Abre la puerta correcta y comienza a vivir con abundancia

¡Juventud, divino tesoro! Cuando eres, joven, quieres comerte el mundo. Te sientes invencible, crees que lo puedes resistir todo y estás seguro de que nada puede derrumbarte. Después llega la vida y te da una fuerte bofetada, te tira al piso, se relame con tu dolor y se ríe de tus desdichas. ¿Por qué? ¿Qué pasó? ¿Por qué a mí? ¿Qué hice mal? Estas son las preguntas que te atormentan.

Sí, yo, Pablo Vallarino, lo confieso: cuando era adolescente, me creía invencible. Y, la verdad, tenía razones para creerlo: en casa no faltaba nada, tenía una vida normal y soñaba con un futuro lleno de alegrías y éxitos. Sin embargo, un día descubrí cuán frágil era: ¡todo se derrumbó!, como aquel popular tema interpretado por el mexicano Emmanuel. ¡Todo se derrumbó dentro de mí!

Cuando eres joven, no solo te crees invencible, sino que además no estás preparado de ninguna manera para que soportar una bofetada tan dura de la vida. No tienes el conocimiento, tampoco la experiencia y, mucho menos, la sabiduría para enfrentarte a algo así. Por eso, aquel día de 1994 en el que el negocio familiar quebró, me di cuenta de lo fácil es que es perderlo todo.

Fueron varias las personas que se quedaron sin una fuente de ingresos y mi familia lo perdió todo: los bienes que habíamos atesorado sirvieron para paliar el duro golpe, pero eso no fue suficiente para evitar que mi vida se derrumbara. Fue el momento en el que hice un descubrimiento aterrador: cargaba el lastre de una larga tradición de fracasos familiares, de frecuentes pérdidas.

No lo sabía, jamás lo había imaginado. Solo en ese momento supe que mis antepasados tenían un largo historial de pérdidas y de escasez. Y no solo en lo material. Uno tras otro, todos llegaron a un punto de su vida en el que perdieron aquello que habían atesorado con esfuerzo y sacrificio y no les quedó más remedio que buscar empleos que les permitieran sobrevivir a su dura realidad.

¡Perder era parte del linaje familiar, una constante de la familia que se transmitía de generación en generación! Y había llegado mi momento de experimentar ese designio. Me di cuenta de que, sin quererlo, sin desearlo, recorría el mismo camino que mis padres y el resto de mis parientes: el del fracaso. Sentía que debía fracasar para no defraudarlos, para no romper la tradición familiar.

Durante algunos años, los mejores de mi juventud, me dediqué a fracasar. Tuve una gran variedad de trabajos en los que nunca progresé y, aunque dedicaba 16 horas a trabajar, el resultado siempre era el mismo. A pesar de que estaba en la flor de la vida, mi salud se deterioró, vivía enfermo y tenía que tomar píldoras para la tensión muscular, para dormir, y nada me aliviaba.

En lo profundo de mi corazón cultivaba el pánico por fracasar, por perder, y siempre perdía. Estaba rodeado de un ambiente tóxico que me consumía: cuando hablaba con conocidos y con mis familiares, las conversaciones giraban en torno de temas como crisis, depresión, fracaso o desempleo. Un círculo vicioso del que no podía salir. Sentía un intenso dolor, no me libraba de él.

Lo peor es que mi apellido estaba en boca de todos en la ciudad: como fueron varias las familias que se perjudicaron con la quiebra de la empresa, nos señalaban, nos acusaban de sus desdichas. En los diarios aparecían edictos judiciales en los que se hablaba de aquel suceso y parecíamos condenados a una vida miserable. Hasta pensé que morirme era la única solución.

Y toqué fondo, que finalmente fue una buena noticia: ya no había posibilidad de caer más bajo. Y me di cuenta, entonces, de que solo había una alternativa: levantarme y comenzar a subir. Sí, limpiar aquel desorden que había creado, sacudirme el polvo que llevaba encima, levantar la frente y comenzar a andar. Y vi la luz al final del túnel, y logré salir, y descubrí una nueva vida.

El punto bisagra fue que vi que a mi alrededor había otras personas que no sufrían, que tenían una vida tranquila, que eran felices, a pesar de que no eran ricos. ¿Y cómo lo hacen?, pensé. ¿Qué tienen ellos de especial? ¿Qué tienen ellos que no tenga yo? Entonces, comencé a buscar respuesta para estos interrogantes, que curiosamente se convirtieron en una motivación para salir adelante.

Aceptar mis errores y, sobre todo, acuñar el firme propósito de cambiar esas creencias limitantes fue el primer paso. Y descubrí por qué esas otras personas eran tan diferentes a mí: su mente estaba programada para el bien, para lo positivo, para lo constructivo. “Eso es lo que quiero para mí”, me dije. Nunca había estado tan convencido, tan decidido: era cambiar o volver al hoyo.

Y cambié: gracias al conocimiento que adquirí, a la ayuda de personas capacitadas y generosas que me tendieron una mano, avancé. Poco a poco, en medio de dificultades, pero avancé. Apliqué las técnicas que me enseñaron, seguí estudiando y me divorcié de esas creencias limitantes con las que me habían programado cuando eran niño. La causalidad se apoderó de mi vida, y pude sonreír.

No fue un cambio de la noche a la mañana, no fue algo fácil. Sin embargo, fue la mejor decisión que tomé en mi vida. ¡Rompí con la tradición familiar!, y comencé a triunfar. Y sigo triunfado, por fortuna. No dejo de capacitarme, de aprender, de descubrir más técnicas y más herramientas que me permitan seguir este camino de transformación, de disfrutar una vida de abundancia.

Me di cuenta de que podía ser feliz, y ¡soy feliz! Ya no hay vuelta atrás. Ahora dedico mi tiempo, mis energías y mi vida a ayudar a otros que, quizás como tú, viven una situación similar a la que experimenté en mi juventud. ¡Es posible cambiar! Yo lo hice y he tenido el privilegio de guiar a otros a conseguirlo. No tienes por qué resignarte a una vida que no te hace feliz, una vida de dolor.

Todo cambió el día que toqué la puerta correcta. Se abrió y pude ingresar a un maravilloso universo de conocimiento, prosperidad, felicidad y abundancia. ¡Es lo que la vida tiene preparado para ti!, no te niegues la oportunidad. Solo tienes que entender que el poder está en ti, en tu mente, y que tu vida cambiará el día que tú lo desees, que tú lo decidas. Y aquí estoy para ayudarte.

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