La bendición de asumir las riendas de tu vida

Después de tantas noches de insomnio, un día te despiertas y sientes como si hubieras vuelto a nacer. Sí, vuelves a disfrutar la luz del sol, dejas la oscuridad en el pasado y te levantas con más ganas que nunca: ¡te quieres devorar el mundo! Es, también, ese momento en el que te das cuenta de que tanto sufrimiento no tenía justificación y decides erradicarlo de tu vida.

Por favor, no vayas a creer que fue algo que sucedió de la noche a la mañana, como un acto de magia o un milagro. ¡Nada más alejado de la realidad! Fue el primer paso de un largo proceso que todavía no termina, que quizás nunca termina. Fue, además, un período muy doloroso de mi vida, en el que me castigué de manera innecesaria y, lo más doloroso, frustré muchos de mis sueños.

Durante ese tiempo me convencí de que había nacido para fracasar. Peor aún, me preparé para fracasar y no hice algo distinto a fracasar. Y culpé a mis antepasados, a personas que no había conocido, porque ellos también habían fracasado. ¡Qué iluso! El problema, como te lo expuse en una nota anterior, fue que me programaron el cerebro con una serie de creencias limitantes.

Cargué un lastre que me hundió en un profundo pozo del que no fue fácil salir. Mi vida era un caos y no sabía el porqué. O, más complicado todavía, creía que mis padres, mi familia, mis antepasados, eran los culpables, cuando en realidad el único responsable era yo. Sí, yo, con mis complejos, mis creencias limitantes, mis miedos, mi incapacidad para luchar por mis sueños.

Creía que mi vida estaba condenada al fracaso, al dolor, pero estaba equivocado, muy equivocado. Un día, esa misma vida que tanto despreciaba, que había desperdiciado, me dio una gran lección: pude adquirir el conocimiento que me abrió los ojos, que me permitió entender cuán tonto había sido hasta entonces. Fue una revelación, un antes y un después, un punto bisagra.

Te confieso que cuando comencé el proceso era muy incrédulo: dudaba de lo que me decían mis mentores. Sin embargo, en mis adentros me dije “¿qué pierdes con probar? Tantas otras veces has fracasado, que una más no está de más”. Lo mejor fue que a medida que pasaban los días y ponía en práctica aquello que me enseñaban, comencé a notar cambios. ¡Era una transformación vital!

Descubrí que somos programados desde antes de nacer, aunque nos cueste trabajo creerlo. Nos aleccionan con cargas negativas, con lazos de dependencia, con creencias condicionantes. Tuve que luchar contra feroces rivales, recuerdos grabados en mi mente que me conducían a fracasar una y otra vez. Fueron duras batallas, que significaron el gran dolor de romper paradigmas.

Hubo muchos momentos en los que me faltaron las fuerzas, en los que sentí que ya no podía más y prefería tirar la toalla. Por fortuna, antes de que lo hiciera aparecía la voz de la sabiduría de mis mentores y me tranquilizaba, me reanimaba, me reenfocaba. Y volvía a avanzar, paso a paso, lentamente. Y me daba cuenta de que cada vez esa maligna voz interior era más débil.

Te mentiría si te digo que desapareció por completo, pero sí puedo decirte con satisfacción que ya no la escucho. Sí, cerré el canal de comunicación, dejé de oír sus dañinos consejos y tomé la mejor decisión de mi vida. ¿Sabes cuál? Asumir el control de mi existencia, hacerme responsable de mis actos, de mis decisiones, y asumir las consecuencias. ¡No te imaginas el gran peso que me quité!

Ahora cargo una mochila liviana en la que solo hay cabida para lo básico: lo que me hace feliz. Desde que tomé las riendas de mi vida, todo cambió. No puedo decirte que no hay dificultades, que no hay días amargos, que no hay momentos de zozobra: sí, los hay. La diferencia es que ya no me pasan por encima, que soy capaz de enfrentarlos, que tengo armas para derrotarlos.

No quiero que al leer estas líneas cometas la equivocación de creer que Pablo Vallarino es alguien especial, que tiene dones especiales, que es un iluminado. No, soy una persona común y corriente, una persona como tú que pagó el precio de haber sido víctima de un sistema de educación caduco. Y, como yo, muchas otras personas lograron transformar su vida para bien, para siempre.

Es de tal dimensión la transformación que obré en mi vida, que quienes me conocen, quienes me conocieron cuando estaba en ese profundo y oscuro hoyo, me dicen que hoy mi vida es similar a unas vacaciones eternas. Vivo en una casa que soñé desde que era muy pequeño y mi rutina diaria pasa por forjar el bienestar de mi familia y por ayudar a otras personas a lograr sus objetivos.

Administro mis horarios, paso tiempo con mi familia, escribo, leo y me ocupo de actividades que suman valor a mi vida. Suelo viajar al menos dos veces al año con mi familia, salgo de pesca con amigos, organizo fiestas y reuniones en las que comparto momentos únicos y me doy el lujo de comprar lo que quiero. Ejerzo una libertad de elegir la vida que quiero y eso no tiene precio.

Ya no sufro, ya no padezco ansiedad, ya puedo dormir tranquilo, largo y tendido. Mi salud mejoró ostensiblemente, no volví a tomar píldoras para descansar o para los nervios y disfruto cada día entendiendo que es el más importante de mi vida. Reprogramar mi mente fue y es lo mejor que me pasó y a partir de eso se acabaron los sufrimientos, el dolor, las noches de desvelo.

¿Por qué nadie me lo había dicho antes? ¿Por qué no me enseñaron eso en la escuela? La verdad, no me interesa conocer la respuesta a esos interrogantes. Prefiero usar esa energía en algo que valga la pena, en transmitir este mensaje a personas como tú que, quizás, están atados a una vida que no los satisface, ni los hace felices. ¿No crees que es hora de que asumas las riendas de tu vida?

1 comentario en “La bendición de asumir las riendas de tu vida”

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