La vida es un instante, ¡gózala, disfrútala!

¿Qué harías si pudieras vivir nuevamente esta vida? ¿Qué cambiarías? ¿Qué, definitivamente, no harías igual? Las que transcurren son, quizás, unas de las vacaciones más felices de mi vida. Las he disfrutado al máximo, el tiempo que he pasado con mi esposa Luciana y con mis hijos es invaluable y no puedo hacer algo distinto que agradecerle a la vida por este regalo que no sé si lo merezco.

Soy una persona bendecida de mil y una formas y mi trabajo es una de ellas. Amo lo que hago y lo hago con mucho amor, de ahí que para mí trabajar no sea un sacrificio, ni una obligación. Es lo que elegí, lo que me permite compartir con personas increíbles y, además, lo que me da la posibilidad de brindarle a mi familia el bienestar que siempre soñé, el que ellos se merecen. Soy muy afortunado.

Sin embargo, desde hace rato sentí la necesidad de darme un respiro. No puedo decirte que me desconecté por completo, porque no es cierto, pero sí le he dado prioridad a mi familia durante la última semana. Y, te lo confieso, han sido algunos de los días más felices de mi vida. Lejos de casa, en los Estados Unidos, hemos podido compartir momentos inolvidables, instantes impactantes.

Mi familia siempre ha sido mi prioridad, pero en el frenesí de la cotidianidad en el mundo moderno a veces, sin quererlo, los relegas a un segundo plano. A todos nos sucede, solo que algunos jamás lo perciben o solo se dan cuenta cuando ya no hay remedio. Por supuesto, no quiero ser de esos, porque entiendo que mi vida carece de sentido sin mi familia.

Lo que más he disfrutado de estas vacaciones que he podido estar disponible para mi esposa y mis hijos al ciento por ciento. Hemos ido a la playa, hemos estado en el centro comercial de compras, hemos ido a restaurantes increíbles y hemos disfrutado juntos actividades en las que, en condiciones normales, no es fácil coincidir. Son momentos que no olvidaremos, instantes que nos marcarán.

Y mientras deleito la vista con alucinantes atardeceres, con puestas de sol que son pinturas, mientras contemplo el ir y venir de las olas y recibo el frescor de la brisa en la cara, he podido reflexionar sobre diversos temas que, para mí, son importantes. Soy inmensamente feliz con la vida que he podido construir, pero también soy consciente de que hay mucho por mejorar.

¿Cómo qué, por ejemplo? No olvidarme del valor de lo simple, de lo básico, de lo que creemos obvio. Una de esas situaciones es apreciar y disfrutar al máximo el momento, el instante. El afán de la cotidianidad nos desborda, nos hacer perder el foco de lo que en verdad es importante y nos desvía de los objetivos que en realidad son trascendentales en nuestra vida. ¡Es un gran problema!

Una de las mayores tragedias de la actualidad para el ser humano, específicamente para quienes hemos sido premiados con la posibilidad de ser padres, es aquella de no disfrutar a nuestros hijos. Es decir, no ser compañeros de esa aventura increíble que es el crecimiento, ver cómo se transforman en hombrecitos y comienzan a escribir su propia historia, a labrar un camino.

Tengo varios conocidos, algunos más cercanos que otros, que me cuentan de sus logros en el trabajo, del éxito de sus negocios, de algún gusto que pudieron darse (un auto nuevo, un viaje o cosas por el estilo). Me alegra que sean prósperos, que puedan cumplir los objetivos que se trazaron, que puedan darle a su familia el bienestar material que le permita vivir con comodidad.

Sin embargo, la sonrisa desaparece de sus rostros cuando les pregunto algo sobre sus hijos. Qué los apasiona, en qué son realmente buenos, cuáles son sus talentos más especiales, cuál es el sueño que acuñan, cuáles son sus miedos, en fin. Es triste que no pueden dar una respuesta y, más bien, eligen salirse por la tangente: “no sé, Pablo, estos pibes de ahora no te cuentan sus cosas”.

Me dicen que lo que les importa es brindarles todas las comodidades posibles, que puedan ir a la escuela y “estén listos para enfrentarse a la vida”. Esto último debe interpretarse como conseguir un trabajo, ganar dinero y conformar una familia. Ese, al fin de cuentas, es el libreto con que nos programaron la mente a todos cuando éramos chicos, un libreto que está caduco, equivocado.

Una de las experiencias invaluables de estas vacaciones ha sido poder compartir todo el día con mi familia, descubrir cómo mis hijos dejan de ser niños y poco a poco se convierten en adolescentes, con todo lo positivo y lo negativo que esto implica. He entendido que están en la época en la que más necesitan de la atención de sus padres, en un período en el que definen el rumbo de su vida.

Muchas veces, y lo sé por experiencia propia, los padres somos incapaces de ayudar a nuestros hijos y no porque no queramos. Simplemente, porque no sabemos cómo hacerlo. Y no sabemos cómo hacerlo por una razón que me aterra: ¡no conocemos a nuestros hijos! Solo nos preocupamos por darles lo que necesitan, que no les falte nada, especialmente lo material.

Y eso, sin duda, es un grave error. Lo material carece de valor y de sentido si después nos damos cuenta de que no conseguimos formar personas de bien, con sensibilidad social, con principios y valores fuertes. Por eso, estas vacaciones han sido tan importantes para mí: he disfrutado al máximo a mi familia, he aprendido mucho de ellos, de cómo son, de qué piensan, de qué sienten.

No es que los haya interrogado o algo por el estilo. Simplemente, me he convertido en cómplice de sus aventuras, de sus travesuras; observo en silencio y aprendo. Escucho con atención y me nutro, formulo alguna pregunta y me sorprendo con su vivacidad, su inteligencia, su forma de pensar. Son momentos que me llenan de felicidad, instantes por los que mi vida vale la pena.

No conozco una felicidad mayor que esta. Y sé que esa felicidad está sustentada en darme la oportunidad de vivir al ciento por ciento esos momentos, esos instantes que a veces dejamos en un segundo plano por darles importancia a situaciones o cosas que son secundarias. No sé si estas son las vacaciones más felices de mi vida, pero sí estoy seguro de que no las voy a olvidar.

Con frecuencia, nos quejamos por la vida que tenemos, porque enfrentamos dificultades, porque la salud falla, porque no podemos cumplir nuestros sueños. Esa es la vida y no está en nuestras manos cambiarla. En cambio, sí es una decisión de cada uno elegir disfrutar los momentos, los instantes que enriquecen la vida, que la hacen valiosa, que le dan sentido a nuestra existencia.

Disfruta el momento en que eres feliz, el instante en el que la vida te regala bendiciones. Lo único que se va a ir contigo cuando dejes este mundo es lo que llevas en tu corazón, y nada de eso es material. Despójate de ataduras, rompe esquemas, arriésgate, no te impongas límites, aprende de tus errores, demuéstrales a tus miedos que eres más fuerte que ellos y vive, ¡gózate la vida!

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