Aquellas pequeñas cosas que llenan de abundancia mi vida

Cada día, sin importar si llueve o sale el sol, si es día laboral o fin de semana, si es enero o septiembre, mi vida está llena de pequeñas cosas. Esas mismas a las que les canta Joan Manuel Serrat. Aquellas pequeñas cosas como un buen mate, el beso de mi esposa, el abrazo de mis hijos, la risa de un amigo, el avance en un proyecto con mi equipo de trabajo, un buen descanso.

Siempre fue así, siempre hubo motivos para sentirme bendecido, pero no sabía que aquellas pequeñas cosas estaban ahí. Las pasaba por alto, como si no existieran. Más bien, me enfocaba en grandes problemas, en esas situaciones que el ser humano suele magnificar: las preocupaciones, en especial las que están ligadas al dinero; lo que sucede en el trabajo, el vaivén de las relaciones.

El Pablo Vallarino que te escribe esta nota es distinto, muy distinto, al que fue en algún momento de su vida. La verdad, era un completo desastre que yo mismo había creado. Me había dedicado a autodestruirme, a autosabotearme, a echar a perder las oportunidades que se presentaban, a arruinar mis sueños. Estaba en caída libre y solo me detuve cuando ya no fue posible caer más.

Entonces, solo hubo una opción: levantarme y comenzar a subir. ¿Cómo llegué a ese punto? Desde antes de nacer, desde que estaba en el vientre de mi madre, mi mente fue programada para que mi vida fuera un fracaso. No lo supe hasta mucho tiempo después, cuando ya estaba metido en este espiral sin fin: en mi familia había una larga tradición de fracaso, por varias generaciones.

Nunca Cambiarás tu Vida hasta que Cambies algo que Haces Diariamente
(John C. Maxwell)

La niñez y la adolescencia fueron normales: nada hacía falta en casa. Sin embargo, en un momento, cuando todo parecía andar muy bien, la vida de mi familia se derrumbó. La empresa familiar quebró y quedaron al descubierto los problemas, las carencias, las creencias limitantes. Lo más doloroso era comprobar que a mi alrededor había personas que vivían felices, en armonía.

¿Cómo hacen estos para vivir felices?, me preguntaba. No eran ricos, no tenían grandes propiedades ni un coche último modelo. Sin embargo, vivían felices. En cambio, yo me las arreglaba para continuar con la tradición familiar, la de pérdidas y escasez, la de fracasos. Tal y como había ocurrido con mis antepasados, hacía todo lo que estaba en mis manos para fracasar.

Ningún empleo me funcionaba, no generaba los ingresos que anhelaba, perdí mis amistades y hasta hubo personas que me pidieron que dejara de frecuentarlas. La quiebra de la empresa familiar había perjudicado a los socios de mi padre y en la ciudad muchos nos señalaban como los culpables de sus desdichas. Me di cuenta de que esa vida que tenía era una gran mentira.

Me convertí en una especie de rey Midas, pero al revés: todo lo que tocaba se estropeaba, en vez de oro, se transformaba en lodo. Así estuve varios años, un tiempo durante el cual me dediqué a culpar a mis padres, a mis antepasados y a otras personas por lo que me ocurría. Hasta que no tuve más remedio que aceptar la realidad: el único responsable de aquello era YO, nadie más.

Y, claro, no había una opción diferente a la de tomar las riendas de mi propia vida y llevarla por el camino que deseaba. ¡Cuán tonto fui!, me dije muchas veces, con razón. Desperdicié varios años de mi vida, mi juventud, dedicado a reproducir una secuencia de errores que había aprendido de otros. Me programaron para hacer eso y como un dócil borrego cumplí mi tarea al pie de la letra.

Sin embargo, no hay mal que dure cien años ni Pablo Vallarino que lo resista, así que un día me di cuenta de que, así como esa caótica situación era mi responsabilidad, salir de ella también dependía exclusivamente de mí. Y me pude a trabajar: estudié, investigué, pregunté y aprendí que el origen de mis desdichas y la solución de mis problemas estaban en el mismo lugar: en mi mente.

Descubrí que la Programación Neurolingüística y la Reprogramación Mental son poderosas herramientas que te permiten acabar de raíz con esa programación dañina. Me di cuenta de que no tenía tatuado el ADN del fracaso en mi cuerpo, como creía, y de que esas cargas negativas y tóxicas que tanto mal nos hacen no son naturales, no vienen con nosotros, sino que se aprenden.

Fue un proceso doloroso, te lo confieso. No es fácil aceptar que tú mismo provocas las desdichas que te atormentan, que tu vida va por el camino equivocado gracias a que tus acciones y decisiones no son las adecuadas. Necesité armarme de valor, reunir todas mis fuerzas y echar mano del apoyo que me quedaba para salir de ese profundo hoyo en el que me había metido.

Tuve miedo, mucho miedo. ¿Sería capaz de cambiar? ¿Podría dejar atrás ese pasado que me atormentaba? ¿Recaería en algún momento? Fueron tiempos difíciles, porque yo quería acabar con todo ese en un abrir y cerrar de ojos, pero no era posible. Se trataba de un proceso, algo así como una reinvención, una sanación: tenía que ir paso a paso, superar una serie de etapas.

Puse en práctica aquello que aprendí y, poco a poco, logré cambiar. El principio de causalidad se apoderó de mi vida: pensamientos positivos se tradujeron en resultados positivos. Los momentos felices, que parecían reservados para todos menos para mí, afloraban por doquier. Encontré el valor de las pequeñas cosas, que me enseñaron cuáles debían ser las prioridades de mi vida.

Hoy, la vida de Pablo Vallarino es distinta y, sobre todo, es una vida con abundancia. Y no me refiero al tema del dinero, que afortunadamente no me falta, sino a la cantidad de motivos que tengo para sentirme feliz. Mi familia, mi trabajo, mis clientes: encontré un propósito para vivir y ahora disfruto cada momento, cada día, aunque llueva o haga sol, sea día laboral o fin de semana.

¿Sabes qué es lo mejor? Que ahora aprovecho todo eso que viví, incluido el dolor que soporté, para ayudar a otros a salir de esa situación. ¡Nadie merece vivir así, no estamos programados para eso! Los momentos felices abundan en mi vida y ahora soy yo el que decide. Mi vida entró en una senda de abundancia y crecimiento que comparto con quienes me otorgan el privilegio de ayudarlos.

Quizás la que acabo de contar no sea tu historia; de hecho, es la mía. Sin embargo, sé que hay muchas personas que padecen lo mismo que yo sufrí durante mucho tiempo y, lo peor, perdieron la esperanza porque creen que no hay salida, que están condenadas a cargar el lastre de esa vida que les tocó. NO es cierto: tú también puedes vivir con abundancia. Solo tienes que decidirlo.

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