Estos 10 malos hábitos son veneno puro

Hay un hábito que cultivé de chico y que todavía disfruto: es jugar en la pileta (piscina), en especial durante el verano. Recuerdo que cuando nos cansábamos de nadar o de jugar con la pelota, con mis hermanos, primos y amigos del barrio hacíamos carreras. ¡Sí, carreras en el agua!, una sensación distinta y divertida porque la resistencia del agua nos impedía avanzar con velocidad.

Lo mejor es que casi nunca ganaba el más grande o el más fuerte, que por el peso se quedaba rezagado. Los pequeños, los más ágiles, en cambio, eran los que cruzaban la pileta en el menor tiempo. Y yo era uno de ellos. Descubrí que había una estrategia para evitar que el agua me frenara, que era avanzar encorvado, con todo el cuerpo prácticamente sumergido.

No sé cuántas veces fui el ganador, pero fueron muchas. Y con el paso del tiempo, cuando la vida se tornó en una carrera contra la corriente, tuve que abrir el baúl de los recuerdos y sacar aquello que había aprendido en esas inolvidables jornadas para poder avanzar. Entonces, entendí que la mayor resistencia no era la del agua, sino la de los malos hábitos que me mantenían anclado.

En esa época en la que mi vida colapsó, en la que caí en un profundo hoyo del que me costó mucho trabajo salir, lo más doloroso fue tener que admitir que el único responsable era yo. En un comienzo, como cualquier ser humano, culpé a mi familia, a mis amigos, al destino, al gobierno de turno, a lo que fuera, pero llegó el momento en que no tuve más opción que aceptar mi culpa.

Aunque era completamente inconsciente, había cultivado unos hábitos dañinos que poco a poco me destruían. Relaciones tóxicas, emociones sin control, ego desbordado y, sobre todo, la manía de creer que el universo conspiraba en mi contra. Había convertido mi vida en el caldo de cultivo del fracaso, en terreno fértil para fallar una y otra vez, y otra vez, sin poder torcer la tendencia.

Por fortuna, la vida me dio una oportunidad. Quizás no la merecía, pero me la brindó. Un día cualquiera vi la luz al final del túnel y comencé a formarme, a capacitarme. Adquirí el conocimiento que me permitió reprogramar mi mente, cambiar mi vida y acabar con esos hábitos que me impedían avanzar. Desaprendí y volví a aprender, esta vez para vivir en abundancia.

Estos eran los hábitos que me frenaban, que me impedían avanzar, como la resistencia del agua en la pileta:

1.- Las expectativas. ¡Qué malas consejeras son las expectativas!, ¿eh? Por cuenta de ellas, esperaba más de la vida de lo que ella podía ofrecerme, exigía de las personas que me rodeaban algo que ellas no estaban en capacidad de darme y, lo peor, vivía en función del futuro. En otras palabras, no aprovechaba el tesoro más valioso que recibimos: el hoy, el presente.

2.- La bendita razón. Me costaba aceptar que yo era el responsable de lo que me ocurría, que simplemente estaba cosechando lo que había sembrado. Siempre quería tener la razón, la bendita razón, y por eso tropezaba con la misma piedra. Gracias a la formación que recibí de mis mentores, aprendí que tener la razón es un obstáculo insalvable en el camino a la felicidad.

3.- Acumular rencores. Vivía amargado, lo confieso. Cualquier cosa que me sucediera, por insignificante que fuera, me sacaba de casillas, me provocaba una reacción tóxica. Vivía en una guerra permanente contra todo y contra todos, sin darme cuenta de que en realidad solo me hacía daño a mí. Acumular rencores es un lastre que, si lo permites, puede enterrar tus sueños.

4.- Asumir, en vez de preguntar. Esta es otra conducta altamente tóxica. Ocurre cuando asumes que quienes te rodean hacen lo que hacen solo para perjudicarte. Te pones en plan de víctima y ves enemigos por doquier, te sientes amenazado en las situaciones más básicas y reacciones de manera instintiva, primaria. Pregunta por qué y verás cómo tus contendores desaparecen.

5.- Traicionar tus principios y valores. Durante mucho tiempo, lo confieso, creí que actuaba en concordancia con los principios y valores que mis padres me habían enseñado. Sin embargo, comprendí que me guiaba por el ego y, por eso, terminé hundido en un profundo hoyo. Los principios y valores son una luz, una brújula, y traicionarlos o renunciar a ellos es tu perdición.

6.- No tener un destino. Me embarqué en una loca carrera en la que, honestamente, no sabía para dónde iba. Creía que ganar mucho dinero era la solución a mis problemas, pero en realidad era el origen de todos mis problemas. No sabía qué quería de la vida, no sabía por qué hacía lo que hacía. Sigue tu propósito, persigue tus pasiones, elige el camino de lo que te hace feliz.

7.- Las preocupaciones. Especialmente en nuestros países latinos, cuando no te quejas, cuando no vives preocupado por lo humano o lo divino, era un extraterrestre. Vivir preocupado por hechos y situaciones que estaban fuera de mi control me hizo mucho daño, me llevó a hacerles mucho daño a otros, y no me daba cuenta. Luego aprendí que las preocupaciones son la excusa perfecta.

8.- La perfección. Nos enseñan, nos programan la mente para que seamos perfectos. Todo lo que hagamos tiene que salir bien y debemos ser los primeros, los mejores en cada actividad. Y ese, lo sé porque lo experimenté, es un peso que nadie puede cargar. El perfeccionismo es contrario a la esencia del ser humano y, lo peor, es desechar el aprendizaje que encierra cada equivocación.

9.- El apego. Este hábito fue uno de los más difíciles de vencer: vivía aferrado al pasado, a recuerdos que me hacían daño, a relaciones que me intoxicaban, a situaciones que me impedían avanzar. El pasado es una fuente de aprendizaje, una referencia, pero hay que aprender a dejarlo atrás, hay que soltarlo. Lo que pasó, pasó, y ya no lo puedes cambiar: ¡libérate y avanza!

10.- El ego. Creer que el mundo debe girar en torno a ti, que la humanidad debe complacerte, que lo único importante de la vida son tus caprichos es un hábito tan dañino como consumir veneno. El ego es el peor de tus enemigos, porque es traicionero, porque te autodestruye, porque te aleja de los demás. Valora a quienes te rodean, valora lo que te dan. Sé humilde y la vida te recompensará.

De chico, disfrutaba de ir contra la corriente en la pileta. Luego, cuando crecí, cuando mi vida iba en caída libre, tuve que reconocer que el origen de mis problemas eran los malos hábitos que había aprendido y cultivado. ¡Cuídate!, porque pueden destruirte sin que te des cuenta. Recuerda: lo que recibes de la vida, lo que cosechas, es fruto lo que siembras, de tus acciones y decisiones.

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