Alegrías vs. tristezas, celebraciones vs. decepciones, risas vs. llantos, logros vs. frustraciones… ¿Llevas la cuenta de cada una? No, por supuesto que no, nadie lo hace. Sin embargo, si alguna vez contabilizáramos esos momentos nos daríamos cuenta de que son más, muchos más, aquellos con carga negativa. Quizás por eso, nos pasamos la vida tratando de evitar eso que llamamos fracaso.
Lo primero que debemos convenir es que nadie llega a este mundo con la misión de fracasar, o sin las herramientas necesarias para triunfar. Es como los automóviles: sin importar la marca, de la fábrica todos salen aptos para rendir, para recorrer kilómetros, para proporcionarle a su dueño una experiencia satisfactoria siempre y cuando reciba el cuidado y el mantenimiento adecuados.
Los seres humanos somos iguales: todos nacemos con la posibilidad de triunfar. Al final de la vida, sin embargo, solo unos pocos nos vamos de este mundo con la satisfacción del deber cumplido. ¿Y el resto? El resto, amigo mío, cargan una pesada mochila: la de un cúmulo de frustraciones, de oportunidades perdidas, de recuerdos que producen amargura, de fracasos que dejaron huella.
Y en esto último, precisamente, radica la clave: todos los fracasos dejan huella en nuestra vida, algo así como una cicatriz. Algunos desaparecen con el paso del tiempo y otros, en cambio, están con nosotros para siempre. El problema es que desconocemos, o no valoramos, el aprendizaje que se desprende de estos fracasos, de esos errores que nos provocaron dolor, experiencias negativas.
¿Por qué? Por el modelo de educación en que crecemos. Nos dividen la vida entre lo bueno y lo malo, entre el bien y el mal, entre el éxito y el fracaso. Polos opuestos entre los que, nos dicen, no hay matices, no hay tonos grises: blanco o negro. Sin embargo, lo sabemos, la vida no es así: por el contrario, nuestro recorrido por este mundo es como un arcoíris, un caudal infinito de colores.
¿Entonces? Entonces, lo que necesitamos aprender es que el fracaso (o el error, como quieras llamarlo) es parte de la vida. Sin embargo, no es toda la vida, no es el destino de tu vida. Tienes que borrar de tu mente esa programación que te hicieron cuando niño y que te divide la vida entre buenos y malos, como si fuera una película del Viejo Oeste. Recuerda: la vida es un arcoíris.
Winston Churchill, uno de los estadistas más destacados del siglo XX y un pensador prolífico, dejó una frase que me encanta: “El éxito es la habilidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”. Fíjate que no habla de triunfos, ni de éxito, sino de fracasos. Es consciente de algo que ya te dije, pero que repito para que lo olvides: son más los fracasos que los éxitos en la vida.
¿Cómo no perder el entusiasmo? La clave está en quitarle al fracaso el poder que le otorgamos. ¿Cuál poder? El de frustrarnos, el de hacemos sentir mal con nosotros mismos, el de hacernos creer que estamos condenados a lo negativo, el de impedir que disfrutemos esas pequeñas cosas que enriquecen tu rutina, que le dan sentido a la vida. El fracaso es parte de la vida, no la vida.
El problema es que nos enseñan que debemos ser exitosos, pero no nos dicen qué significa esto. Y nos enseñan, igualmente, que debemos evitar el fracaso, cuando esto es imposible. Lo primero que debes hacer es revaluar ese concepto de éxito entendido como ese estado en el que todo funciona a la perfección, en el que no hay algo negativo, en el que todo fluye a nuestro favor.
Esa creencia, por favor, bórrala de tu mente, porque es una mentira. Te voy a mencionar un ejemplo sencillo: Jeff Bezos, el hombre más rico del mundo, el emprendedor número uno del mundo, acaba de enfrentarse a uno de los momentos más duros de su vida. ¿Sabes cuál fue? El sonado divorcio de su esposa MacKenzie Bezos, madre de sus 4 hijos, con la que se casó en 1992.
¿Lo ves? Es el hombre más rico del mundo, el emprendedor referente del planeta, el modelo que todos quieren copiar, el dueño de Amazon, ¡no tiene una vida perfecta! Por más dinero, por más éxito, por más reconocimiento, en el arcoíris de su vida hay otros colores, oscuros, especialmente en su vida personal. Un duro fracaso que dolerá y dejará huella, sin duda, pero la vida continúa.
La vida es muy similar a una montaña rusa: estás en permanente movimiento, a veces subes y a veces bajas, a veces vas despacio y a veces sube la velocidad. Hay curvas frenéticas y rectas que te crispan los nervios, y algunos giros que te revuelven el estómago. Una completa aventura que hay que disfrutar en su integridad, con lo bueno y con lo malo, porque todo hace parte de la vida.
Lo que puedo decirte, y lo hago con la autoridad de quien ya fracasó más veces de las que le estaba permitido en esta vida, el fracaso (o error) es la mayor fuente de aprendizaje. Claro, si tú así lo deseas, si tienes la capacidad de levantarte y seguir, si posees la inteligencia para ver en perspectiva lo que ocurrió y detectar el origen del problema, y trabajas para evitar repetirlo.
El fracaso, amigo mío, es un regalo que nos hace la vida. Un aprendizaje que la mayoría de las ocasiones viene acompañado de dolor, un aprendizaje que muchas veces nos cuesta asimilar y entender. No asocies el fracaso con pérdida, con punto final, sino con lecciones enriquecedoras y nuevas oportunidades. Asúmelo como una escala en el camino, un momento para reflexionar.
La vida, recuérdalo, no es alegrías vs. tristezas, celebraciones vs. decepciones, risas vs. llantos, logros vs. frustraciones, no es blanco o negro.
La vida, amigo mío, es un arcoíris lleno de colores y de matices y, por eso, el fracaso no puede, no debe detenerte. Analízalo, aprender lo que tenga para ti, supéralo y sigue adelante.
Vendrán más fracasos, pero, tranquilo: será más aprendizaje.
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