¿Alguna vez te preguntaste cuán distinta sería tu vida si tuvieras confianza en ti? Te lo digo porque los seres humanos, todos, estamos convencidos de que confiamos en nosotros mismo, pero no es así. De hecho, si analizas algunas de tus decisiones, algunos de tus comportamientos, algunos de tus hábitos, te darás cuenta de que esa confianza es débil y, peor aún, de que está condicionada.
La confianza es la seguridad que el ser humano tiene en algo o en alguien. El Diccionario de la Lengua Española (DLE) nos dice también que es “Ánimo, aliento, vigor para obrar”. Lo curioso de esta virtud es que comienza de manera inconsciente, casi instintiva, pero en algún momento se traslada a plano racional y se convierte en algo consciente, es decir, en una elección propia.
Un hijo, por ejemplo, confía de manera natural en su padre. Lo hace ciegamente, convencido por el instinto de conservación: sabe que él siempre lo protegerá. Sin embargo, puede ocurrir que se dé un hecho traumático que rompa la confianza, algo que motive al hijo a desconfiar de su padre, ya no inconscientemente, sino por una decisión personal. ¿Qué puede ocasionar esta ruptura?
Una agresión muy fuerte o continuada, un maltrato repetido o una traición (por ejemplo, que engañe a su madre). La confianza no es un derecho adquirido, entonces, sino un privilegio que se obtiene, que se merece. Esa es la razón por la cual confiamos a ojo cerrado en algunas personas, mientras que hay otras que no nos inspiran nada de confianza, o que nos inspiran desconfianza.
La confianza, así mismo, es una construcción. Por definición, es una emoción positiva, pero con una característica especial: es frágil, sensible. Bien reza el dicho popular que se requieren años para forjar la confianza y apenas unos segundos para perderla. Seguro que ahora te acuerdas de alguna situación o de alguna persona en quien confiabas y por algún motivo ya no lo haces.
Y es por lo que al comienzo te preguntaba si te imaginas cuán distinta sería tu vida si tuvieras confianza en ti mismo. La falta de confianza surge de experiencias negativas, de los miedos o de la combinación de estos dos. Por ejemplo, cuando debías hacer una exposición en clase ante tus compañeros y te paralizaste, se te olvidó lo que tenías que decir y acabaste frustrado.
O si un día fuiste de fiesta con tus amigos, estabas loco de ganas de invitar a bailar a la chica que te gustaba y, a la hora de la verdad, te quedaste toda la velada sentado, presa del pánico. Luego pasaste varios días reprochándote, castigándote por no haber sido capaz de abordarla, por ni siquiera haberlo intentado. Y lo peor era que ese miedo se repetía cada vez que una chica te atraía.
¿Te das cuenta de cómo funciona? Todo está relacionado con el poder de la mente, que te permite conseguir lo que deseas o te invade de miedos y evita que actúes. ¿De qué depende? De cómo la programes, de qué le enseñes, de cuáles sean los mensajes que le transmite. Si tus pensamientos son negativos y limitantes, la mente activará los “No puedes”, “no lo hagas” y demás.
Cuando estaba en la escuela secundaria, tenía un amigo al que la falta de confianza le jugaba malas pasadas. Era el buen Facundo, un tipo noble, auténtico. Hablaba con muy pocos, sufría cuando algún maestro le preguntaba algo y se escondía si por casualidad la compañera que le gustaba pasaba a menos de 5 metros de él. Era una persona llena de miedos, de prevenciones.
Sin embargo, tenía otra faceta opuesta: era un gran cantante y tocaba la guitarra con maestría. Era algo que pocos sabían, pero a mí me lo confesó algún día y hasta me invitó a su casa para que lo escuchara. Y fui, reconozco que con alguna prevención, pero luego agradecí: ¡un monstruo! El bueno de Facundo era un cantante fenomenal, empoderado, convencido de su talento.
En la escuela, cada año, se realizaba una semana de actividades culturales y había un concurso de canto. Sin que él lo supiera, inscribí a Facundo y luego me di a la tarea de convencerlo de que se presentara. No fue fácil, pero hubo un argumento que no pudo rebatir: “si ganas el concurso, todas las chicas van a querer estar contigo, van a querer que les cantes su canción favorita”, le dije.
Y, claro, no tuvo otra elección: se presentó y ganó. Los apabulló a los demás concursantes. Desde aquel día, conocimos a otro Facundo o al verdadero Facundo, no estoy seguro. Lo cierto es que ese logro lo cambió para siempre. Dejó atrás los miedos, se convirtió en persona abierta y, lo que más disfrutaba, era el consentido de las chicas. Aprendió a confían en sí mismo y se transformó.
De manera similar, en muchas ocasiones cuando una persona acude a mí para que la ayude a cambiar su vida nos encontramos con que la principal dificultad es la falta de confianza. Son de esas personas que se miran al espejo y se descubren mil y un defectos. No se gustan como son, no se aceptan como son, y por eso viven inconformes, frustradas, llenas de dolor y resentimiento.
Son, además, de esa clase de personas que están condicionadas por el qué dirán y que, para colmo, piden la aprobación de otros hasta para lo más sencillo de la vida como qué ropa deben usar o cuál color les queda mejor. Son absolutamente dependientes y no toman una decisión, por simple que parezca, sin antes consultar a alguien en quien sí confían. Son personas negativas y autodestructivas.
Poseen, además, la extraña habilidad de desarrollar creencias limitantes: le encuentran problema a la solución perfecta, se enfocan en lo negativo y les cuesta mucho ver algo positivo. Esto es resultado, por supuesto, de la educación que recibieron, del ejemplo de su entorno cercano. Están convencidas de que son poca cosa, se ven muy inferiores a los demás y se menosprecian.
La confianza es una virtud, pero también es una habilidad y, por lo tanto, cualquier persona la puede desarrollar, la puede cultivar. Además, es una actitud: cuando la confianza en ti mismo es fuerte, ninguna dificultad es insuperable, ningún obstáculo te detiene. La confianza actúa como un escudo que te protege, que te hace sentir invencible, que te permite superar tus límites.
Una reflexión final: confiar en nosotros mismos no significa convertirnos en superhéroes, sino estar convencidos de que somos capaces de conseguir lo que nos proponemos. El conocimiento de ti mismo, el aprendizaje continuo, la mentalidad abierta, la interacción con personas mejores que tú y la humildad para aceptarte tal como eres son el alimento de la confianza. Consúmelos sin restricciones…