Nuestro trabajo consiste en ser felices

¿Cómo entender que el lugar o la actividad a la que le dedicamos casi un 30 por ciento de nuestra vida sea, justamente, el origen de los problemas que nos amargan la vida? ¿Sabes a qué me refiero? Al lugar de trabajo, a nuestro trabajo. A él le dedicamos por lo menos la tercera parte de cada día de la existencia, durante 40-45 años, y es una fuente de infelicidad de diversas formas.

Lo primero que debemos convenir es que estas no son cifras definitivas, concluyentes, sino aproximadas. Cambia de acuerdo con el país y con la edad de las personas, pero corresponden a encuestas realizadas por organismos que gozan de reputación y credibilidad, como universidades en Estados Unidos, Europa y algunos países de Latinoamérica, y uno de ellos es Argentina.

Por si no lo sabías, la actividad que más tiempo nos ocupa en nuestro por este mundo es dormir. ¿Eras consciente de esto? Otras son estar de pie y estar sentado. Piensa un poco: duermes en la noche y cuando te levantas estás en movimiento (de pie) o en reposo (sentado). Y así se nos pasa la vida, así se nos va la vida, sin que podamos evitarlo, porque somos como mansos borregos.

Dicho en otras palabras: seguimos un patrón que, tristemente, nos lleva al punto opuesto al que perseguimos. ¿Sabes cuál? Al fracaso, al dolor, a la frustración y a la infelicidad, cuando en verdad estamos detrás del éxito, la prosperidad, la felicidad y la tranquilidad. Y lo más preocupante es que se trata de un hábito aprendido, cultivado y reforzado por nosotros mismos cada día de la vida.

¿Dónde? ¿Cómo? En el lugar en donde pasamos la mayor parte del tiempo mientras estamos despiertos, en el trabajo. Lo hacemos atendiendo las expectativas de otros, compitiendo contra los otros, imponiéndonos nivele de autoexigencia imposibles de satisfacer. Lo hacemos también cuando perseguimos los sueños de otros, cuando lo que queremos es satisfacer a otros.

Es algo que hemos aprendido desde niños, a través del ejemplo de los mayores, de los mensajes que nos emiten los profesores, los amigos. También, de lo que observamos en el ambiente en el que nos desenvolvemos. Nos aterra lo que otros digan de nosotros, la forma en que los demás nos ven, y nos dedicamos, entonces, a tratar de ser políticamente correctos para ser aceptados.

Una de las más frecuentas manifestaciones de estos males es que el hijo sigue el camino de sus padres: es abogado porque papá, el abuelo y otros antepasados fueron abogados; la mujer de la familia es formada para ser madre, porque ese es su lugar en la familia según las creencias que nos enseñaron, aunque eso signifique renunciar a sus sueños, dejar de lado aquello que la apasiona.

Por eso, vemos tanta gente que tiene una vida vacía, llena de carencias (así suene contradictorio), que se la pasa de tumbo en tumbo, repitiendo los mismos errores de quienes programaron su mente en el pasado. Por más que lo intentan, siempre se estrellan contra el mismo muro y no pueden evitarlo, porque las creencias limitantes les impiden descubrir que hay otros caminos.

Una de las manifestaciones más graves y comunes de esa formación es que nos dicen que estudiemos y nos preparemos para trabajar algún día en una buena empresa y pasar 40-45 años de la vida forjando un fondo de jubilación que nos permita descansar cuando nos retiremos. Se supone que ese camino nos conduce a la felicidad, pero la realidad, lo sabemos, es diferente y opuesta.

Felicidad, ese ideal que todos perseguimos, pero que solo unos pocos conquistamos. La verdad es que se trata de una construcción propia, de una tarea que debemos realizar cada día de acuerdo con el plan que nos hayamos trazado. No es un lugar o el punto final de un camino, como nos hacen creer, sino la capacidad que desarrollamos para disfrutar lo que hacemos, lo que tenemos.

Por eso, es tan importante ser felices en lo que hacemos, amar lo que hacemos, disfrutar eso a lo que le dedicamos casi el 30 por ciento de nuestro tiempo en este mundo. Necesitamos trabajar en algo que contribuya a esa construcción de la felicidad y eso implica romper paradigmas, derribar creencias limitantes, alejarnos de personas o situaciones tóxicas y vivir nuestra propia vida.

Lo primero que debes entender es que no hay que ser perfectos para ser felices. De hecho, el problema es que no podemos definir esa perfección, porque igual que el éxito cada uno tiene una idea distinta. El secreto está en aceptar la vida tal y como es, como se nos presenta, con aquellas situaciones que nos ponen a prueba, las dificultades, y tantos instantes que nos brinda alegría.

Si logras dar ese primer paso, te habrás liberado del miedo al fracaso, que es el lastre que cargamos en la vida. Debes exigirte, intentar superarte cada día, pero sin tratar de cumplir las expectativas de otros. Acepta de buena gana que como seres humanos estamos expuestos al error y, más bien, enfócate en apropiarte del aprendizaje que encierran esas experiencias dolorosas.

Estas son tres acciones simples que puedes llevar a cabo cada día en tu trabajo y que te ayudarán no solo a ser más productivo, sino también a alcanzar mayores niveles de felicidad en ese tiempo:

1) Abre tu mente: sí, ¡ábrela de par en par!, permite el aprendizaje que se desprende del error y también el que surge de la interacción con otros. Cultiva el hábito del aprendizaje continuo para que no te estanques, para adquirir habilidades que potencien tu talento. Sé tolerante con la equivocación, con tus pares, con tus jefes; sé positivo y propositivo, busca la mejor solución.

2) Valora los pequeños logros: una de las principales causas de la infelicidad el en ámbito laboral es que nos miden por resultados, por esas cifras frías que a veces no podemos controlar. Eso ocurre porque nos enfocamos en el final y nos olvidamos del proceso: disfruta los avances, las metas intermedias; concéntrate en hacer tu mejor esfuerzo, que los resultados van a llegar.

3) Vive la vida: el trabajo no es la vida, toda la vida, sino una parte importante. Como el descanso, la recreación, la interacción con otros o el deporte. Dedica tiempo para ti, para tus pasiones, para estar con la gente que amas, para desconectarte del trabajo, para enriquecerte intelectual y espiritualmente. Haz deporte, lee, estudia, juega con tu mascota. Busca el equilibrio ideal.

Recuerda: ya que dedicamos al menos el 30 por ciento de la vida al trabajo, necesitamos que sea algo provechoso, amable y constructivo que contribuya a edificar ese proyecto de vida en el que la felicidad es una de las prioridades. Por último, te dejo una reflexión que se desprende de las palabras de Confucio: “Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día en tu vida”.

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