¿Programados para SOBREVIVIR?

“Doctor, renuncio porque quiero pasar más tiempo con mi familia, quiero estar con mis hijos, quiero disfrutar la vida”. Con esas palabras, Claudia le informó a su jefe que se retiraba del trabajo que había desempeñado durante los últimos 23 años, más de la mitad de su vida. Desde hacía tiempo, estaba cansada de pasar sentada frente al computador más de 10 horas al día.

Proveniente de una familia de clase media, en la que por fortuna nunca faltó lo básico, pero tampoco sobró nada, tuvo la oportunidad de asistir a un buen colegio público y luego, a la universidad. Mientras cursaba la carrera de Contaduría Pública se vinculó a esta empresa, una pequeña oficina de abogados dedicada a tomar casos penales de personas de bajos recursos.

Claudia se vinculó muy joven, como secretaria del socio mayoritario. Necesitaba el trabajo para ayudar a sus padres a pagar la universidad y, también, para disponer de algo de dinero para sus gastos. Su intención era retirarse tan pronto obtuviera el grado, pero los planes cambiaron en el camino: durante dos años, buscó trabajo sin resultados positivos y, entonces, desistió de la idea.

“Al final, estoy bien acá. Tengo un salario que me sirve, me tratan bien y tarde o temprano voy a conseguir trabajo en mi carrera”, era lo que pensaba en aquella época. Sin embargo, eso no sucedió y pronto su vida se convirtió en algo rutinario y aburrido: vivía de la casa a la oficina y de la oficina al trabajo, prácticamente sin posibilidad de distracción alguna, sin algo que la moviera.

Y así fue pasando el tiempo, un año tras otro, y Claudia veía cómo su juventud se esfumaba. Aunque era una joven alegre, una mujer atractiva e inteligente, se comportaba como una adulta cargada de culpas y frustraciones. Lo único que le aportaba algo de emoción y de pasión a su vida era Ernesto, su novio, al que había conocido en la universidad y con quien estaba comprometida.

Aunque él no quería que ella trabajara, la insistencia de Claudia y su firme decisión de no ser “una ama de casa aburrida y amargada”, lo indujeron a no crear conflicto por ese tema. Él pensaba que cuando Claudia se embarazara iba a renunciar a su trabajo, pero eso no ocurrió. Cuando terminó la licencia de maternidad, dejó a Martín al cuidado de la abuela Marta, su mamá, y volvió a la oficina.

Estaba feliz de haber sido madre, que era uno de sus sueños, pero no quería repetir la vida de su mamá, que lo sacrificó todo por cuidar de la familia. Eran otros tiempos, claro, y las mujeres aún no habían ganado muchos espacios en el ámbito laboral, ni habían superado las barreras que les permitieran desempeñar el doble rol de madres y trabajadoras. Y Claudia no quería eso para ella.

Después nació Roberto, su segundo hijo, su consentido. En esa ocasión, Ernesto le insistió en que dejara el trabajo, que se dedicara al cuidado de los niños, y ella se volvió a negar. En el fondo, no sabía bien porqué lo hacía, pues ya estaba un poco cansada de la labor que realizaba, que era monótona. Sentía que estaba estancada, que desde hacía tiempo no aprendía nada interesante.

Cuando tomó la decisión de retirarse, estaba agotada mental y físicamente. Ya no se atrevía a crear su propio estudio contable, porque sabía que estaba desactualizada y entendía que después de tantos años de haberse graduado y no haber ejercido todo iba a ser más difícil. Pero, al mismo tiempo, sentía pánico de quedarse todo el tiempo en la casa, encerrada entre esas cuatro paredes.

Los primeros meses fueron difíciles, a pesar de que se sentía contenta de haber dejado ese trabajo que no la hacía feliz. Sin embargo, ser ama de casa, ayudar a sus hijos con las tareas del colegio y depender económicamente de su marido era una realidad en la que no se acomodaba. Y eso, por supuesto, la mortificaba, la preocupaba, porque ya no era una niña, sino una mujer de 42.

Fue una charla con su hermana Patricia la que le abrió los ojos. “Tú no eres la misma que yo conocí cuando éramos jóvenes. Tenías muchos sueños y solo cumpliste el de ser madre. Y el resto, ¿para cuándo? Tienes que cambiar el chip, tienes que redescubrir qué rumbo quieres darle a tu vida, le dijo. Esas palabras retumbaron en la cabeza de Claudia, que no tenía idea de qué quería hacer.

Como a Claudia, a muchos la vida se les va en estar ocupados en algo que no les apasiona, que no han planeado, que no les aporta la felicidad y abundancia que desean. Más bien, los llena de miedo, inseguridad y desazón. Acumulan cargas pesadas, frustraciones, y cuando se dan cuenta, si es que se dan cuenta, están parados al borde del abismo. Y no saben cuál es la solución adecuada.

Es el momento, entonces, de la reprogramación mental, de vaciar tu cabeza de aquello que no sirve, que te impide crecer, que te mantiene estancada, que te produce sentimientos negativos de forma permanente. Vivir así, lo sé, no es agradable, no es algo que una persona se merezca. Para personas como ella fue creado el programa Método Alfa, un robusto kit de herramientas para reprogramar tu mente y crear la vida que sueñas.

Pero, no solo para eso. Es un poderoso entrenamiento que ha ayudado a quienes lo han aplicado a encontrar el propósito de su vida, a conocerse, a establecer un plan de vida y, sobre todo, a disfrutarlo. Es una solución efectiva, paso a paso, a través del cual podrás crear una vida sin límites. Si quieres desarrollar tu máximo potencial, la condición es reprogramar tu mente.

Es algo que todos deberíamos hacer al menos una vez en la vida. Nuestro cerebro es como un computador (el más sofisticado que existe) y nuestra mente es el software que hace que funcione, como cualquier máquina que compramos para la casa (incluso tu teléfono móvil): si no la actualizas, si no la reconfiguras de cuando en cuando, si no instalas nuevos programas, en algún momento se vuelve obsoleta. Hay que volverla a poner en su estado natural, como nueva, para aprovecharla.

Desde antes de nacer, a todos nos van programando la mente (nuestro software) y luego concluyen el trabajo en la niñez y la adolescencia, aunque también en la edad adulta. Nos transmiten conocimiento que no nos sirve, creencias limitantes, miedos, frustraciones, recuerdos negativos, en fin. Antes de incorporar lo nuevo, debes borrar todo esto, limpiar la máquina y llenarla de lo que sí te sirve.

¿Y qué es lo que sirve?, te preguntarás. Para todo o para nada, depende de lo que tú decidas. Son herramientas, poderosas y efectivas, pero su utilidad solo se manifiesta si tú lo permites, si haces lo necesario: borrar tu mente y volverla a configurar con aquello que te hace bien, que te permite vivir una vida consciente, abundante, intencional, equilibrada, positiva, reflexiva y selectiva.

Claudia todavía no sabe qué hacer con su vida y eso de reprogramar su mente le suena a lavado de cerebro (que no lo es, en ningún sentido). Mientras no acepte que necesita el cambio, no adquiera el conocimiento adecuado y, sobre todo, no aplique en su vida los 12 postulados del Método Alfa para reprogramar su vida, seguirá confundida, estancada, sobreviviendo, sin desarrollar su máximo potencial, sin disfrutar la vida, sin ser LIBRE. ¿Y tú? ¿Qué estas esperando?

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