El pasado ya no nos pertenece: quedó atrás y nada de lo que hicimos lo podemos modificar. El futuro no ha llegado y, lo más importante, no tenemos la certeza de que lo vamos a disfrutar. Lo único que nos queda, lo único que en realidad poseemos, es el presente. Para bien o para mal, es todo lo que tenemos, nada más. Sin embargo, nos empeñamos en revivir el pasado, en anticipar el futuro.
El ser humano suele ser contradictorio: atesora riquezas que no aprecia; lucha por conseguir cosas que no necesita y, cuando las alcanza, las desprecia; está rodeado de personas y situaciones maravillosas a las que no les da la importancia que ameritan. Vivimos presos de los miedos, de las creencias condicionantes, de las ataduras que nos impiden movernos, ir tras nuestros sueños.
Después culpamos a nuestra pareja, al compañero de trabajo, al vecino que nos cruzamos en la calle, al alcalde de la ciudad, al presidente de la República, al petróleo, al clima, en fin… Todo lo que nos rodea, todo lo que hace parte de nuestra vida, pero de lo que no podemos tener el control, es susceptible de ser responsabilizado. Somos expertos en el arte de eludir las culpas.
Por eso mismo, nuestro paso por este mundo es como el viaje de una pequeña y frágil embarcación en medio de una tormenta, a mar abierto: una aventura que, la mayoría de las veces, no es grata. Y, lo peor, que casi nunca tiene final feliz. La realidad nos bambolea, como las olas mecen caprichosamente la embarcación, y tenemos demasiada suerte si logramos llegar a puerto.
Quizás te suene demasiado dramático, pero no es así. Basta con que mires por la ventana de tu casa y compruebes la realidad. O que subas al transporte público, o que vayas al supermercado: verás decenas de personas, cientos de personas, que luchan por sobrevivir. No disfrutan lo que hacen, no disfrutan la vida. Lo que más me aterra es que van como zombis, resignados a su suerte.
Yo, tengo que confesarlo, también fue un zombi. Durante un tiempo, un largo tiempo, mi vida fue un caos: solo sabía fracasar, echar a perder las oportunidades que se me presentaban, romper las relaciones que había cultivado. Era como un rey Midas, pero al revés: lo que tocaba no se convertía en oro, sino en barro. Hasta que un día me di cuenta del mal que me estaba haciendo.
¿Sabes cuál? Vivía apresado en el pasado y obsesionado con el futuro. Todo lo que hacía era replicar los errores que ya había cometido, en un perverso círculo vicioso. Y soñaba con un futuro que era inalcanzable, porque nada de lo que hacía contribuía para cambiar el rumbo de mi vida. Del pasado al futuro, del futuro al pasado, la vida me mecía como las olas a la débil embarcación.
Un día las nubes desaparecieron y brilló el sol. Tuve la oportunidad de adquirir el conocimiento que me permitió cambiar el rumbo de mi vida. Fue un aprendizaje rico, pero la verdad con una sola lección ya logré una transformación significativa: entendí el valor de cada día, el valor del hoy. Y desde entonces me dedico a trabajar cada día, hoy, para construir mi mejor versión.
Y tú puedes hacerlo, también. Acá te doy cinco razones por las cuales deberías empezar ya:
1) El pasado, suéltalo: como dije antes, la gran verdad del pasado es que ya fue y es inmodificable. Nada de lo que hayas hecho, bueno o malo, para bien o para mal, va a cambiar. Entonces, no tiene sentido seguir aferrado a lo que ya fue: enfócate en lo que tienes en este momento, en el hoy, y aprovecha los recursos y oportunidades que te da la vida para corregir y no repetir los errores.
2) Del error, acéptalo: nos programan la cabeza con la idea de que equivocarnos está mal. ¿Y sabes qué? Lo que más veces hacemos en la vida es equivocarnos. Todos los días nos equivocamos. Y está mal, claro, pero debemos entender que cada error incorpora un aprendizaje y debemos saber cuál es. Acepta el error, porque es parte de la vida, y utiliza aquello que este te enseña.
3) Si no es hoy, ¿cuándo? Nos pasamos la vida esperando el momento justo para empezar. ¿Y cuándo llega ese momento? ¿Cómo lo sabemos? Lo único que sabemos es que cada día que pase sin que des el primer paso, sin que actúes, sin que te movilices por aquello que deseas y sin que construyas la vida que deseas, es un día perdido. Y un día perdido es pasado: ya no lo cambias.
4) Si te arrepientes, que sea por hacer: la peor de las tragedias del ser humano es despedirse de este mundo a sabiendas de que desaprovechó el tiempo, de que se dejó vencer por los temores y no hizo. ¡Haz, equivócate, corrige y vuelve a hacer! Que mañana te arrepientas por las consecuencias de tus actos y no que te remuerda la conciencia la culpa de haberte quedado quieto.
5) La vida es una construcción: Roma no se construyó en un día, cuenta la historia, y el más alto y robusto de los rascacielos se levantó bloque a bloque. Cada día es una oportunidad para soltar lo que te impide movilizarte y para avanzar. Disfruta el viaje, el proceso, con todo y lo malo que hay en el camino. Disfruta y agradece que haya una nueva chance para construir lo que quieres ser.
Deja ir al pasado y no te distraigas con un futuro que no sabes si existirá, si vayas a estar en él. Lo único que tienes en esta vida es el hoy: preocúpate, entonces, porque cada día sea una experiencia gratificante, enriquecedora, inolvidable. Y recuerda: hoy es el mejor día para luchar por lo que deseas, para amar a los tuyos, por ayudar a otros, por hacer que vida valga la pena.