¿Te ha pasado alguna vez que te paras frente al espejo y la persona que está frente a ti no eres tú? Bueno, no de manera exacta, sino figurada, pero real. A todos, sin excepción, nos ocurre alguna vez en la vida; a muchos, dolorosamente, les sucede toda la vida. Son aquellas personas que requieren urgentemente la aprobación de otros en cada una de las actividades que realizan.
Una de las creencias limitantes más poderosas y aterradoras del caduco modelo educativo en el que crecimos las últimas generaciones del siglo XX es aquella de querer complacer a los demás. Desde niños, papá y mamá, a veces también tus hermanos mayores y los abuelos, te dicen si esa ropa que llevas te luce bien, si tu peinado es el adecuado, si tus amigos son los que te convienen.
Después, cuando creces y ya no les paras bolas a tus familiares, es tu pareja o tu jefe, o tus compañeros de trabajo, los que te marcan las pautas. De cómo vestirte, de con quién salir, de qué comer, de qué actividades debes realizar en tu tiempo libre, de cómo comportarte. En la práctica, todo lo que haces está determinado por otros, aunque inconscientemente tu creas que elegiste.
Nos gusta gustarles a los demás, y perdona la redundancia. En otras palabras, tenemos miedo (¿o más bien será pánico?) a que los demás no nos aprueben. No queremos ser relegados o quedarnos solos y, por eso, nos adaptamos a las exigencias de los demás. No importa si perdemos la esencia, si desempeñamos un rol en el que no estamos cómodos y, peor aún, en el que no somos felices.
Es una creencia cultiva, especialmente, en la juventud. En la adolescencia, no importa a cuál generación pertenezcas, lo que piensen de ti los demás te condiciona. Esa es la razón por la que muchos jóvenes comienzan a fumar o a ingerir bebidas alcohólicas, o se adentran en el tenebroso mundo de la drogadicción: lo hacen para ser aprobados por los demás, para que no los releguen.
Se sienten fuertes y poderosos, cuando en realidad son débiles. No tienen la capacidad para decir NO y asumir las consecuencias, por falta de madurez, porque la presión social es grande, porque creen que están obligados a seguir las normas establecidas. La verdad es que están engañados, que tienen autoestima baja y que carecen de los principios y valores para hacerse respetar.
Porque de eso se trata, de respeto, de aceptarte tal y como eres, de entender que hay límites y que la primera regla de vida que debes aplicar es valorarte, quererte. Una de las consecuencias más dolorosas de querer complacer a otros, de vivir pendiente de la aprobación de otros, es que al final te das cuenta de que no puedes conformarlos, de que hagas lo que hagas no te aceptarán.
Así, entonces, nunca serás feliz y jamás estarás en paz contigo mismo. Te castigarás, te reprocharás permanentemente y terminarás solo, arrepentido y frustrado. Pasarás tu vida en función de los demás, dando explicaciones que nadie te ha pedido y, lo peor, confundido y desorientado: nunca sabrás con exactitud qué es en realidad lo que otros quieren y esperan de ti.
Es un mal que se manifiesta en muchas relaciones de pareja: una de las personas quiere complacer a la otra porque cree que así la van a querer más y mejor. Pero, lo sabemos, no es así. A la hora de la verdad, esa relación se transforma en manipulación, en discusiones frecuentes y se rompe la armonía que debe reinar. Hagas lo que hagas, la otra persona jamás estará satisfecha.
Ocurre también, y mucho, en las relaciones de amistad o de compañeros de trabajo. Adoptamos comportamientos con los que en la mayoría de las ocasiones no estamos de acuerdo, pero lo hacemos para ser aceptados en el grupo. Por ejemplo, cuando llegamos a una nueva empresa y empezamos a relacionarnos: queremos ser aprobados, que nos vean como alguien de confianza.
El origen del problema es que, aunque no lo aceptes conscientemente, no eres feliz con la persona que eres, no estás conforme contigo mismo. Odias tus defectos y menosprecias tus virtudes, por lo que tu autoestima siempre está en niveles bajos. Por eso, buscas la aprobación de otros: necesitas que te digan que luces bien, que eres simpático; requieres que te reconozcan, porque tú no lo haces.
Adaptarnos al entorno para ser aceptados es una conducta tóxica, dañina. Nunca, léelo bien, nunca serán positivos los resultados de este comportamiento. De hecho, el único perdedor serás tú, solo tú. Buscar aprobación es algo que hacemos por el temor a quedarnos solos, pero al final, irónicamente, el único resultado es que ¡nos quedamos solos! Pierdes con cara, pierdes con cruz.
Vivir en función de los patrones marcados por otros es una suerte de autoflagelación. El único camino válido para alcanzar la felicidad, el éxito y la abundancia que deseas es aceptarte tal y como eres. Eso, por supuesto, no significa conformarte, sino apreciarte honestamente, reconocer tus debilidades y tus límites y aprovechar los dones y talentos que te dio la vida para superarlos.
Una de las lecciones más valiosas que me enseñó la vida es que no podemos vivir en función de otros. Ni siquiera de tus padres o de tu pareja, o de tus hijos. Cada uno de nosotros es un mundo, un ser individual y en eso radica, precisamente, nuestro valor. Somos irrepetibles, para bien o para mal, con lo bueno y con lo malo. Y nuestra tarea, entonces, consiste en construir la mejor versión posible.
Quizás tú eres de tantas personas que se excusan en que son tímidas o introvertidas, cuando en realidad se comportan así porque sienten temor de que los otros sepan cómo son, que se den cuenta de sus defectos y limitaciones. Juzgarnos con tal dureza solo nos provocará resentimiento y dolor, nos hará infelices. Es preferible que te rechacen por ser como eres y no que te acepten como un impostor.
No tienes porqué ser perfecto, entre otras razones porque nadie lo es. Principalmente, porque la misión con la que llegamos a este mundo es la de trabajar en nosotros mismos, en cultivar el intelecto, en fortalecer nuestras virtudes y, principalmente, en servir a otros. Y esto último solo es posible cuando tú te muestras como eres en realidad: ser único, créeme, es tu mayor valor.
Que la próxima vez que te pares frente al espejo veas al ser maravilloso que eres, que te alegres de ser como eres, que aprecies las cicatrices y las arrugas que finalmente no son más que señales de tus avances, de tus conquistas. Cree en ti, confía en ti. Haz lo que tu corazón te indique, porque hagas lo que hagas te van a criticar. Eres lo mejor que tienes, así que valórate, quiérete.