Tú te mereces solo lo mejor

Antes, en el pasado, cuando no existían los teléfonos inteligentes, los recuerdos se guardaban en la memoria. Con el paso del tiempo, las imágenes se tornaban borrosas, pero difícilmente se borraban. Permanecían allí hasta que nos íbamos de este mundo o hasta que decidíamos eliminarla por voluntad propia. Salvo que, por ahí refundido, quedara algún testimonio físico.

Eso fue, justamente, lo que me ocurrió hace unos días mientras buscaba unos papeles de un curso que está en proceso de preparación. Abrí el cajón de mi escritorio y moví unos papeles: me encontré una viaja foto, de esas que se tomaban en unas cámaras que llamaban instamatic y que se llevaban al laboratorio para que revelaran el rollo e imprimieran las imágenes que servían.

Porque, claro, no todas servían: alguna quedaba sobreexpuesta, o demasiado oscura, o movida. De las 24 o 36 del rollo podían imprimirse solo 15, 18 o 29. Bien, esta imagen era de la escuela, de cuando cursaba la secundaria y era un adolescente lleno de sueños, con lo que yo consideraba una vida perfecta, y mucho camino por recorrer. Hoy solo que esto: hay mucho camino por recorrer.

El primer impacto que me llevé al hallar la fotografía en la que aparecemos varios amigos es que ya no recuerdo todos los nombres. Quizás sí los apodos, pero ya no los nombres. Y tampoco sé qué ha sido de la vida de estas personas que fueron parte importante de mi vida en el pasado. Por supuesto, sentí algo de tristeza mezclada con nostalgia. “¡Cómo cambia la vida!”, reflexioné.

Y, sí, esa es la única certeza de la vida: todo cambia. Aunque solemos creer que somos las mismas personas que hace seis meses, o un año, o cinco años, no es cierto. Cada experiencia que vives te transforma de alguna manera, así sea en una mínima proporción. Te hace ver las situaciones de un modo distinto, te deja una cicatriz, quizás un dolor o un aprendizaje. ¡Ya no eres el mismo de antes!

La vida avanza a un ritmo tan frenético y estamos tan preocupado por aquello que no es intrascendente, que pasamos por alto lo importante. ¿Y qué es lo importante? Lo que nos permite crecer como personas siempre y cuando logremos extractar el aprendizaje que esa situación incorpora. Porque, seguro ya lo sabes, la experiencia más dolorosa encierra una valiosa lección.

A veces, nos enfrentamos a una crisis personal, quizás porque tuviste una pelea con tus padres que no aprueban tu proyecto de vida o porque rompiste con tu pareja. Son situaciones en las que se te mueve el piso, tus creencias quedan en entredicho y surgen cuestionamientos que antes no nos habías formulado. Sentimos como si nuestra vida hubiera sufrido un fuerte temblor.

Temblor que a veces logra derribar parte de nuestra vida, de aquello que pudimos construir hasta ese momento. Y que, por supuesto, nos provoca dolor, nos deja heridas que demoran en cicatrizar y que dejan recuerdos que perduran con el tiempo. Son experiencias que pueden a llegar a ser muy constructivas si sabemos aprovechar los mensajes que nos transmiten, que son poderosos.

A veces, quizás, tu tranquilidad se derrumba por cuenta de una crisis laboral. Un día te llaman a la oficina del jefe de personal y este te informa que ya no contarán más con tus servicios. Los motivos son lo de menos, así tú quieras conocerlos en detalle, porque el problema de fondo es otro. ¿Sabes cuál? Qué vas a hacer. Sí, cómo vas a continuar con tu vida, a qué te vas a dedicar.

Por lo general, además, estos golpes no vienen solos. Es decir, las malas nuevas se vienen una tras otras y nos pasan por encima, nos superan. Tu estabilidad económica se resquebraja, las deudas contraídas que roban la tranquilidad y, lo sabemos, en estos momentos también suelen romperse vínculos afectivos que considerábamos importantes, con familiares, amigos o compañeros.

Son pruebas que la vida pone en nuestro camino con varios objetivos. Primero, comprobar de qué material estamos hechos, si de madera buena y resistente o, por el contrario, de una endeble, frágil. Segundo, es una oportunidad que nos ofrece un conocimiento que puede servirnos más adelante. Tercero, y esto es muy importante, nos forjan el carácter y nos cambian la vida.

En mi caso, quizás lo sabes, a la crisis existencial se le sumó la crisis laboral. Durante varios años de mi vida, transité por un oscuro túnel en al que cada paso significaba un nuevo tropiezo, otro golpe contra la pared. Todo lo que hacía y cómo lo hacía estaba equivocado, pero no me daba cuenta. Porfiaba y lo único que conseguía era hundirme más, hasta que un día finalmente toqué fondo.

Por fortuna, toqué fondo. Y, aunque parezca contradictorio o suene irónico, fue una gran alegría. Sí, lo fue porque entendí que ya no podía caer más y que solo tenía dos opciones: quedarme allí o levantarme y salir. Elegí la segunda, por supuesto. Entonces, comencé de nuevo, comencé de cero y me di a la tarea de reconstruir mi vida, de reprogramar mi mente, y en esas ando todavía.

Tuve que reformular mis creencias, desaprender el pasado, definir mis objetivos, trazar un nuevo plan y empezar a aprender de nuevo. No fue fácil y hoy no es fácil, todavía. Sin embargo, le doy gracias a la vida por haberme dado la oportunidad de recomenzar, de caer tan bajo que no me quedara otra opción que empezar a subir, a cambiar. Esa fue una experiencia transformadora.

Como imaginarás, ya no soy el mismo que era antes, aquel chiquillo inquieto de la adolescencia, el de la foto aquella que me encontré sorpresivamente en el cajón del escritorio. A veces, siento curiosidad por saber qué habría sido de mi vida si nada de esto hubiera ocurrido, si la empresa familiar no hubiera quebrado y la vida hubiera seguido su curso normal, sin tropiezos ni caídas.

No sé, la verdad, no me imagino cómo sería la vida. Y, ciertamente, tampoco me importa eso ahora. Lo que sí me importa es hoy dedico cada día de mi vida a avanzar en este proceso de reconstrucción. Logré reprogramar mi mente y construí otra persona, una muy distinta a la que era cuando joven, cuando estaba en la escuela. Lo mejor es que disfruto cada momento.

Eso, por supuesto, no significa que todo funcione a la perfección, porque tengo dificultades y problemas como cualquier ser humano. La diferencia es la forma en la que las enfrento ahora. Ya no me superan, ya sé que estoy hecho de madera fina. Y estoy listo para ayudarte a conseguir lo mismo, si es lo que deseas. No tienes porqué seguir estancado en el pasado, anclado y frustrado.

Te invito a que te tomes un momento, unos cuantos segundos, y reflexiones: ¿eres mejor hoy de lo que fuiste ayer? ¿La versión que has construido te satisface? ¿Avanzas hacia tus sueños? ¿Los cambios experimentados en tu vida han sido para bien? La honestidad con que respondas a estos interrogantes marcará el rumbo de tu vida, sin duda. Y no lo olvides: tú te mereces solo lo mejor.

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