Un día cualquiera, no resististe la tentación y, a pesar de las advertencias de tu madre, acercaste la mano al fogón caliente en la estufa. ¿Resultado? Un drama familiar que terminó en la sala de urgencias de la clínica, con quemaduras de primer grado que te dejaron una cicatriz y, también, una lección. Ah, por supuesto, también una reprimenda terrible y un castigo que jamás olvidaste.
Nahuel, un sobrino, solo tenía 8 años y mucha curiosidad. Era un chiquillo inquieto, con los sentidos despiertos y siempre en busca de nuevas experiencias, de aventuras. Por eso mismo, con frecuencia se metía en líos, asumía riesgos que su nivel de consciencia no le permitían identificar. Como esa vez que se quemó en el fogón, porque no resistió la tentación y pagó un caro precio.
Ese episodio ocurrió hace algunos años, pero Nahuel no lo olvida. Ahora, a punto de convertirse en un adulto, mantiene fresco el recuerdo. Claro, la cicatriz que quedó en su mano, y que es motivo de burlas y matoneo de sus compañeros en el colegio, le impide olvidar. “Tendrás que cargar con eso toda la vida, por no hacer caso”, es la sentencia que escucha de sus padres.
Esa, sin embargo, no fue la única huella que la quemadura dejó en Nahuel. A medida que creció, y por cuenta de los miedos que instalaron en su cerebro. No solo el miedo al fuego o a los objetos calientes, sino también a tomar sus propias decisiones, a elegir por sí mismo lo que quería. Era algo que lo afectaba no solo en su crecimiento personal, sino también en las relaciones.
Si bien continuaba siendo el joven abierto, dicharachero y alegre de siempre, los problemas surgían cuando se enfrentaba a una responsabilidad, cuando había un reto. Por ejemplo, si debía hacer una presentación ante sus compañeros, en el colegio, o cuando quería abordar a una chica que le llamaba la atención, en una fiesta. En esos momentos, el pánico se apoderaba de él.
Se paralizaba, literalmente, y también tenía dificultades para armonizar lo que pensaba y lo que decía. Por cuenta de ese mal, sus padres lo llevaron al sicólogo, con el que trabaja desde hace un par de años. Si bien ha progresado mucho, todavía hay ocasiones en las que la presión le gana, en las que los miedos hacen travesuras. Y tampoco ha recuperado ese espíritu curioso de la niñez.
La curiosidad es una aplicación que viene instalada por defecto en todos los seres humanos, por decirlo en términos tecnológicos. Todos, absolutamente todos, somos curiosos. Sin embargo, unos somos más curiosos que otros. Y no porque los haya privilegiado, o porque posean un don especial. Entonces, ¿por qué? Simplemente porque desarrollaron y cultivaron la habilidad.
Curiosamente es un undécimo principio del Método Alfa, mi programa de reprogramación mental, de reinvención, de transformación positiva de tu vida. Es uno de los más interesantes, porque la curiosidad es la llave que abre todas las puertas del aprendizaje y de la experiencia. Inclusive, la de las malas experiencias, como en el caso de Nahuel. Ser curioso es algo innato del ser humano.
Y, también, algo imprescindible. ¿Por qué? Porque gracias a la curiosidad estamos en capacidad de cuestionar lo que ocurre a nuestro alrededor, es la forma en la que descubrimos, conocemos, experimentamos, cuestionamos y aceptamos (o rechazamos) la realidad. Por curiosidad, muchas veces probamos algo que después se transforma en algo negativo, como fumar o beber licor.
Un niño o un joven no prueban el cigarrillo o el licor porque sean viciosos, sino porque quieren saber qué se siente, como es esa sensación de expulsar el humo, a qué sabe un whisky o una cerveza. No hay maldad, solo curiosidad. El problema, porque siempre hay un problema, es que después no podemos controlar ese impulso y, entonces, ahí sí adquirimos un vicio. Y está mal.
Dejar de ser curiosos, perder esas ganas de experimentar, es un hábito aprendido. Después de esa maravillosa etapa de la niñez en la que lo cuestionamos todo con esos ¿por qué?, que colman la paciencia de los adultos, poco a poco nos volvemos conformistas. Si sabemos, bien; si no sabemos, también: nos da lo mismo saber o no saber, aprender o no aprender, y por eso sufrimos más tarde.
Sí, sufrimos porque cuando somos adultos la vida nos enfrenta a situaciones que exigen que usemos el bagaje acumulado, al aprendizaje surgido de las experiencias vividas, en especial de las fallidas. Pero, ¿si no tenemos experiencias? ¿Si dejamos de aprender porque ya no somos curiosos? Es cuando nos damos cuenta de que estamos desarmados, a merced de las dificultades.
Hoy, en el siglo XXI, en la era de la digitalización, no hay otra opción: requerimos ser curiosos. Y no solo en lo relacionado con la tecnología, sino en cualquier aspecto de la vida. ¿Por qué? Porque por cuenta del fenómeno de la globalización, nos enfrentamos a situaciones que en el pasado estaban fuera de nuestro radar, como la crisis del medioambiente, la diversidad, la intolerancia racial.
Uno de los aprendizajes maravillosos que tuve la oportunidad de incorporar a mi vida cuando me embarqué en el proceso de reprogramación mental y de crecimiento personal fue aquel de descubrir que la curiosidad es una fuente inagotable de conocimiento, de aprendizaje. Quizás lees un libro sobre determinado tema que te atrapa y, entonces, quieres saber más, leer más, investigar más.
Es porque la curiosidad se alimenta a sí misma. Una vez resuelves la inquietud que te motivó a buscar una respuesta, surgen nuevos interrogantes, más apasionantes. Y no quieres detenerte, no quieres dejar de experimentar y de aprender. Gracias a la curiosidad, gracias a que soy un eterno aprendiz, entendí que siempre hay algo más, que la vida no se detiene, que no existen los límites.
La curiosidad, sin embargo, no es solo para conocer lo externo; también es un poderoso recurso de autoconocimiento, de descubrimiento, de reflexión (otro de los principios del Método Alfa). No es posible llegar a ser felices y abundantes, ni aprovechar lo que la vida nos ofrece si antes no nos conocemos, si no sabemos quiénes somos y qué queremos, si desconocemos para dónde vamos.
La única estrategia efectiva para avanzar, para crecer, para conseguir lo que deseas, sea lo que sea, es ser curiosos, preguntar y aprender, investigar y comprobar, fallar y volver a intentarlo. Con frecuencia, casi siempre en referencia a la alegría, decimos que no podemos olvidar al niño que todos llevamos dentro, y es cierto. Esa premisa también la deberías aplicar en el caso de la curiosidad.
La vida es un aprendizaje continuo, permanente y diverso, en el sentido que cada día los retos son distintos, en diferentes áreas del desarrollo humano. Y si no queremos naufragar en ese mar picado, debemos aprender más y más. De eso se trata el Método Alfa, un poderoso kit de herramientas que te permiten tomar mejores decisiones, más conscientes e intencionales.
La vida pone a tu alcance una gran cantidad de oportunidades que, a veces, ni siquiera las vemos. O, simplemente, hacemos de cuenta que no es con nosotros. Reprogramar tu mente, conocerte mejor, ser consciente de tus acciones y decisiones y tener un plan de vida que te lleve a donde quieres es posible, si lo deseas. Eliges tomar las riendas de tu vida o solo dejas que ella te lleve…