La relación con nuestra pareja puede ser la mayor fuente de felicidad, la principal motivación y el apoyo más importante para un ser humano. O, también, puede ser fuente de conflictos que se traducen en intranquilidad, inseguridad e infelicidad. Por eso, y más en el mundo moderno del siglo XXI, necesitamos que esa relación sea armónica, fuerte, positiva y constructiva.
Los roles del hombre y la mujer han cambiado radicalmente en los últimos tiempos. Nada que ver, por ejemplo, con los de aquella época en la que nuestros padres se conocieron, se enamoraron y se casaron. Las normas sociales eran muy distintas, en especial porque la injerencia de sus padres tenía mucho peso: había un futuro para la relación dependiendo de la aprobación de ellos.
No había internet, no había teléfonos móviles, no había aplicaciones de mensajería instantánea. Todo se llevaba a cabo en vivo y en directo. Si querías invitar a salir a una chica, tenías que ir y pedírselo a ella, primero, y luego a sus padres. Nada de llamadas, nada de Whatsapp. Y, antes de recibir una respuesta, debías someterte a un interrogatorio de esos que el FBI envidiaría.
Los tiempos fueron cambiando y a nosotros nos tocó un mundo más liberado. Un poco. Sin embargo, todavía había que presentarse en casa de los padres de ella, invitarla a la tuya para que tus padres la conocieran y debías hacerte amigo de sus hermanos (para convertirlos en cómplices). Y había que enamorarla, ganarse su corazón, porque todavía eran relaciones para toda la vida.
Yo estoy felizmente casado y te aseguro que unir mi vida a la de Luciana fue lo mejor que me pasó, junto con el nacimiento de mis hijos Juan Segundo y Paz. Nos conocimos cuando yo estaba en las oscuras profundidades de la vida, víctima de mis errores y de mis malas decisiones. Cuando la conocí, mi vida cambió: fue como si un náufrago a punto de ahogarse recibiera el salvavidas.
Hemos recorrido un largo camino, un maravilloso camino, a pesar de las dificultades que debimos sortear. No fue fácil salir del hoyo en el que me había metido y tampoco fue fácil brindarle a ella, primero, y al resto de la familia después, el bienestar que deseaba, que se merecen. Y sé que hoy, después de tantos años, seguimos en el proceso de construir una relación sana, feliz y abundante.
Nos amamos, mucho, pero ese amor no evita que se presenten problemas, que haya discusiones y desacuerdos. Nos costó entender que somos dos seres humanos distintos, únicos, y que esas diferencias son los pilares que soportan la relación, las bases, si las sabemos aprovechar. ¿Cómo hacerlo? Se requieren altas dosis de comprensión, comunicación, tolerancia, paciencia y humildad.
¿Sabes por qué tantas relaciones de pareja no funcionan? Porque no hay un libreto único, porque lo que a ti te funciona, quizás a otros no les sirve. Como mencioné antes, una relación de pareja es una construcción permanente: cada día debes hacer algo para crecer, para alimentar el vínculo, para fortalecer la relación, para conocer mejor al otro y, sobre todo, para aceptarlo tal como es.
En el pasado, en la época de nuestros padres y abuelos, era distinto. No sé si mejor o peor, pero sí sé que era diferente. El hombre era la voz de mando y la mujer sabía que su rol era el de una actriz de reparto. La responsabilidad de él era velar por el bienestar de la familia y la de ella, cuidar a los hijos y educarlos, convertirlos en personas de bien. Ese esquema funcionó durante décadas.
Hoy, sin embargo, es distinto. Las relaciones de pareja han cambiado mucho, la mujer asumió roles laborales que antes eran privilegio de unas pocas. Lo mejor es que tiene una vida propia, más allá de la pareja, y tiene la posibilidad de luchar por sus sueños, de cristalizarlos. Por desgracia, en virtud de ese nuevo escenario, las relaciones de pareja son fuente de frecuentes conflictos.
Entonces, debemos entender ambos, hombre y mujer, que una pareja es un equipo. Como en el tenis: no hay uno más importante que el otro, pues si bien cada uno tiene sus roles el bienestar del grupo familiar depende de los dos, de lo que ese equipo construya. Son dos personas únicas que deben potenciar sus fortalezas y evitar que sus debilidades se conviertan en obstáculos.
Y deben cultivar hábitos que los ayuden a crecer. Uno de ellos es saber escuchar. Este, quizás, es uno mayores puntos de desacuerdo. Estamos programados para hablar y hablar, no para escuchar. Y hablamos tanto que al final solo conseguimos levantar barreras que perjudican la relación. Ser humildes y pacientes para escuchar al otro es, sin duda, una prioridad para el bienestar.
El mayor beneficio de escuchar al otro es que puedes conocerlo tal y como es. Y conocerlo nos permite saber cómo piensa, entenderlo y aceptarlo. Si las parejas pusieran en práctica este hábito con más frecuencia, estoy seguro de que la convivencia sería más sana, más alegre. La empatía, ponerse en el lugar del otro, es fundamental para que esa escucha en verdad sea provechosa.
También hay que ceder, que no significa resignar. Ceder es aceptar las opiniones del otro, en especial cuando son diferentes de las nuestras, y entender que cada uno tiene su espacio, requiere su espacio. Ceder no es un sacrificio, como nos enseñaron cuando estábamos chicos, sino una decisión adoptada por el bien del equipo, de la pareja. Ceder es un acto voluntario, autónomo.
Y cedes porque entiendes que el nosotros está por encima del yo. Depones tu ego y de manera consciente aceptas aquello que los beneficia a los dos. Por supuesto, no siempre debe ceder la misma persona, porque se pierde el equilibrio, porque se entra en el campo de la dominación, que es negativa y tóxica. Cuando cedes, abonas el terreno para que la pareja se fortalezca y crezca.
Un tercer hábito indispensable es alimentar la relación. De la misma manera que siembras un árbol y lo riegas, lo cuidas y le aplicas fertilizantes para que crezca fuerte y sano, en la relación de pareja los detalles son cruciales. Esos pequeños gestos espontáneos y desinteresados que hacen sentir bien a tu pareja enriquecen la relación, derriban las tensiones y alimentan el amor.
Una cena romántica (inclusive, en casa), una escapada solos el fin de semana, salir al campo y tener contacto con la naturaleza, compartir las actividades que les gustan (cine, teatro, música, deporte, amigos, familia), un regalo sin un motivo específico o, simplemente, dedicarle tu tiempo son hábitos que contribuyen a la convivencia y que fortalecen los vínculos del equipo.
En el mundo moderno del siglo XXI, con su frenético ritmo, las relaciones de pareja pueden ser la principal fuente de conflicto, inseguridad e infelicidad para las personas. O, si así lo eligen los miembros de este equipo, un motivo de prosperidad, de abundancia, de crecimiento mutuo. La diferencia está en los hábitos que cada pareja consigue desarrollar y pone en práctica.