ahora más tarde como, porque estoy trabajando”; estás cansado, pero dices “duermo el fin de semana, porque tengo que presentar este informe”.

Y así sucesivamente: siempre aplazas, siempre procrastinas aquello que te hace bien: el descanso, el cuidado personal, un poco de deporte o de lectura, hacer lo que te gusta, en fin. Crees que lo tienes controlado, pero la verdad es lo contrario: el frenesí te controla a ti, te pasa por encima. Y cuando te das cuenta ya no lo puede remediar: te saliste de la autopista o te estrellaste.

Por lo que nos enseñaron cuando éramos niños, estamos convencidos de que la vida es trabajar y trabajar, a 150 km por hora todo el tiempo. Así, cualquier máquina se funde, por buena que sea. No importa que sea el motor de un Rolls Royce, de un Jaguar, de un Maserati o de un Ferrari: si no le bajas las revoluciones en algún momento, si no haces un cambio, tarde o temprano se funde.

Soy fanático de la Fórmula Uno y me encantan esos autos, me resultan apasionantes las carreras y espectaculares los autos. Y hay algo que todavía no entiendo: ¿cómo pueden fundir un motor de esos, hecho precisamente para estos avatares? No sé, pero lo funden. Sobrepasan la exigencia y lo llevan más allá de sus límites, hasta que las piezas dicen ‘no más’ y la máquina se para.

Ocupar solo 15 minutos de cada día para ti es algo que brinda grandes beneficios. Es como cuando tu computadora se pone lenta y la reseteas: cuando vuelves a prender está como un bólido. A tu cuerpo y a tu mente les ocurre lo mismo: necesitan que les des un respiro, que te desconectes de las redes sociales, de los conflictos, de los compromisos, de los miedos, de las creencias limitantes.

Solo durante 15 minutos, nada más. Un tiempo para que te alejes de todo y de todos, para que te encierres en un cuarto en el que nadie te moleste y escuches un poco de música que te invite a la meditación. Un tiempo para que te relajes, medites, respires profundo con los ojos cerrados y visualices la tranquilidad, la felicidad, la prosperidad y la abundancia que tanto anhelas.

Es como hacer un viaje a tu interior, a lo más profundo de tu ser. Una apasionante excursión de la que, te lo aseguro, obtendrás grandes beneficios. Tu mente, tu cuerpo y tu salud lo agradecerán. El resto del día, después de este breve receso de 15 minutos, serás más producto, más proactivo, más tolerante, más positivo; desconectarte de lo que te intoxica te ayudará a ser tu mejor versión.

Recuerda: ningún auto, ni siquiera uno de Fórmula Uno, puede ir todo el tiempo a máxima velocidad, sin hacer un cambio y bajar las revoluciones. El ser humano, tú, es una máquina perfecta, pero no indestructible. No juegues con lo más valioso que posees, que eres tú mismo: haz un breve receso cada día, de 15 minutos, y verás cómo la vida te recompensa esta práctica.

Scroll al inicio