El pasado no es una condena de por vida

Un día, las sombras se disiparon y pude ver la luz del sol. Durante años, mi vida transcurrió como si sobre mí, de manera permanente, se hubiera posado una pesada nube gris: estaba entre sombras y no podía disfrutar del brillo de la naturaleza, de otras personas, el mío propio. Sin embargo, un día desaparecieron para siempre y pude comenzar a vivir de una manera que no había soñado.

El gran mal de la sociedad moderna es que nos convencen de que estamos atados a un destino. Es decir, desde antes de que llegues a este mundo, ya hay un plan preestablecido para ti, uno que, para colmo, no puedes cambiar. Esa, amigo mío, ¡es una gran mentira! Nadie nació para el fracaso, como tampoco nadie nació predestinado para el éxito: cada uno hace camino al andar, ¡su camino!

Como te lo conté en unas notas anteriores (La bendición de asumir las riendas de tu vida y Tú eres el arquitecto (el protagonista) de tu propia vida), desperdicié tiempo valioso de mi vida, los mejores años de mi juventud, convencido de que tenía la vida perfecta. Y un día, uno cualquiera, todo se derrumbó y descubrí que vivía inmerso en una fantasía de felicidad que era una mentira.

El castillo de naipes que había construido se derrumbó y comencé a caer. Y caí tan bajo que llegó un momento en el que pensé que nunca me iba a detener. Conocí las profundidades de mi existencia y padecí dolores que nunca había experimentado. Lo perdí todo, pero lo que más me dolió no fue lo material, sino comprobar que estaba rodeado de personas que me hacían daño.

Después de mucho sufrimiento, viví el día más feliz de mi vida: aquel en el que tomé la decisión de cambiar, de dejar de culpar a otros por lo que me sucedía y comencé a hacer mi camino al andar. Descubrí que soy el dueño de mi vida y que lo que ocurra en ella, lo que ocurra con ella, es mi responsabilidad. Fue un duro choque, porque no estaba preparado para aceptar esa realidad.

Sin embargo, comprobé que la vida tiene guardados para todos, para cualquiera, miles de bendiciones si tomamos el camino correcto, si nuestras decisiones son las adecuadas. Desde hace 10 años practico la reprogramación mental y aplico técnicas de programación neurolingüística y de autohipnosis. Es algo fascinante, que todos deberíamos aprender, porque su impacto es poderoso.

Sé que a muchas personas esto les parece un poco loco y que, inclusive, les produce temor. Los entiendo, porque a mí también me ocurrió. La primera vez que me hablaron de esto mi respuesta fue “yo no estoy loco”, pero algo dentro de mí me dijo que tenía que darme una oportunidad. “¿Qué más puedo perder, si ya no tengo nada?”, me cuestioné, y de inmediato comencé a trabajar.

El conocimiento que adquirí en los siguientes años transformó mi vida. Fue como volver a nacer, porque tuve la posibilidad de acabar con las creencias limitantes que me llevaron a convertir mi vida en algo caótico, la opción de construir algo nuevo. Lo primero fue disfrutar de ver cómo las sombras que durante tanto tiempo me acompañaron y atormentaron se disipaban para siempre.

Me sentía como si fuera Robinson Crusoe, como si hubiera vivido en solitario en una lejana isla durante mucho tiempo y, de pronto, me rescataran y volviera a eso que llaman civilización. El impacto fue grande, porque tuve que aceptar mi responsabilidad, entendí que cuanto había vivido era mi culpa, que esos fantasmas que me perseguían eran mi creación. Pero, ya no había marcha atrás.

Cuando comencé este proceso, mi intención era mejorar mi situación financiera, convencido de que si ganaba más dinero se acababan los problemas. ¡Qué equivocado estaba! Por supuesto que era necesario ser más productivo, pero esa era apenas una pieza del rompecabezas. No tenía idea de los beneficios adicionales, que a medida que los valoré y aproveché se convirtieron en mi riqueza.

¿A qué me refiero? Comencé a notar rápidos y definitivos cambios en muchos aspectos de mi vida, no solo en el financiero. Uno de los principales, que dejé de pensar negativamente, dejé de ser una persona reactiva que se la pasaba discutiendo de todo con todos. También superé los problemas de salud, bajé de peso, me olvidé de la ansiedad y descubrí el poder de la alegría.

Unos pocos meses más tarde, después de sortear varias dificultades y de luchar contra esas voces interiores que me invitaban a dar marcha atrás, logré ver la luz del sol. Los cambios que se dieron en mi vida fueron maravillosos, en especial porque me di cuenta de que las personas negativas, esas que me hacían daño, se alejaban de mí: había dejado de ser terreno fértil para sus intereses.

Y, lo mejor, vi cómo esas personas felices y positivas a las que antes envidiaba ahora eran las que me buscaban, me rodeaban, me daban la posibilidad de crecer. Mi relación matrimonial mejoró ostensiblemente, igual que la comunicación con mis hijos. Descubrí el poder de las pequeñas cosas y me enfoqué en disfrutarlas: ahora tengo una vida con abundancia, llena de motivos para celebrar.

Algo que me llena de felicidad es que he podido transmitirles a mis hijos y a otras personas como tú, que quizás viven atados a las creencias limitantes, a reprogramar su mente y diseñar la vida que les gusta. Son positivos, proactivos, sobresalen en todas las actividades que emprenden y, lo que más me satisface, hacen lo que ellos mismos eligen: ¡son los dueños de su propia vida!

De lo único que me arrepiento hoy es de haber desperdiciado tanto tiempo valioso de mi vida antes de dar este paso para reinventarme, para reprogramar mi mente y comenzar a vivir con abundancia. Es una herida que sana poco a poco, a medida que otras personas me otorgan el privilegio de ayudarlos, de guiarlos a salir del profundo hoyo en el que se encuentran sumidos.

Muchas personas creen que es imposible cambiar la historia familiar o que ser la oveja negra de la familia es su destino. No es mi caso, soy uno en un millón y tú también puedes serlo: el pasado sirve como aprendizaje, pero no es una condena de por vida. Todos podemos construir nuestra propia realidad y aplicar este método para mejorar sustancialmente nuestra vida. ¿Te animas?

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