Del impulso al caos solo hay un paso

Como sabes, desde hace varios años trato de mantenerme el margen del vaivén de los medios de comunicación, de sus histeria, de sus mensajes que intentan perpetuar un modelo educativo y de valores que está caduco, que le ha hecho mucho daño a la sociedad. Eso, sin embargo, no significa que esté alejado de lo que ocurre, de fenómenos sociales que a todos nos afectan por igual.

Y uno de ellos, que es una terrible realidad cotidiana en Latinoamérica, en especial en países como México, Argentina o Colombia, es la violencia contra la mujer. Es una enfermedad social de graves consecuencias que, si bien siempre ha existido, en los últimos tiempos se hizo visible. Y, por lo menos en lo que a mí especta, nos mostró algo que no deseaba ver, que me conmueve profundamente.

Lo más terrible es que se trata de un mal que se cocinó a fuego lento durante mucho tiempo y, lo peor, con la complacencia de todos. Sí, porque, aunque nunca hayas realizado un acto de estos, así no hayas sido cercano a uno, si guardaste silencio o si elegiste mirar para otro lado eres cómplice. ¡Somos cómplices! Y nadie, absolutamente nadie, puede tirar la primera piedra libre de culpa.

¿Por qué? Porque esta clase de comportamiento, reprochables desde cualquier punto de vista, son aprendidos. Es decir, cuando alguien es agresivo o violento con las mujeres, es porque se lo enseñaron generalmente a través del ejemplo, de los mensajes retóricos que escuchó una y mil veces, de las creencias limitantes de quienes estaban a su alrededor y también, de la sociedad.

“No me pude contener”, “Es que me provocó”, “Le había advertido que no lo hiciera”, “Se lo tiene bien merecido”, “Quién le mandó vestirse así”, “Tiene que aprender a respetar, a las buenas o a las malas” y otras frases como estas son las justificaciones que escuchamos después de algún nuevo caso de violencia. Y, por supuesto, ninguna de ellas, nada justifica que agredamos a otro.

La diferencia entre el ser humano y el resto de las especies es su capacidad para razonar, es decir, para tomar decisiones, para actuar por voluntad propia, con una intención definida. Los animales, por ejemplo, lo hacen instintivamente: sus acciones no son pensadas, no son razonadas, sino que responden a un impulso que, por supuesto, no puede controlar. El, hombre, en cambio, sí puede.

Este es uno de los problemas que conozco con más frecuencia a través de las personas que llegan a mí en busca de ayuda. Quieren transformar su vida, quieren dejar atrás un pasado que no los satisface ni enorgullece, quieren comenzar a construir algo positivo que los lleve por el camino de la prosperidad, la abundancia, la paz y la tranquilidad. Y en Método Alfa encuentran una respuesta.

Por si no lo sabes, Método Alfa es la formación que ofrezco a quienes, como yo en algún momento de mi vida, ansían reprogramar su mente. Cuando mi vida era un caos, cuanto todo lo que hacía e intentaba salía mal, cuando mi interior era un volcán en ebullición, caí en un profundo hoyo del que no fue fácil salir. Necesité ayuda profesional y mucha paciencia y determinación para cambiar.

Diferentes estudios científicos han demostrado que las personas con altos niveles de impulsividad luego manifiestan conductas agresivas que no pueden inhibir. Es lo que sucede cuando nos dejamos llevar por un ataque de ira: nos domina el impulso, respondemos instintivamente y luego, luego pagamos las consecuencias. Y no importa cuánto lo lamentemos, porque ya el daño fue hecho.

Es cierto que la vida moderna es caótica, que la cotidianidad nos desborda especialmente en nuestros países latinoamericanos en los que la adrenalina fluye a borbotones y estamos sometidos a grandes presiones todo el tiempo. Sin embargo, eso no justifica que reaccionemos con violencia, que permitamos que las emociones nos dominen, que destruyamos lo bueno que hay alrededor.

Porque, por si no lo sabías, la agresividad y la violencia, en sus diferentes manifestaciones, son la fuente de la mayoría de los problemas que enfrentamos a diario, de la desdicha y la infelicidad que cultivamos en nuestra vida. Aprendemos a convivir con ellas, nos enseñan a través de la programación mental y el ejemplo, y después tenemos que lidiar con la consecuencia de nuestros actos.

Es un proceso que comienza con alguna respuesta inocente, pero cargada con dinamita, que poco a poco se torna más violenta, más peligrosa. El problema, porque siempre hay un problema es que nos enfocamos en lo negativo y desechamos lo positivo. Hay una clase de impulsividad que es buena porque nos ayuda cuando debemos tomar decisiones rápidas que nos brindan un beneficio.

Sabemos que hay un riesgo, pero lo asumimos de manera consciente. Pero, también hay una impulsividad que está fuera de nuestro control y que nos lleva a tomar decisiones impensadas, no racionalizadas, irreflexivas. Son esos momentos en los que se despierta el demonio que llevamos dentro, cuando sentimos que somos otra persona, cuando actuamos de manera irracional.

Esta problemática encuadra perfectamente en el ámbito de las soluciones que el Método Alfa provee. ¿Cómo? La impulsividad se bloquea cuando actuamos conscientemente, el primero de los principios, cuando las decisiones que tomamos responden a lo que deseamos, de lo que queremos en nuestra vida. Implica, así mismo, conocernos, saber cuáles son nuestras debilidades y fortalezas.

También, con intencionalmente, el tercer principio. Una de las diferencias entre las personas que son felices, prósperas y abundantes, que han sido capaces de construir una vida de paz y tranquilidad, es que todo lo que hacen es intencional. Saben qué quieren y cómo conseguirlo, así que una vez fijan la meta que quieren alcanzar trazan un plan y ponen en marcha una estrategia.

Y la capacidad de reflexión, que se aborda en el cuarto principio de Método Alfa, es también una poderosa y efectiva herramienta para luchar contra la impulsividad y sus nefastas consecuencias, la agresividad y la violencia. Aprenderás a trabajar en tus pensamientos, a borrar esas creencias limitantes que te llevan a actuar de manera reactiva y que te general un sinfín de problemas.

La impulsividad es un demonio que todos llevamos dentro, es parte de la naturaleza del ser humano. Sin embargo, algunos elegimos desterrarlo de nuestro código de conducta y tomamos el control de las emociones, de las reacciones. No es que jamás sintamos ira, porque sí la sentimos; no es que nos enfademos o que no reacciones mal, solo que tenemos la capacidad de frenar y corregir.

La mayoría de las veces que reaccionamos impulsivamente se dan porque estamos involucrados en un ambiente tóxico, negativo. Es decir, nos ponemos en una situación de riesgo, con personas que son capaces de sacar lo peor de nosotros. Es como si un alcohólico quiere acabar con la adicción, pero vive en un vecindario rodeado de bares, de sitios donde vender licor.

Selectivamente, el sexto de los principios del Método Alfa, te da las herramientas para aprender a elegir quién entra en tu vida y a quién le cierras la puerta en función de tu paz y tranquilidad, de tu bienestar.

Ser impulsivos es algo normal siempre y cuando no perdamos el control. Y, como en el caso de la violencia contra la mujer en Latinoamérica, ya sabemos cuáles son las consecuencias.

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