Cuando te detienes un momento y vuelves la vista atrás, ¿qué ves? ¿A la misma persona que eras hace un año, hace 5 años, hace 10 años? La mayoría de las personas no nota cambio alguno, lo que les genera una sensación de tranquilidad: “sigo siendo joven”, se dicen para conformarse, pero la verdad es que deberían preocuparse porque significa que están frenadas, estancadas.
La vida, en esencia, es movimiento: el segundo que acaba de pasar ya no existe y el siguiente es uno nuevo, y así sucesivamente. El ayer ya pasó, el día de hoy es único y el mañana será algo completamente distinto, y así sucesivamente. El agua del río, desde su nacimiento hasta donde desemboca en uno más grande o en el mar, siempre está en movimiento, siempre avanza.
¿Lo entiendes? Si no avanzas, ¿qué sentido tiene tu vida? Hasta el árbol, que permanece siempre en el lugar donde lo plantaste, se desarrolla y crece: extiende sus frondosas ramas, pierde las hojas en el otoño y nos regala unas nuevas, fuertes y largas, durante la primavera. Desde el día en que la semilla germina, siempre está en desarrollo, siempre cambia, siempre crece.
Es una ley de la naturaleza que aplica para todos los seres vivos. Lo irónico es que somos los humanos, que tenemos el privilegio de la inteligencia y de decidir nuestros actos, el camino que queremos recorrer en la vida, vamos en contra de ella. Sí, elegimos mantenernos inmóviles, atados al pasado, estancados en una zona de confort en la que los sueños mueren lentamente.
Esta situación es producto de las creencias que grabaron en nuestro cerebro cuando éramos niños. Nos enseñaron a no hacer para evitar errores o el impacto negativo de aquellos eventos que están fuera de nuestro control. Nos sobreprotegen, nos limitan, nos condicionan, y por eso cuando somos adultos nos cuesta tanto trabajo aceptarlo y, sobre todo, combatirlo, superarlo.
Aprendemos a sentirnos cómodos y protegidos en la zona de confort y, de manera inconsciente, renunciamos a nuestros sueños, a lo maravilloso que la vida tiene disponible para nosotros. Elegimos dejar de crecer personalmente porque entendemos que es necesario pagar un precio y no estamos dispuestos, aunque eso signifique renunciar a la felicidad, a la abundancia, a la paz.
Todos, absolutamente todos, nos encontramos en esa situación en algún momento de la vida. Y solo algunos, unos pocos, elegimos cambiar, nos atrevemos a dar el primer paso y enfrentar esa programación mental que nos hace daño. Cuando me tomo un respiro y vuelvo la vista atrás, cuando veo la persona que era hace 10 años, agradezco que hoy soy una persona diferente.
¿Sabes qué es lo mejor? Que es un proceso que no termina. Desde el día en que decidí cambiar mis creencias, en que me liberé de las ataduras que me tenían preso, en que tomé la decisión de ir a luchar por mis sueños, mi vida no se detiene. Cada día es una aventura, un enriquecedor aprendizaje que asumo con gran entusiasmo y con la plena consciencia de su beneficio.
Renuncié, sí, pero no a mis sueños, no a la vida que deseo, no a la oportunidad de darle a mi familia el bienestar que se merece, no a brindarles a las personas que confían en mí el conocimiento y la ayuda que les permita transformar su vida. Renuncié a 10 malos hábitos que me impedían tener una vida de abundancia; los comparto por si a ti también te atormentan:
1.- Renuncié al pasado. El ayer ya fue y no nos pertenece de ninguna manera. Lo único que vale la pena rescatar es el aprendizaje obtenido de cada experiencia, de cada error, de cada emoción que nos marcó. El resto, ¡suéltalo, déjalo ir! Si no renuncias al pasado, se convertirá en una pesada carga que te impedirá avanzar y aprovechar los dones y talentos que te regaló la vida.
2.- Renuncié a la culpa. Es otro pesado lastre que nos mantiene estancados. Nos culpamos por los errores, los nuestros y los ajenos, y por todo aquello que no salió como esperábamos. Y eso es injusto, porque una equivocación no es más que una oportunidad de aprendizaje. Cuando te despojes de esos pensamientos, cuando liberes la carga, verás como el camino se abre para ti.
3.- Renuncié a la mentalidad negativa. Nada hay más tóxico que los pensamientos negativos, que se manifiestan en creencias como “no puedo”, “no soy capaz”, “no me lo merezco” y otras por el estilo. Creencias que, seguramente lo sabes, nos paralizan, nos llenan de miedo, nos frustran. Si no las destierras, si no las transformas en positivas, en motivación, tu vida estará anclada.
4.- Renuncié a la necesidad de tener siempre la razón. Por esta creencia nos estrellamos contra el planeta con demasiada frecuencia. Nos obsesionamos con ser los dueños de la verdad y nunca aprendemos a aceptar que nos equivocamos. Y, ¿sabes cuál es la consecuencia? Nos equivocamos más y más, cada vez con peores consecuencias. Tener la razón impide vivir con paz y tranquilidad.
5.- Renuncié a la necesidad de controlar todo. Creemos que, si controlamos lo que nos sucede, lo que nos rodea, vamos a estar bien, pero no es así. De hecho, jamás podremos controlarlo todo y, por eso, lo único que conseguimos es molestarnos, autosabotearnos, limitarnos. La obsesión por el control no es más que una manifestación del miedo y, por eso, necesitamos liberarnos de él.
6.- Renuncié a las quejas. Si abres los ojos y ves un poco más allá de tus propias narices, verás cuán generosa es la vida contigo. Quizás no tienes todos lo que deseas, pero seguro que sí tienes todo lo que necesitas, aunque a veces no lo percibas así. Quejarnos es abrirles la puerta a pensamientos negativos que, como ya lo mencioné, son tóxicos. Deja de quejarte: ¡agradece y disfruta!
7.- Renuncié a las excusas. Por más conocimiento que atesoremos, los seres humanos somos expertos en el arte de justificar nuestros errores, nuestros miedos, nuestra falta de acción. Somos expertos en ofrecer excusas que, finalmente, no son más que lastres que cargamos y que evitan que avancemos. Busca la oportunidad que hay en cada error, en cada obstáculo, ¡sin excusas!
8.- Renuncié a escuchar las críticas. El qué dirán los demás nos condiciona porque desde niños nos enseñaron a pedir la aprobación de otros. Sin embargo, la única opinión que tiene validez es la tuya: date la oportunidad de equivocarte, aprende de ese error, corrige y vuelve a intentarlo. Si fallas, te criticarán; si aciertas, te criticarán igual, así que haz caso omiso y sigue adelante.
9.- Renuncié a la necesidad de impresionar a los demás. Otra creencia limitante cultivada en la niñez. Nos tratan como si fuéramos artistas de circo, como si fuéramos perfectos, y no es así. Cuando actuamos en función de otros, nada de lo que logremos nos dará la felicidad que deseamos porque lo más probable es que no esté conectado con nuestras pasiones.
10.- Renuncié a la resistencia al cambio. Quizás, la decisión más importante, la que provocó el mayor impacto positivo en mi vida. Dejé de luchar contra aquello que me mantenía estancado y el universo comenzó a fluir, las oportunidades se sucedieron y mi vida se transformó para bien. Si quieres crecer como persona, el primer paso es aceptar que necesitas cambiar.