¿Crees que la vida te castiga injustamente?

Esa mañana te levantas, lleno de ilusión y esperanza, y no sabes qué puede ocurrir. La vida es una incertidumbre y no hay nada que podamos hacer contra eso. Sales de casa con ganas de que sea un día especial, lleno de satisfacciones y logros, pero cuando regresas en la noche parece que hubieran pasado años, décadas, porque tu vida ya no es la misma. ¿El motivo? Apareció el dolor.

La vida es como una montaña rusa, un recorrido frenético en el que nos enfrentamos a riesgos, en el que reímos y al momento gritamos por el pánico de un descenso vertiginoso. Cuando termina el viaje y los carros se detienen, ves personas felices, algunas otras que no consiguen superar el impacto y otras más que lloran y juran que jamás volverán a subirse allí. La vida en esencia pura.

Cada día, cuando abres los ojos y le agradeces a la vida por una nueva oportunidad, piensas que todo va a salir bien. Inclusive, lo intuyes. Sin embargo, no siempre ocurre lo que esperamos. Puede ser que, por ejemplo, en medio del denso tráfico automovilístico alguien te golpea fuerte, por detrás, y estropea tu viaje. Ver tu coche maltrecho te daña el día, te indispone, te provoca ira.

Puede ser, también, que en la tarde te citan a una reunión no programada en la que te llevas una desagradable sorpresa: por los malos resultados de los últimos meses, la empresa debe hacer un recorte y tú eres una de las personas de las que van a prescindir. No lo esperabas, por supuesto, y lo consideras injusto, pero nada se puede hacer. Tu vida laboral se transforma en un problema.

O puede ser, lamentablemente, que suena el celular y, del otro lado, una voz quebrantada por el llanto te da una terrible noticia: es tu esposa, para contarte que tu madre falleció. Aunque era una persona de avanzada edad, más de 80, gozaba de buena salud física y mental, se había conservado muy bien. Sin embargo, esa tarde su corazón su corazón grande y generoso, la traicionó.

A pesar de que somos conscientes de que algo malo puede suceder en cualquier momento, nunca estamos preparados para ello. Por lo general, además, reaccionados de la manera equivocada: le damos vía a la ira, dejamos que las emociones nos dominen o tomamos la salida fácil, el atajo, de sentirnos víctimas. “¿Por qué a mí? ¿Por qué me ocurre esto? ¿Qué he hecho para merecerlo?”.

Estas y otras preguntas mortificantes, de las que jamás vamos a encontrar una respuesta, nos taladran la cabeza y el corazón. Y hacen daño, mucho daño. Ese cielo azul que disfrutábamos en la mañana se transformó en una negra y oscura noche en la que las sombras, el principal disfraz de nuestros miedos y creencias limitantes, hacen su fiesta. Y las preguntas retumban en tu interior.

No importa qué sea lo que nos suceda, no estamos preparados para aceptar lo negativo en la vida. Es producto de las creencias limitantes con que programaron nuestro cerebro: si es algo positivo o que nos agrada, es un premio; por el contrario, si es algo negativo o que nos provoca dolor, es un castigo de la vida. De ahí surgen los duros cuestionamientos: no creemos merecer eso negativo.

La vida, sin embargo, no funciona así. No hay premio, ni castigo, solo consecuencias de nuestras acciones y decisiones. Y cuando se trata de algo que está fuera de nuestro control (como te que choquen el auto, que te despidan de tu trabajo, que fallezca un ser querido) no es porque hayamos hecho algo malo, o porque nos equivocamos: ocurre, simplemente, porque así es la vida.

Son dos situaciones de las que debemos ser conscientes. La primera, que todo lo que hacemos, la forma en que pensamos, el modo en que actuamos trae consecuencias. Positivas o negativas. Así, entonces, no podemos ir tan a la ligera culpando a la vida, al universo, a los astros o a otras personas por aquello que es exclusiva responsabilidad propia: tus acciones y decisiones.

En este caso, solo tienes una salida: enfrentar el problema y buscar una solución. Y, valga decirlo, la búsqueda debe ser interior: tú eres el origen de lo que te sucede, tanto de lo positivo como de lo negativo. Explora en tus creencias limitantes, escarba en tu pasado para tratar de determinar por qué haces lo que haces, por qué lo haces de esa forma, por qué no has logrado cambiar.

No es un proceso fácil, lo sé, porque incorpora dos factores que por lo general nos producen rechazo. El primero, la honestidad de aceptar nuestra falta y entender que no es que el universo conspire en nuestra contra. El segundo, la determinación de emprender las acciones necesarias para eliminar esa creencia limitante y, además, trabajar para adquirir nuevos hábitos y cambiar.

En el caso de las situaciones que están fuera de tu control, solo nos quedan la aceptación y la resignación. Por más que tú no quieras, hagas lo que hagas, tus seres queridos se irán algún día. Por más que trabajes bien, cumplas y des buenos resultados, eventualmente te despedirán de tu trabajo. Por más que seas un buen conductor, podrás sufrir un accidente provocado por otro.

Así es la vida, y no la podemos cambiar. Lo que sí podemos cambiar, lo que necesitamos cambiar para que estos episodios no se convierten en traumas, en obstáculos que nos impidan alcanzar la felicidad, la tranquilidad, la paz y la abundancia que deseamos, es la forma en que reaccionamos a esos sucesos. Controlar tus emociones y canalizarlas positivamente sí está en tus manos.

Después de que pude reprogramar mi mente, de que eliminé esas creencias limitantes con las que programaron mi cerebro en la niñez, me di cuenta de que el peor de los episodios a los que te enfrenta la vida, como la muerte de un familiar, encierra un poderoso mensaje positivo. Está bien que haya dolor, que requieras un tiempo para elaborar el duelo, pero no desaproveches el mensaje.

¿A qué me refiero? Cuando somos incapaces de aceptar la pérdida y asumimos una actitud negativa, lo que en realidad ocultamos son nuestros miedos a enfrentar esa realidad y, por otro lado, anteponemos el ego. Por un lado, le reprochamos a la vida por arrebatarnos algo que amábamos en vez de apreciar lo que esa persona nos dio, lo mucho que le aportó a tu vida.

Ahora, cada vez que ocurre algo que está fuera de mi control, trato de encontrar el aprendizaje que esa situación encierra y agradezco a la vida por lo que ese suceso o esa persona me brindaron. Esa, amigo mío, es la mayor riqueza a la que puedes aspirar: el amor, la bondad, la generosidad, las ilusiones, las relaciones constructivas, las emociones, las creencias, la paz y la tranquilidad.

Se trata de una decisión, de una elección: te pones en el rol de la víctima o aprovechas y aprendes. Más allá de la dolorosa pérdida, material o sentimental, tu vida está llena de bendiciones. Si abres los ojos y el corazón, las verás por doquier; se manifiestas de mil y una formas maravillosas. En el momento en que entiendas y aceptes esta realidad, podrás superar el dolor y seguir sin resentimientos.

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