Quítale poder a lo simple que daña tu día

¿Sabes cuál es uno de los peores hábitos del ser humano en el mundo moderno del siglo XXI? Que el lunes, cuando comienza la semana, ya tiene puesta la mente en el viernes. Lo más aterrador es que se trata de un hábito, es decir, de una conducta adquirir y reforzada de manera consciente. En otras palabras, es una elección, una decisión que adoptamos libremente y reforzamos a diario.

El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que comenzamos la semana con las ganas, la energía y la convicción al 1.000 por ciento, pero a medida que transcurren los días perdemos el impulso. Y llegamos al viernes pidiendo cacao. Peor aún, el anhelado fin de semana no nos alcanza para despejar la mente, para recuperar las fuerzas y llegamos así a otro lunes. Y vuelva a comenzar.

No es que la semana haya sido un desastre, que todo haya salido mal. La mayoría de las veces fue un pequeño tropiezo, quizás un mal día, el que echó a perder tu semana. En la empresa no te aprobaron el aumento de salario que pediste, tuviste una dura discusión con tu pareja que los distanció, los resultados de los exámenes médicos que te tomaste no fueron alentadores.

Si lo piensas, son mil y uno los motivos que existen para que se nos dañe un día. Además, porque nos hemos vuelto susceptibles, nos enojamos por cualquier cosa. En medio del frenético ritmo de vida del mundo moderno, la irascibilidad y la intolerancia afloran por doquier. Discutimos con las personas cercanas, peleamos con el vecino, por doquier encontramos razones para estar molestos.

Este es un tema que la mayoría de las veces pasa inadvertido. Me refiero a que no nos damos cuenta de que son pequeñeces las que nos estropean la alegría, nos arrebatan el entusiasmo y las fuerzas para seguir luchando por lo que deseamos. Cuando ocurre ese evento que daña el día, o la semana, nos distraemos, nos distraemos del foco de lo importante, perdemos el control.

Demasiadas consecuencias negativas para algo cuyo origen en es tan simple. Es porque estamos muy pendientes del exterior, de cómo nos ven los demás, y nos olvidamos de nuestro interior. Nos permitimos el lujo de dejar que lo exterior condicione lo interior, cuando debería ser lo contrario. Y ese desliz provoca que nuestra cotidianidad, la convivencia del día a día, no sea agradable.

Es, también, porque vivimos pendientes del qué dirán, de cómo nos ven los demás. Y no tenemos un plan, un propósito de vida definido, una estrategia para cumplir nuestros sueños. “Es el destino”, “Así es la vida y hay que aceptarla” o “Es un mensaje que la vida te envía” y otras son las creencias limitantes con las que justificamos esa reacción, con las que nos liberamos de la culpa.

La vida, aunque nos cueste trabajo percibirlo o admitirlo, nos brinda tantos momentos positivos y bendiciones como situaciones negativas y desagradables. Sin embargo, nos concentramos más en estas últimas y pasamos por alto aquellas que nos motivan, que nos enriquecen espiritualmente y que, si las valoramos, nos permiten superar los escollos y dejar atrás lo que nos daña el día.

Por ejemplo, el “te amo, papi” de tu pequeña hija, o el apretón de manos seguido de un fuerte abrazo de un amigo. O cuando tu pareja prepara tu platillo favorito sin que haya un motivo en especial, solo porque sabe que a ti te gusta. O cuando un cliente te llama agradecido porque tus servicios le resultaron muy valiosos y pudo concretar esa venta que estaba en el limbo hace rato.

¿Lo ves? ¿Te ha ocurrido alguna de las situaciones que acabo de describir? Seguramente que sí, y ahora te acuerdas de muchas otras más similares. Y estoy seguro, también, de que casi siempre las menospreciaste o, cuando menos, no les prestaste la atención que merecen. Si en algún instante te detienes, haces un alto en el camino y reflexionas te darás cuenta de cuán bendecido eres.

Cuando estos instantes positivos, constructivos e inspiradores se dan en nuestra vida, muchas veces no los vemos, pero cuando aparece uno negativo, por pequeño que sea, perdemos la compostura. ¿Sabes a qué obedece? A que nos dejamos llevar por las emociones, a que reaccionamos de manera instintiva, sin pensar, inconscientemente. Y ese es un grave error.

Lo primero que puedes hacer es pensar positivo. Este simple acto tiene un doble efecto: por un lado, atrae lo similar, es decir, lo positivo, lo constructivo, lo enriquecedor; por el otro, repele lo contrario, lo negativo, lo destructivo, lo tóxico. Si ves el lado positivo de cada situación, podrás apreciar lo valioso que incorpora, te darás cuenta de que la vida es muy generosa contigo.

Otra estrategia efectiva es ayudar a alguien necesitado. No tiene que ser una obra de caridad o un voluntariado, aunque estas acciones también son válidas. Llama a ese amigo al que le dijiste no la última vez que se vieron; o ve a visitar al abuelo, dale un fuerte abrazo y pídele que te cuente una de sus historias, haz que se sienta importante. Entrega algo de ti sin esperar nada a cambio y te sentirás mejor.

Hay algunas acciones que nos sirven para evitar que esto ocurra. Mejor dicho, para darle la vuelta a esa situación: valorar y apreciar lo favorable, lo enriquecedor, lo amable que sucede en nuestra vida y gestionar lo negativo, lo tóxico, lo destructivo. Gestionar significa bloquear, impedir que su impacto nos dañe y, más bien, extraer el aprendizaje que encierra esa experiencia y seguir adelante.

Aunque suene a frase de cajón, la tercera opción es importante: no te rindas. Las situaciones negativas que enfrentamos cada día son pruebas, son oportunidades de aprendizaje: no las desprecies. Entiende que, por duro que sea el golpe, por doloroso que sea el impacto, la vida no se detiene y tu misión, tu propósito, está más adelante. Sé fuerte, resiste, aprende y continúa.

En cuarto lugar, aprecia lo bueno que hay en tu vida. Ya lo mencioné, pero vale la pena recalcarlo. Si tienes un techo para protegerte, si tu refrigerador está lleno, si no falta comida en tu mesa, si estás rodeado de los seres que amas o si haces lo que amas, comprende que tu vida está repleta de bendiciones. Agradécelas, cultiva hábitos simples y positivos y haz el bien sin mirar a quien.

Por último, no pierdas tiempo, que es lo único que no se puede recuperar. Sin importar qué edad tengas, a qué te dediques o qué te ocurra, entiende que la vida es corta y no estamos aquí para sufrirla, sino para disfrutarla y compartirla. Despójate de la soberbia, aléjate del ego y enfócate en lo que te gusta, en ejecutar el plan de vida que deseas, en hacer que tu paso por este mundo valga la pena. Por dolorosa o negativa que sea la situación que nos toque enfrentar cada día, el impacto que produce en tu vida depende de ti, depende de si le adjudicas el poder de perturbarte, de dañar tu día. Afina un poco los sentidos, mira a tu alrededor y te darás cuenta de cuán afortunado eres, de cuántas bendiciones la vida riega sobre ti. Valora lo positivo y quítale el poder a lo negativo.

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