Las emociones: un oasis o un tsumani

“¿Por qué? ¿Por qué a mí? ¿Qué hice para merecer esto?”. Cuando la vida nos golpea, cuando la realidad nos muestra su peor cara, es imposible no formularnos estos interrogantes. Que, además, son como echarle sal a la herida, porque en vez de ayudarnos a encontrar una respuesta contribuyen a incrementar la sensación de tristeza, a aumentar los daños colaterales.

Una de las principales causas de las desdichas del ser humano es su deseo irreprimible de hallarle una explicación consciente a todo lo que le ocurre. Y sí existe, pero no en el lugar donde las busca, en su exterior. La respuesta está en tu interior, porque es de allí que surge cuanto te sucede en la vida, lo bueno y lo malo, lo positivo y lo negativo, lo constructivo y lo toxico. Es una ley de la vida.

Sin embargo, por lo que nos enseñaron y por el ejemplo de nuestros mayores, por la presión de la sociedad en que vivimos, aprendemos a trasladar la responsabilidad. Se la achacamos a lo que llamamos destino, a los astros (el horóscopo), a la suerte, a un ser supremo o, en su defecto, a algo más mundano como el gobierno de turno, el precio del petróleo, a los vaivenes de la economía, en fin.

Excusas, nada más que excusas. Si fuera así, entonces, ¿por qué hay gente que vive feliz? ¿Por qué hay personas exitosas y abundantes? ¿Por qué hay quienes alcanzan riqueza? La diferencia está en lo que cada uno hace con su vida y eso está determinado, fundamentalmente, por la gestión de los pensamientos y de las emociones. Que pueden ser nuestros mejores aliados o los más grandes verdugos.

Pensamientos que se alojan en la mente, emociones que bullen en el corazón. Están ligados irremediablemente, para bien o para mal, aunque con una salvedad: más allá de que es la capacidad de raciocinio la que diferencia al ser humano del resto de especies, nos comportamos de la misma manera, es decir, nos dejamos llevar por las emociones, somos instintivos.

Las emociones son las que le dan color a la vida y las que guían los pensamientos. El problema es que nos acostumbramos a vivir al vaivén de las emociones negativas, destructivas y tóxicas. Así, entonces, vivimos una vida llena de sobresaltos, de dificultades, de rivalidades, de pérdidas, de resentimientos. Nos enfocamos en lo negativo, nos enfocamos en aquello que nos hace daño.

Lo fácil sería decir “no quiero sentir”, pero no es posible. No se pueden callar las emociones, no se pueden desterrar, pero sí es posible dominarlas, sí se puede controlarlas, meterlas en cintura. Esa es, precisamente, la diferencia entre las personas que alcanzan éxito, prosperidad, abundancia, felicidad y tranquilidad y las que, por el contrario, viven en constante guerra contra el universo.

Controlar las emociones es un arte, un aprendizaje, pero no es fácil. Y menos en estos tiempos modernos en los que la histeria es una norma de conducta social: cuanto más histéricos seamos, más aprobación de los demás recibimos. Algo que percibimos en el deporte, en la política, en el entretenimiento y, claro, en la cotidianidad de la vida. La histeria es la reina de las emociones.

Todo, absolutamente todo lo que hacemos o pensamos, lleva una carga emocional. Que, además, nos emite un mensaje que, inconscientemente, se graba en nuestra mente, así que cuando nos vemos en una situación similar se activa la respuesta automática. Por ejemplo, si le temes a los perros, tu mente y tu corazón se alían para que te invada el miedo cuando ves uno en la calle.

Y, por supuesto, no es culpa del perro, sino de cómo has programado tu mente, de cómo las emociones condicionan tu respuesta. Es lo mismo cuando, por ejemplo, te reúnes con un grupo de amigos: te desinhibes, te sientes empoderado y protegido, potencias tus fortalezas y minimizas tus debilidades, porque estar rodeado de esas personas te genera emociones que sacan lo bueno de ti.

Por eso, es imprescindible aprender a controlar las emociones, aprender a canalizarlas, a enfocarlas en lo positivo, a aprovechar su energía en lo que nos favorece. ¿Es posible? Sí, te lo aseguro. Por supuesto, es una labor en la que necesitas ayuda especializada, de un mentor que se haya formado para tal fin y que, fundamentalmente, demuestre en su vida los resultados del control.

Cuando mi vida estaba guiada por las emociones, y por supuesto era un caos, intenté cambiar. Por un largo tiempo, hice lo que creía necesario. Sin embargo, los resultados no se dieron. ¿La razón? No sabía cómo hacerlo, no poseía el conocimiento, ni las herramientas, para conseguirlo. Empecé a notar cambios favorables cuando me puse en manos de mis mentores y ellos me guiaron, me enseñaron.

Que las emociones controlen tu vida es como viajar en piloto automático: el control es ajeno, está fuera de ti. Y, por supuesto, una vida así no es agradable. ¿Por qué? Porque estás sometido a lo que te ocurra sin poder evitarlo, sin tener defensa alguna. Es como cuando el mar se enfurece y sus briosas olas golpean la costa una y otra vez, repetidamente, hasta que le provocan daño.

En este punto, vale la pena una aclaración, una puntualización: no digo que las emociones sean malas, porque como mencioné antes le dan color a la vida, son el condimento, el ingrediente que le da un toque particular a nuestra existencia. Lo que está mal es no aprender a gestionarlas, permitir que nos dominen o contenerlas en nuestro interior a la espera de que se aplaquen.

Las emociones son como las olas del mar: van y vienen. No las puedes detener, pero ten cuidado de que no se desborden, porque pueden provocar mucho daño. Pueden construir o destruir, porque son poderosas. Son, como se dice popularmente, un arma de doble filo, de ahí que la responsabilidad de lo que ocurre con ellas es tuya, surge de tus acciones y de tus decisiones.

El primer paso para controlar las emociones y su impacto es reconocerlas y saber cuáles nos hacen bien, cuáles nos provocan daño. Por supuesto, es imprescindible conocernos a nosotros mismos, identificar nuestras fortalezas y debilidades, nuestras habilidades. En esa labor, son muy útiles los principios de la reflexión y del equilibrio, dos de los pilares del Método Alfa, mi formación para reprogramar tu mente.

Las emociones son necesarias porque le dan sabor a la vida, porque nos enseñan a valorar las experiencias que vivimos, porque son parte intrínseca del ser humano. Pero, y eso es justamente lo que debemos aprender, no somos solo emociones; también, pensamiento, raciocinio. Que ninguno de los extremos se desborde, que ninguna de estas capacidades intelectuales te subordine.

El arte de una buena vida, en cierta forma, es como una empresa: dispones de unos recursos y de unas herramientas y necesitas gestionarlos adecuadamente para alcanzar los resultados previstos. Reflexión y equilibrio son las estrategias que te permiten convertir las emociones en tus grandes aliadas, en el sustento de mejores decisiones, de relaciones más felices, de una vida abundante.

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