Hace unos días terminé las vacaciones con mi familia, en Estados Unidos. No tengo palabras para contarte cuánto las disfruté, cuánto aprendí de mis hijos, cuánto agradecí a la vida por darme este tiempo precioso con mi esposa. Son momentos que quieres que duren toda la vida, el resto de tu vida, pero ya sabemos que no es posible. Tarde o temprano hay que volver a la realidad.
No es que haya estado completamente desconectado, porque en mi maleta de viaje, como es habitual en los últimos 12 años, llevaba mi computadora, mi cámara y otros elementos que me permiten trabajar desde cualquier lugar gracias a internet. Sin embargo, el cambio de rutina, solo eso, te provoca una sensación de libertad ilimitada, te resetea la mente, te regocija el corazón.
Pero, bueno, había que volver a casa, a esa vida que dejamos atrás hace unos días y que, dicho sea de paso, es fuente de felicidad y abundancia. El primer impacto fue térmico: pasamos de más de 33 grados centígrados a 7 grados bajo cero. Directo al armario a buscar ropa abrigada, guantes, el gorrito de lana, en fin. Una situación que, sin duda, te dice que es hora de cambiar el chip.
La verdad, venía preparado para algo así. La mente y el cuerpo ya sabían que la temperatura iba a cambiar drásticamente, así que el golpe no se sintió tan duro. Lo que sí me impactó fuerte fue el de volver a nuestra realidad, la de un país latinoamericano. El desorden, la anarquía, la agresividad, las múltiples manifestaciones de la pobreza, la desorientación y esa capacidad de hacernos daño.
No es que seamos peores que los estadounidenses o que ellos sean mejores que nosotros, quiero aclararlo. Simplemente, son distintos. Allá también hay pobreza, en algunos lugares también hay desorden, algunos suelen ser agresivos con el extranjero, en fin. Pero, no cabe duda, eso que llamamos calidad de vida es bien distinta: aquí, literalmente, eso no existe, la desterramos.
Al estadounidense lo vemos como un tipo frío, solitario, materialista, poco emocional, y quizás muchos de ellos sean así. Y seguramente por eso también su realidad es menos caótica que la nuestra. Acá somos muy apasionados y, por eso, solo vemos los extremos: no concebimos los tonos grises. Está mal o está bien, sin puntos intermedios, y eso nos provoca gran ansiedad.
Nunca estamos conformes con lo que tenemos, con lo que la vida nos regala y, por eso, cada día, desde que abrimos los ojos, estamos de pelea con el universo. Eso significa contra todo y contra todos, incluidos nosotros mismos. Vivimos en guerra, buscando a los culpables de cuanto nos sucede, viendo enemigos por doquier, levantando obstáculos que nos impiden avanzar.
Esto, por supuesto, es fruto de la forma en que programaron nuestro cerebro cuando éramos niños. Nos enseñaron a eludir las responsabilidades, a levantar el dedo acusador, a proyectar en otros las frustraciones de una vida sin propósito. Nos sentimos tan acosados, que nos refugiamos en las disculpas y le disparamos a todo lo que se mueva: somos sobreviviente de una cruda guerra.
Nuestra mente y nuestro corazón, que deben ser remanso de paz y tranquilidad para disfrutar de una vida de abundancia, son un campo de batalla. No tenemos paz interior y dado que no sabemos cómo terminar esa guerra, elegimos trasladar el conflicto al exterior. El ritmo frenético de la realidad y la frustración por una vida que no nos hace felices son el caldo de cultivo de esa situación.
Es como si tu corazón fuera una caldera, con el fuego ardiendo a 300 grados centígrados todo el tiempo. No hay descanso, no hay sosiego, no hay respiro. Todo lo que entre allí saldrá pulverizado, destruido. Tus preocupaciones te arrebatarán la tranquilidad, por doquier verás fantasmas que te acosan y, lo peor, cuanto emprendas en la vida tendrá un mal final, consumido por las llamas.
Muchas personas carecen de paz interior porque creen, porque así programaron su mente, que esta se desprende de bienes materiales, de habitar en la zona de confort, de eludir las responsabilidades. Y no es así, por supuesto. La paz interior es una construcción diaria, el producto de la alineación de tus sueños, tus acciones, tus decisiones, tu propósito de vida y tus pasiones.
Cada vez que tomas una decisión contraria a tus valores y principios, simplemente por conseguir la aprobación de otros o ser políticamente correcto, resquebrajas tu paz interior. Cuando te guardas el resentimiento después de discutir con tu pareja, resquebrajas tu paz interior, lo mismo que si te dedicas a algo que no te apasiona y que no amas, o si estás con otra persona solo para evitar la soledad.
La primera acción que puedes llevar a cabo para cultivar tu paz interior es tomar las riendas de tu vida. Ser consciente de qué quieres y de para dónde vas, y actuar en conformidad. También necesitas cambiar esos hábitos que te amarran a un pasado que es un lastre, los que te mantienen unido a personas y situaciones tóxicas, los que te llevan postergar tu transformación una y otra vez.
Estas estrategias te ayudarán a conseguir esa paz interior que tanto anhelas:
1.- Vive simple. En estos tiempos modernos nos inculcan creencias y comportamientos que lo único que hacen es complicarnos la existencia. Son pesados lastres que nos impiden avanzar hacia lo que deseamos. Vive simple, despójate de las cargas, libérate de las ataduras, disfruta los instantes, haz lo que te apasiona. Erradica los pensamientos negativos y sigue tu propósito.
2.- Practica la gratitud. Esta es una de las vías más rápidas y efectivas para conseguir la paz interior. Valora lo que la vida te ha dado y agradécelo. La salud, las relaciones constructivas, el conocimiento, el talento y los dones. Disfruta intensamente un beso, un abrazo, un rato con los que amas, el éxito de quienes te rodean. Sé generoso, sé tolerante, sé energía que ilumina.
3.- Cuida de ti. Escucha al niño que hay en ti y hazle caso. Cultiva el intelecto, aprender algo cada día, haz deporte, lee, come lo que te gusta, duerme, viaja. Dedica tiempo para lo que te gusta, para estar solo contigo mismo, para conocerte. Ocupa tu mente en lo positivo, lo constructivo, entrénala para que sea el motor que te lleve a vivir la vida de abundancia y felicidad que deseas.
4.- Perdona y sigue. El más pesado lastre que cargamos en esta vida es el de la culpa. Libérate de ella, perdona y perdónate para que puedas avanzar. De tu capacidad para perdonar tus errores y aprender de ellos, para darte nuevas oportunidades, para dejar de culpar a otros depende en gran medida tu paz interior. Cambia las conductas destructivas, haz del perdón tu arma más poderosa.
5.- Acepta. La vida y el mundo son como son, y tú no los vas a cambiar. Pero, sí puedes cambiar el mundo que hay en ti, tu vida, y transformarla en algo positivo, constructivo, en un terreno fértil para la paz interior. Recibe de buena gana lo que te da la vida, disfrútalo. No te amargues por las dificultades y deja de librar esa guerra que acaba con tu paz interior, que extingue tus sueños.